Diversa Cultural

Diversa Cultural.
Diversa Cultural.Fuentes: Wikipedia y Freepik
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ALBERT CAMUS

Para Camus, 1958 empieza tan mal como 1957. Camus había vuelto a sus sesiones de ejercicios respiratorios. Angustiado, consulta con un psiquiatra, se encierra en la Rue Chanaleilles, piensa en el suicidio. Pasa por otras crisis de ahogo y de pánico claustrofóbico. En los próximos meses, mejora: “Las grandes crisis han desaparecido. Sorda y constante ansiedad solamente”.

Mi, su nueva compañera ayuda a Camus. Se conocieron en el Café de Flore diez meses atrás. Camus tomaba una copa con Pierre Bénichou, hijo de André, y Albert Cossery. Mi escribía frente a la puerta del café. Camus se fijo en ella, hermosa y joven. Ella lo reconoció. Los amigos invitaron a Mi a su mesa. […]

Mi es una de las raras mujeres con las que Camus asiste a un partido de futbol. Hablan de Melville, de Dostoievsky… y de Nietzsche: “Hablaba de él como del buen Dios”. Admira en él “la lucha continua contra el dolor físico”. Camus comenta: “no siempre es verdad que nobleza obligue, pero a menudo, la obligación ennoblece”. Mi acepta los humores de Camus, lo tranquiliza. Se sienten como en una “burbuja de tiempo ilimitado”. Ella lo lleva a la piscina de Viennes. Él ama la juventud, la pasión de Mi, que lo trata como si tuviera su edad.

Olivier Todd, Albert Camus. Una vida, Tusquets, 1996.

Albert Camus.
Albert Camus.Foto: Wikipedia

COCAÍNA

Instrumento de trabajo originario de Colombia muy apreciado por los escritores por su facultad para hacer correr con mayor soltura las ideas junto con la tinta que las sostienen. Muy presente en la vida y en las novelas de Aguéev, Bret Easton Ellis, Jay McInerney y en las de ciertos jóvenes autores franceses que han adoptado la raya blanca como línea de conducta creativa en detrimento de la tradicional copa de vino blanco.

Fabrice Gaignault, Diccionario de literatura para esnobs, trad. Wenceslao-Carlos Lozano, prol. José Carlos Llop, ilustraciones de Sara Morante, Impedimenta, 2011.

Cocaína
CocaínaFoto: Freepik

MINIFICCIÓN

En la introducción a su libro Los cuentos más breves del mundo, el escritor, traductor y antologador argentino Eduardo Berti anota: “La paradoja de la microficción es que, así como se la tiene por el género más nuevo bajo el sol, sus fuentes y raíces son las más antiguas, ya que entre las formas que la prefiguran hay muchas que pertenecen a la tradición oral o a la literatura en su estado más primigenio: fábulas, apólogos, chistes, leyendas, anécdotas, casos. Y entre las páginas del libro encontramos estas dos maravillas: Las tardes. Nicolás de Chamfort. “Cierto hombre pasaba, desde hacía treinta años, todas las tardes en casa de la señora X. Un día, la esposa de este hombre falleció. Todos creyeron que se casaría con la otra y hasta lo alentaron a hacerlo.

Él se negó.

–No sabría dónde pasar mis tardes –dijo”.

Adán y Eva. Samuel Butler. “Un niño y una niña estaban mirando un cuadro en el que aparecían Adán y Eva.

–¿Cuál es Adán y cuál es Eva? –preguntó uno de ellos.

–No lo sé –repuso el otro–, pero te lo podría decir si tuvieran la ropa puesta”.

Eduardo Berti (ed.), Los cuentos más breves del mundo. De Esopo a Kafka, Páginas de Espuma, 2009.

