¿El imán de Pita Amor?

¿El imán de Pita Amor?
Por:
  • carmen_boullosa

Las fuentes de lo bello, de lo bueno, de lo agradable, etc., están en nosotros mismos; e investigar esas razones es investigar las causas de los placeres de nuestra alma... Sucede frecuentemente que nuestra alma siente placer cuando tiene un sentimiento que no puede separar de sí misma... El no sé qué... Nos impresiona que una persona nos agrade más de lo que en principio nos parecía que debía agradarnos, y quedamos gustosamente sorprendidos de que haya sabido vencer los defectos que nuestros ojos nos muestran y que el corazón no cree.

Barón de Montesquieu,

Ensayo sobre el gusto

Desde hace quince años, Claudia Norman organiza en Nueva York, contra viento y marea, un festival de cultura mexicana (MEXICO NOW). Me convocó a estar en una mesa sobre Pita Amor; porque es ella y porque admiro el trabajo que ha hecho, acepté. A la hora de prepararme para acompañar a Michael Schuessler y Beatriz Espejo, que la conocieron, gozaron o padecieron, y han escrito sobre ella, me avergoncé de haber aceptado. No soy una experta en Pita Amor, no la traté en persona más allá de que tuve la suerte de oírle (u oírla) decir de memoria sus poemas —en el teatro y en la calle—, y de que un día (una nochecita, para ser precisa), por intervención de Alejandro Aura, papá de mis hijos, compañero mío por más de dos décadas, amigo querido hasta el fin de sus días, la recibiéramos en nuestro antiguo teatro y “Centro Cultu-bar” (como le gustaba a Alejandro llamarlo) El Cuervo, que nos habían traspasado Jesusa, Liliana Felipe y Horacio Acosta al empezar los ochenta. Aquel rincón de vida cultural marginal que tuvo en suerte gozar de la riqueza artística de esa década.

Durante los ochenta, quienes ya teníamos treintas capitalizamos a las generaciones anteriores y rechazamos tajantes lo que nos disgustaba o nos resultaba políticamente incorrecto, aunque entonces no lo llamásemos así, porque nosotros éramos los incorrectos, los marginales, sobre todo nosotras, las mujeres, con Jesusa, Magali y Liliana Trece Señoritas o Vacío o Cocinar hombres (mis obras de teatro) y demás. Y como perla estaban Maris Bustamante, Rubén Valencia y Melquiades Herrera con el excepcional Pornoshow —que urbi-et-orbi causó grandísimo placer, y que también nos dio grandes dolores de cabeza con la visita de un señor muy educado del Estado Mayor Presidencial, para pedirnos se retirase la escena en que se hacía burla de la víbora de nuestra bandera. Perdonaban que se hicieran bromas de la Primera Dama (aunque en tiempos de López Portillo fue causa de cierres y caídas en cascada, en otro espectáculo y en el suplemento literario del INBA, desde Bremer hasta Gustavo Sainz, quien dirigía Literatura de Bellas Artes).

En el Pornoshow (maravilloso de todo punto) vimos por primera vez a ese milagro cómico, Andrés Bustamante, hermano de Maris; entonces no quería ser cómico, era algo que él tenía natural y lo adoramos, porque no se podía hacer menos.

COMO GENERACIÓN fuimos inflexibles contra lo que considerábamos nuestros enemigos. Por ejemplo, un domingo, Jaime López apareció en el monopolio televisivo. Los martes se presentaba con nosotros, invariablemente a teatro lleno. Tras su entrevista en Televisa, la barda de la esquina de nuestro lugar, El Cuervo, amaneció con una pinta, una leyenda en enormes letras: LÓPEZ CAMBIA A PEPSI. La reacción no paró ahí: su público lo castigó, nadie se presentó a oírlo, fue un martes vacío, como lo fue el siguiente. Jaime suspendió esa temporada, en lo que bajó el enojo de los incorrectos.

Recuerdo una conversación con Monsiváis, algunos meses después: argumentaba que no había duda, que Jaime López requería, necesitaba a Televisa —lo mismo que ocurría, decía Carlos, con Andrés Bustamante—. Yo, ochentera, dije que no y que no. Estaba equivocada, como lo estaba mi tribu.

El radicalismo de nosotros, los incorrectos de los ochenta, permitía (repito), permitía y podía y ejercía con discreción el derecho y el gozo de respetar a las generaciones previas, pero seleccionando con poca liberalidad.

