Rafael Rojas

Itinerarios de Ángel Rama

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Ángel Rama, en una fotografía de archivo.
Ángel Rama, en una fotografía de archivo.Foto: Especial
Por:

Hace poco más de cuarenta años, un avión de Avianca que volaba de París a Bogotá, se estrelló cerca del aeropuerto de Barajas, en Madrid. Perdieron la vida varios artistas e intelectuales que se dirigían a un encuentro de Cultura Hispanoamericana en Colombia: el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia, el peruano Manuel Scorza, la pianista catalana Rosa Sabater, la crítica argentino-colombiana Marta Traba y su esposo, el ensayista uruguayo Ángel Rama.

Este último había dejado casi listo, aunque las páginas finales denotaban inconclusión, el manuscrito de su libro La ciudad letrada, que apareció en 1984 en Ediciones del Norte, con prólogo de Mario Vargas Llosa. Luego se harían otras ediciones de aquel ensayo, como la uruguaya de Arca, prologada por Hugo Achúgar. Ahora, con motivo de las cuatro décadas de aquel ensayo fundamental, aparece una nueva edición, cuidada por los críticos argentinos Nora Catelli y Edgardo Dobry y prologada por Adrián Gorelik, historiador y arquitecto también argentino.

Rama murió mientras viajaba, como su antecesor en la crítica literaria latinoamericana, Pedro Henríquez Ureña, quien falleció en un vagón del tren que lo transportaba de Buenos Aires a La Plata. Su vida y su obra estuvieron siempre ligadas al viaje, ya fuera por la imposición de un exilio o por la peregrinación voluntaria de la curiosidad intelectual y política.

Perteneciente a la brillante generación del 45 en Uruguay (Carlos Maggi, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Real de Azúa, María Inés Silva, Ida Vitale, Idea Vilariño, Mario Benedetti…), Rama hizo de Montevideo su puesto de mando en los 60. Reemplazó a Emir Rodríguez Monegal en la página literaria del semanario Marcha, dirigido por Carlos Quijano, hasta 1968, aunque siguió colaborando en esa publicación en los primeros años 70.

Marcha, como Casa de las Américas, a cuyo comité editorial perteneció hasta 1971, fue una caja de resonancia de los grandes debates intelectuales de los 60: la Revolución Cubana, el Che Guevara y las guerrillas, el boom de la nueva novela latinoamericana y las polémicas con Mundo Nuevo. En 1971, Rama publicó en Marcha una de las críticas más sistemáticas a la sovietización de la política cultural cubana tras el arresto de los poetas Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé.

Si los viajes a La Habana en los 60 formaban parte de la bitácora del peregrinaje revolucionario, a partir de 1973 comenzaría, para Rama, la primera estación de sus exilios. El golpe cívico-militar de Juan María Bordaberry en 1973 lo sorprendió en Caracas, donde enseñaba un curso en la Universidad Central. Al año siguiente, tras la llegada a la presidencia de Carlos Andrés Pérez y Acción Democrática, encabezaría la Biblioteca Ayacucho, proeza editorial latinoamericanista sólo comparable al Fondo de Cultura Económica y la primera etapa de Casa de las Américas.

Como cuenta en su Diario, de 1974 a 1983, los años finales de Rama describen una creciente vinculación al medio académico estadounidense, que se verificó en estancias en Princeton y, sobre todo, Maryland, donde llegó a ser contratado. La aviesa invocación de una ley macarthista, alentada por la propia dictadura uruguaya y algunos exiliados cubanos, impugnó su plaza por el supuesto cargo de agente comunista, cuando Rama, desde su renuncia a Casa de las Américas en 1971, había cuestionado abiertamente el dogmatismo cubano.

Apenas comenzaba para Rama una nueva estación de sus exilios o una nueva ruta en su “navegación riesgosa”. Es entonces que completa la redacción de La ciudad letrada, ensayo que puede ser leído como un cuaderno de viajes, a lo largo de la historia urbana e intelectual de América Latina. De la “ciudad ordenada” de los Habsburgo a la “ciudad letrada” de los Borbones. De la “escrituraria” de los románticos a la “modernizada” de los modernistas. Y de esta última, a la “revolucionada”, que debió ir del DF a La Habana, por lo menos.