TEDDY BEAR

En el mes de noviembre de 1902, mientras [Theodore Roosevelt] realizaba una gira por el sur de Estados Unidos y se encontraba en los confines de Misisipi y Luisiana, le entraron ganas de cazar. Cosa que hizo durante varios días seguidos, pero en vano: cada noche faltaba la presa. Al presidente no parecía importarle demasiado, pero los anfitriones y su entorno estaban aterrados. Había que hacer algo para que cesara dicha humillación, el personaje más importante de la Unión no podía volver con las manos vacías. Uno de sus colaboradores tuvo la extravagante idea de mandar capturar un oso negro joven, atarlo discretamente cerca de un árbol y llamar la atención del presidente. Pero cuando vio al osito, Roosevelt, que quizá había presagiado la cruel y ridícula estratagema, se negó a matarlo y, según dicen, pronunció estas palabras que pasaron a la posteridad: “Si mato a este osezno, no podré volver a mirar a la cara a mis hijos”. Palabras sin duda sinceras, pero también muy hábiles. La prensa las retomó y dieron vuelta a Estados Unidos y, luego al mundo occidental. No lo hicieron solas, sino acompañadas de una imagen […] Clifford Berryman, publicó en el Washington Star una viñeta cómica que mostraba a un Roosevelt clemente y magnánimo liberando a un osezno encadenado. […] Un tal Morris Michtom, emigrado ruso instalado en Nueva York, tenía una tienda en Brooklyn en la que vendía golosinas, juguetitos y muñecas de tela que confeccionaba su mujer, Rose. Cuando vio el dibujo del Washington Star sugirió a su esposa que fabricara un osezno de peluche parecido al que había recibido la gracia del presidente de los Estados Unidos. Fue una idea genial. Y Michtom tuvo otra más: pedir autorización a la Casa Blanca para darle a ese nuevo juguete el sobrenombre afectuoso del presidente: Teddy, diminutivo de Theodore. Cosa que le permitieron tras cierta vacilación. Había nacido Teddy Bear.

Michel Pastoureau, Animales célebres. Del caballo de Troya a la oveja Dolly, Periférica, 2019.

PETROVIĆ EN SANTO DOMINGO

[…] Mis anfitriones quieren mostrarme otra plaza. Es la plaza de Santo Domingo o la así llamada Plaza de los Escribanos. Y enseguida se nota, a pesar de ser domingo, a pesar de los turistas que hormiguean por todas partes, que este lugar no es tan frecuentado. Cerca está la zona de las pequeñas y las grandes imprentas. Pero mucho antes de ese auge de la imprenta, la misma plaza fue el lugar de la reunión de letrados e iletrados. Por supuesto, son cada vez menos los que ofrecen y los que precisan de tales servicios. Sin embargo, en los costados aún están colocados los pequeños “escritorios” y en cada uno hay una máquina de escribir. Algo parecido a una “oficina” al aire libre.

Fragmento de la plaquette de Goran Petrović, México.jpg, traducción de Dubravka Suznjević, Sexto Piso.

Relámpago.
Relámpago.Foto: Freepik

RELÁMPAGO

Cuando muere mi padre –tendría yo cinco o seis años–, corríamos en esa casa larga de madera que él había construido, era una casa con una galería muy grande donde la lluvia caía furiosamente encima de las láminas de zinc. Yo he sido, sin duda por evocación a mi infancia, más partidario del zinc que de las tejas que suavizan el ruido de la lluvia; me gusta el zinc que registra la lluvia como pegando a un tambor. Estábamos jugando debajo de esa galería y sonaba maravillosamente la música, aquella de la lluvia y el viento. De pronto, comenzaron a descargarse los rayos, los relámpagos, y a retumbar los truenos.

Entonces oí a uno de alguno de mis hermanitos esa palabra: “relámpago”. Al decir mi hermanito “relámpago”, ese tetrasílabo esdrújulo, paré la orejita de niño y me maravilló tanto como si esa palabra contuviera más significado para mí que el ruido, la fiereza, el zumbido y el destello mismo del relámpago. Diríamos que la palabra “relámpago” me fue más RELÁMPAGO que el relámpago. En ese momento descubrí el portento de la palabra. ¡Qué curioso! Nadie me había enseñado nada, ni a silabear siquiera, pero descubrí que en esa palabra había un mundo. Esa fue la revelación. […] Por eso siempre he sido un animal fónico, más que visual. Mi poesía es rítmica y vuelta a la oreja. Es como si yo registrara el mundo no de una sino de muchas orejas.

Esteban Ascencio, Memorias de un poeta. Diálogo con Gonzalo Rojas, Laberinto Ediciones, 2011.