Diversa Cultural

Diversa Cultural
Diversa CulturalFoto: Pixabay, ABC, Wikipedia, bellezapura.com
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TIJERAS

Así respondía un guardia forestal a una encuesta entre los lectores de una revista literaria: “Tengo una biblioteca únicamente para mi uso, pero no es que quiera ponerla de ejemplo. Como durante el día voy de aquí para allá, por la noche me gusta descansar en el rincón de mis libros. Ese es mi refugio; una guarida ante cuya puerta he borrado todo rastro de pasos, y allí dentro me siento en casa. Tengo libros de todo tipo; pero, si los abrieran, les sorprenderían. Todos están incompletos: a algunos de ellos ya sólo les quedan dos o tres páginas entre las tapas. Yo soy de la opinión de que las cosas que hacemos todos los días debemos hacerlas cómodamente, por eso leo con las tijeras, ya me disculparán, y corto todo lo que no me gusta. Y así me van quedando lecturas que nunca me disgustan. De Loups he conservado diez páginas; un poco menos del Viaje al fin de la noche... […] Y Celine [autor de ese libro] contesta: “Hete aquí que el terrible guarda forestal nos ha dejado a todos, los ilustres muertos y los insignificantes vivos, en pelotas. Apenas nos ha dejado ninguna de nuestras magníficas prendas (¡adquiridas con tanto esfuerzo!). ¡Ah, sólo ha quedado lo poquito que era esencial, lo verdadero! […] El hombre de los bosques no se anda con chiquitas […] No es ningún juego, el hombre de la tijera va a cortarme todo lo que me sobra”.

Antoine Compagnon, La segunda mano o el trabajo de la cita, trad. Manuel Arranz, Acantilado, 2020.

Tijeras
TijerasFoto: Pixabay

APETENCIAS ERÓTICAS

Sobre las apetencias eróticas de ciertos microorganismos, se ha escrito poco. Como si todo en ellos fuera solamente reproducirse, como si no existieran esos bailes feroces, el cortejo desmesurado en relación con su tamaño, el lento despojarse de las membranas que culmina en la fusión de citoplasmas, la vibración salvaje de las columnas de ADN enroscándose y desenroscándose en un minúsculo pero enfebrecido gozar, con las cilias desatadas al viento líquido del agar, haciendo temblar, en fin, la mano de quien pretenda describir su frenesí o consignarlo, confundiendo las conexiones axón-dendrita para que sobre sus apetencias eróticas se siga escribiendo muy poco. 

Ana María Shua, Casa de Geishas, Hormiga Iracunda, Posdata Editores, 2011.

CURSIS

En estas pasadas semanas de Feria de Libro he leído bastantes pronunciamientos de colegas míos, y la acumulación me ha hecho advertir con horror que la gran mayoría, con independencia de edad, sexo, nacionalidad o género más practicado, se zambulle con ufanía en mentecateces ruborizantes. Un autor muy vendedor confesaba, por ejemplo, respecto a su último producto vendible: “Ha sido la autobiografía de mi corazón”. Nada menos. Y luego poetizaba sobre el prosaico momento de firmar en la Feria, calificándolo no recuerdo si de mágico o lúdico o anestésico o copulativo: “El roce de las manos cuando yo doy el libro”, exclamaba transido y sin duda pegajoso. 

Otro escritor maduro, extranjero y que sostiene mucho, afirmaba para expresar su amor a un país ajeno: “Hasta sueño en su lengua, lo que quiere decir que ese lugar forma parte de la geografía de mi alma”. Santo cielo. Ya la sola palabra “alma” suele ser problemática —y lo dice quien la puso en uno de sus títulos, como “corazón” en otro, con mucha duda—; pero que además cuente con “geografía" sólo queda superado por lo que, en el periódico del mismo día, aseguraba un tercer autor, más joven y de nuestro norte: “La naturaleza sirve para expresar el paisaje del alma”. 

Las almas de los escritores parecen superpobladas, roturadas y jeroglíficas, de tanto que contienen. Pero es que en la misma página del mismo diario venían las manifestaciones de un cuarto, de nuestro sur, casi un debutante, a quien no sonrojaba hablar de “contar historias a los niños que llevamos dentro”. 

