Dos poemas

Artista visual además de editor y poeta, León Plascencia Ñol (Ameca, Jalisco, 1968) es autor de varios
libros, como Animales extranjeros (2021), por el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía
Jaime Sabines, y La música del fin del mundo (2019). En esta ocasión presentamos dos poemas inéditos
de su autoría, que vuelven a temas que le interesan desde hace tiempo: el instante y una “insólita
pasión por nombrar / las cosas extraviadas”, es decir, la lengua como (im)posibilidad de asir la realidad.

LENGUA O LENGUAJE
LENGUA O LENGUAJEFoto: Especial
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LENGUA O LENGUAJE

Una señal, un vínculo equívoco entre lenguaje

y lengua, para decir estoy

aquí a mediatarde, súbitamente

impronunciable, o mejor, pura irradiación

bajo un peso invisible. Atrás queda

la oscuridad de la tormenta para regresar a casa. Hay

una insólita pasión por nombrar

las cosas extraviadas. Aunque la palabra pasión

dé miedo o devaste

una señal de lengua o lenguaje.

Pero permanecimos, es cierto, amparados,

impermeables por la mañana

bajo un blanco quieto. Somos

un desastre con algo de secreto, de guerra

entre lava y levedad, por decir

algo menos. Una señal, un territorio

para el cuerpo. ¿Quién

muerde o modula el metrónomo del lenguaje,

lo azulado del mundo, la animal

soltura del invierno? Mientras camino

encuentro el nombre, sin embargo, hay algo

nuevo en el matiz, la luz invisible

de la acera, el rostro de mi mujer

mientras toma una fotografía o hace un retrato

de alguien quien fui hoy entre el espresso

y los dibujos del cuaderno. No hay

nada nuevo en este invierno, una hora

perdida, unos pasos

evidentes en nuestro barrio, una señal

entre lengua y lenguaje. Un insecto

atraviesa el campo de definición

del retrato. Mi mujer lee algo en su teléfono,

sonríe. Se escuchan unos cláxones.

Hay una partida para encontrar

dónde quedó el itinerario

de cierta expedición que nunca

hicimos. Por cierto.

UNA MANCHA

Qué sensación tan extraña la lluvia que cae,

inconsolable a través de esta tarde de marzo. Casi

tibia, dulce, golpetea contra la ventana

y se irá pronto, igual que el ladrido de los perros

que provienen del departamento vecino. Afuera

el hombre que recoge la basura, sus pasos

de fantasma apresurado, su aire

silencioso en los pasillos de este edificio. Miro

desde el último piso una alfombra de flores

de jacarandas, un grupo de ancianos que charla

en el camellón, la mujer que trota, el pelotón

de bicicletas estacionadas. Hay un bosque,

una melodía en el estéreo que vuelve repetitiva

una y otra vez. Son una serie de notas en apariencia

como un respiro ávido, ralentizado;

su velocidad es fría. Hay alguien capaz de ver

una rasgadura, una mancha de helado en las comisuras,

un estallido de ti, una tarde desplomada.