Gilgamesh Mesopotamia Mon amour

ESPORÁDICA COLUMNA

Cabezas de toro de la antigua ciudad de Ur, en Iraq, donde se desarrolla la trama de Gilgamesh.
Cabezas de toro de la antigua ciudad de Ur, en Iraq, donde se desarrolla la trama de Gilgamesh.Fotos: British Museum / University Museum Expedition to Ur.
Por:

Un problema importante de los textos clásicos antiguos radica en poderlos integrar a nuestra concepción del mundo, disfrutar el rayo de su luz. A pesar de la universalidad de sus temas, una buena parte de ellos padece una excesiva literalidad en sus traducciones, o innumerables pies de página que más que acompañar la lectura nos atosigan con mil detalles eruditos. Esto los vuelve lejanos, difíciles de gozar.

La relación que tengo con el mundo antiguo comenzó cuando, siendo estudiante de primaria, mi padre me narraba la batalla de las Termópilas como si la hubiera divisado desde una de sus colinas. A ésta le continuó la narración mítica de la Ilíada, donde los personajes humanos se codeaban con los dioses, igualados en pasiones y caprichos. Estas historias, que escuchaba en el transcurso de la carretera Guadalajara-México apertrechado en el asiento medio de una camioneta Ram Charger 1990, me transportaban al mundo mítico y los albores de la humanidad civilizada.

Cabezas de toro de la antigua ciudad de Ur, en Iraq, donde se desarrolla la trama de Gilgamesh.
Cabezas de toro de la antigua ciudad de Ur, en Iraq, donde se desarrolla la trama de Gilgamesh.Foto: British Museum / University Museum Expedition to Ur.

Sin embargo, cuando quise adentrarme en la lectura directa de estas historias, no encontré en los textos un influjo potente que se pareciera al de la narración viva. Faltaba música, acción y claridad. Varios intentos en la adolescencia y en la universidad tuvieron resultados limitados, pasando por ediciones variadas. No fue hasta que en el quinto lustro de mi vida, en una casa rentada en la Costa Azul, me tropecé con la traducción de Leconte de Lisle (poeta helenista francés del siglo XIX) de La Odisea. Revelación absoluta: los párrafos eran suaves, las imágenes seductoras, el hilo narrativo claro. Además, tenía el Mediterráneo enfrente, junto con las letras había olas que renovaban la invitación al mundo greco-latino.

De manera similar, cual aerolito caído del cielo, encontré la versión de Humberto Saldaña Pico de Gilgamesh, obra literaria de la antigua Mesopotamia, probablemente la más antigua de la humanidad, transcrita en tablillas de barro hace cinco milenios.

Su fuerza e inteligencia le resultan de ser dos terceras partes divino, aunque mortal

Los sumerios fueron un pueblo fundacional, más antiguo que los romanos, griegos y hebreos. Florecieron en medio de dos ríos caudalosos, acompañados de grandes lagos con carrizos en sus bordes y extensas planicies. Allí se fundó la escritura, en forma de cuña, para crear registros de almacenamiento y transacción de bienes, dictar leyes y eventualmente recolectar las historias de los poetas. Allí, cinco mil años atrás, se asociaron deidades protectoras a poblaciones humanas, construyeron canales y graneros, se producía cerveza, se conocía el ocio y el divorcio: la civilización en marcha.

En la narración en cuestión, el rey sumerio de la ciudad de Uruk tiene por nombre Gilgamesh y es un tirano terrible. Somete a los jóvenes para que beban con él y a las mujeres para llevarlas a su lecho, sin importar con quien estén comprometidas. Su fuerza e inteligencia le resultan de ser dos terceras partes divino, aunque mortal. Los dioses, escuchando los reclamos de las madres de las jóvenes ultrajadas, envían a un rival de igual poder: Enkidú. Se trata de una criatura cubierta de pelo y de extraordinaria fuerza. Corre entre las bestias salvajes sin preocupación alguna. Cuando lo avistan los cazadores de las afueras de Uruk, alertan al rey Gilgamesh, quien quiere conocerlo para enfrentarlo y asegurar su superioridad ante el rival enviado por los dioses. Por esta razón, le pide Gilgamesh a la sacerdotisa Shamat que lo busque en las afueras de la ciudad y copule con él. Este acto tiene la intención de civilizar a Enkidú, aunado a ofrecerle pan y cerveza, para que se convenza de visitar la ciudad de Uruk, donde Gilgamesh lo aguarda.

Cabezas de toro de la antigua ciudad de Ur, en Iraq, donde se desarrolla la trama de Gilgamesh.
Cabezas de toro de la antigua ciudad de Ur, en Iraq, donde se desarrolla la trama de Gilgamesh.Foto: British Museum / University Museum Expedition to Ur.

Al divisarse, se enfrentan en un terrible combate, donde ambos prueban su fortaleza y tenacidad. Al darse cuenta del brío y valor del otro, no solamente hacen las paces, sino que se hacen amigos y luego amantes. Ambos se embarcan en una aventura llena de peligros, que consiste en ir a los bosques sagrados del Líbano y matar a su guardián, el temible ogro Humbaba. Allí acaece otro combate, en el cual nuestros héroes colaboran y salen airosos, para proceder a talar el bosque y construir templos que agraden a los dioses y recuerden sus hazañas. Gilgamesh y Enkidú se vuelven inseparables, siendo vanagloriados por hombres y dioses. A tal grado resulta su fama, que la diosa Ishtar, llena de ira tras ser rechazada como amante por Gilgamesh, envía una maldición a Enkidú, que termina por matarlo. El rey rabia de dolor por la ausencia de su amado, se siente solo y de golpe se vuelve consciente de su propia mortalidad:

Su ausencia me atormenta

el dolor me tiene atrapado entre sus muros invisibles

y me atraviesa como una espada de dos filos.

…Tuve un amigo a quien quise mucho

y ahora se ha vuelto nada. Vivo angustiado,

pensando que tarde o temprano yo también seré

un puñado de lodo informe…

Es así como comienza la aventura fundamental de Gilgamesh, cuando se reconoce como un ser finito. Ser el rey más poderoso de la ciudad más bella del mundo ya no le significa gran cosa. Así que se pone a vagar por el mundo, buscando la imposible inmortalidad.