Sería de desear que esos nichos no correteasen también por el alma sino por algún otro territorio menos concurrido, o si no estallaría el invento, se encuentre donde se encuentre. […] 

Javier Marías, “Breve y arbitraria guía demográfica para detener cursis”, Seré amado cuando falte, Alfaguara, 1999.

Javier Marías
Javier MaríasFoto: ABC

FOR NO ONE

Con su cautivadora melodía y su solo de trompeta, ésta fue una de las canciones más hermosas de Paul. “For no one” fue escrita en un chalet rentado a las afueras de Klosters, un lugar suizo para esquiar, donde él y su novia Jane Asher pasaron una breve vacación en marzo de 1966. Paul regresó de Suiza a trabajar en Revolver y Jane comenzó sus ensayos para actuar el papel de la joven Ellen Terry en Sixty Thousand Nights, en el Royal Theatre, en Bristol.

A través de una serie de recuerdos de su vida juntos, la canción captura la triste comprensión de que los sentimientos amorosos de alguien han desaparecido. En una entrevista, Paul dijo que se trataba de su propia experiencia de vivir con una mujer cuando estaba recién salido de casa. El título original era “Why Did it Die?” y después admitió que probablemente la había escrito “después de otra discusión” con Jane. 

Steve Turner, The Beatles: A Hard Day’s Write. The Stories Behind Every Song, trad. D.J.G., MJF Books, 1994.

EDWARD HOPPER

Aves nocturnas. Tres clientes de un bar, sumidos en sus pensamientos a altas horas de la noche, en la esquina de una calle desierta. Sólo el camarero parece animado, inclinándose para preparar una bebida. La brillante iluminación del interior contrasta con la fantasmagórica luz de la calle. Toda la escena parece cargada de peligro y suspenso, como si algo estuviera a punto de ocurrir. Comentando esta obra, Hopper decía: “A mí no me parece especialmente solitaria […] puede que inconscientemente estuviera pintando la soledad de la gran ciudad”. A Hopper le fascinaba el cine y está claro que su obra debe mucho a ese medio, tanto en los temas como en las composiciones. Gracias a los efectos de iluminación y a la extraña perspectiva, esta escena tan prosaica adquiere un carácter ominoso. 

El ABC del arte del siglo XX, trad. Fabián Chueca y Juan Manuel Ibeas, Phaidon Press, 1999.

Nighthawks, Edward Hopper
Nighthawks, Edward HopperFoto: Wikipedia

OMBLIGO

Punto de cruz en la materia prima de la madre.

Nudo agostado que marca como lápida en la greda el lugar donde se enredó ella con el hijo en su pequeño mar portátil.

Como una muesca en el cuerpo para recordar dónde debe ir algo, el ombligo da fe de una lenta hibernación: los nueve meses transcurridos en el reino de Anfitrite, aguas blandas de una forma esférica.

Ojo rizado al centro del cuerpo, mira sin parpadear el rumbo del cordón de plata, tallo de una flor mágica que abre corola en el país de los sueños.

Ombligo
OmbligoFoto: bellezapura.com

ADÉNDUM

El ombligo es la única cicatriz que comparten todos los mamíferos, sean cuales fueren. Por ser la marca que deja el cordón umbilical en el cuerpo y por ubicarse en medio del mismo, ha llegado a simbolizar, en la mitología universal, el centro del mundo, el lugar en donde se origina la Creación.

A la estrella polar, por ejemplo, se le llamaba a menudo ombligo del cielo porque la bóveda celeste parecía girar en su derredor. La costumbre, en muchas culturas, de conservar el cordón umbilical de los recién nacidos viene de la creencia de que éste es un “doble” del nuevo ser.

Los incas, igual que otras importantes civilizaciones norteamericanas, llevaban a cabo el ritual de conservar el cordón umbilical con gran esmero, del mismo modo que las comadronas en la Berlín antigua recomendaban que cumpliera con este rito el mismo padre de la criatura recién nacida. 

Françoise Roy, Cartografía menor, Arlequín, 2011.