Dos poemas inéditos
MALMÖS HIMMEL (EL CIELO DE MALMÖ)
“Estamos interesados en el lenguaje
que tú llamas aliento”, dice.
Abro la ventana para que entre el frío, el graznido violento
de las gaviotas, la lluvia
que no cesa, el sonido pertinaz de una avioneta
y las voces de un grupo de árabes que camina por la calle.
Soy incapaz de explicarme por qué suenan a lo lejos
las campanas de la iglesia de St. Johannes, a un lado
de la estación de Triangeln. El Báltico
tiene un azul imposible de describir por ahora, dice. Imagina
un poco el movimiento de las nubes. Sólo notamos
con precisión las torres de los edificios
del siglo XIX, pero aún no entiendo
cuál es su función. Hoy miro desde la ventana
abierta, pero a veces camino entre los bosques
y el otoño viene y los patos parpan entre los canales y
pienso en Thoreau y Hazlitt, como podría pensar en cualquier
cosa, en ciertas piedras, en el graznido de esta
gaviota que no parece irse, dice. Hay una disposición
en este estado de extrañeza por encontrar frases que debemos
enfrentar tenuemente,
como los pasos en la grava de los caminos que unen
un pequeño bosque de pinos y avellanas,
con otro de robles, abedules y álamos.
Hay un orden que no entendemos, una frialdad
característica de ciertos espíritus. ¿Un alce
puede escuchar una canción meditada, escrita
por un cantante de mediados del siglo pasado en un cuarto
solitario de Södermalm en Stockholm? Descubrí
en un diccionario que las urracas urajean o voznan. Esa
urraca que busca lombrices en la tierra húmeda
del cementerio está voznando a las otras
para avisarles que ahí hay un festín, o quizá es una solitaria
que urajea sola, como un sonámbulo
en medio de un patio escolar. Nadie espera
explicaciones con un lenguaje rebuscado o incomprensible, nadie
espera, es cierto, que haya vida en los otros. Son fantasmas
necesarios que lo rodean. Pero nadie busca
un poco de conversación con los difuntos, como dijera
el poeta cubano. Aunque recuerda que tú y yo llegamos
con nuestras bicicletas al cementerio para hacer un homenaje
a nuestros muertos amados y nos tomó por sorpresa
la lluvia repentina, el muro de agua
que por instantes nos separó el mundo. Uno recordará el otoño
como un camino de grava y unas velas
encendidas a unos doscientos metros del canal, dice. Todo
debería considerarse lenguaje, incluso el lenguaje que llamamos aliento.
VIRUS KILLER
En este lugar del mundo, silencioso
como un estornino muerto por la bala
que disparó un niño en North Carolina,
mis pies descansan desnudos
sobre unas telas húmedas que contienen
unas láminas delgadas de metal: lanzan
a intervalos regulares pequeñas descargas
eléctricas. Mi cuerpo quiere limpiarse,
arrojar lo malo que contiene, su singularidad.
Me gusta la palabra singularidad,
su deslavada imagen, su desprendimiento.
Mi cuerpo es un refugio derruido, pero antes
pudo ser cualquier cosa. Aquí en esta isla,
en este lugar del mundo, nado en la orilla
izquierda de mis muertos.
Hay una forma de ignorancia en el dolor.
No hay pérdidas. Intento mantenerme
en forma de muchas maneras.
Nos acercamos peligrosamente a la quietud
del fuego que arde a un lado del teléfono.
Mi cuerpo se limpia. Es una maquinaria
que susurra de manera saludable.
No hay conclusión en ello.
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