Tomo como ejemplo lo que se presentaba en nuestro teatrobar. En las lecturas literarias de los miércoles en El Cuervo participaron Arreola, Mutis, Monterroso: eran nuestros maestros. No leyó Octavio Paz —lo lamento, pero Alejandro y él no podían verse ni en pintura, creo que por el factor Efraín Huerta—. Lamento esa ausencia, también por haberme perdido el experimento sociológico: ¿habría ido el público de aquel lugar, que no era poco, a escuchar y adorar a Octavio Paz, o le habrían hecho el vacío? No sé. Prefiero guardar en mi memoria la posibilidad de que hubiésemos tenido, como grupo, la inteligencia elemental para manifestarle nuestra admiración. Y como aún no aparecía en nuestras vidas el factor Cuauhtémoc Cárdenas, como aún no escribía Paz defendiendo la victoria electoral de Salinas, puedo confiar en que el lugar se hubiera llenado y las manifestaciones de admiración hubiesen sido totales.

De lo que estoy segura es de que el espíritu de respeto por los grandes maestros literarios no fue el motivo por el que Pita Amor estuvo ahí un miércoles. Los miércoles iban los consagrados e iban también los que nos gustaban. Los consagrados llenaban el salón a reventar; los de nuestro gusto, no siempre. Pita fue por nuestro gusto y tuvo el salón a reventar: gustaba a los nuestros. No la veíamos como  una maestra a la manera de Rulfo, Arreola, Monterroso o Mutis. No se imponía como una autoridad literaria. Nada más lejano a ella. Era un asunto, repito, de gusto.

"Rechazamos tajantes lo que nos resultaba políticamente incorrecto, aunque entonces no lo llamásemos así porque nosotros éramos los incorrectos".

QUIERO, COMO HOMENAJE a Pita Amor, contribuir con una mirada a nuestra relación entre su poética y nuestro gusto. Valdrá como intento por descifrar la excepcionalidad de su persona literaria y la también excepcional recepción de que fue objeto.

La poesía de Pita Amor era clásica y tradicional en tiempos de ruptura y desafíos formales, de reconstrucción de la idea misma de la poesía. Pita era vieja cuando los menores de treinta coreábamos el Desconfía de los mayores de treinta (habíamos aprendido de nuestros un poco mayores). Se empecinó en retomar, revivir y vitalizar formas que no estaban ni con la moda, ni con el gusto imperante. Y se empecinó en llevar vida de bohemia cuando debería haber sido una viejecita venerable.

Por eso necesito contestarme: ¿por qué nuestro gusto levantó, contra toda lógica, a Pita Amor? Porque a primera vista, su obra y persona iban contra nuestra voluntad estética y política, y en contra de la tensión formal en la que habíamos crecido. También contra la sensibilidad educada por el libro de texto gratuito y contra la retórica imperante —para bien y para mal— posrevolucionaria y pos68 (duplaposrevolucionaria).

En el momento mexicano de los ochenta, ¿qué quiso decirnos nuestra pasión por Pita, en contraste con el total olvido en el que tuvimos (hasta un extremo criminal) a Nellie Campobello? Como sabemos, Nellie fue secuestrada y asesinada por su secretaria y su abogado para despojarla de los tesoros de arte revolucionario que poseía —las pinturas, los telones que los grandes maestros le habían pintado para la Compañía de Danza—, mientras que nosotros, quienes deberíamos haber sido sus lectores, la habíamos matado antes porque no estaba en nuestros libreros ni conversaciones ni lecturas. La matamos en nuestro presente y un par de pillos (hoy libres, gracias a la desjusticia mexicana) aprovecharon el féretro en que la tendíamos. Nosotros invisibilizamos y deslegitimamos a Nellie Campobello, y dimos a Pita Amor un cetro.

LA FAMILIA DE PITA fue desfavorecida por la Revolución y su hacienda fue ocupada por las fuerzas de un vaquero que había trabajado para la familia: Zapata. Nellie Campobello, en cambio, adoraba a Francisco Villa, lo conoció personalmente, escribió un libro sobre él y presenció, desde los ojos del pueblo, la revolufia. Nellie tuvo una relación amorosa con una de las puntas de lanza novelísticas de la Revolución Mexicana: Martín Luis Guzmán fue el amor de su vida, mismo que, podemos pensar, no tenía ninguna gana de que ella fuese adorada por nosotros. Cuando tuvo poder, no colaboró a que fuera nuestra, no luchó por darle un asiento en la Academia de la Lengua o en el Colegio Nacional. No le peleó un premio importante y merecido, no intervino para que hubiera ediciones de su obra al alcance de todos, no cooperó a hacer la ventana al México nuestro desde la cual debíamos haberla adorado. No hubo nada para Nellie, pero sí todo para él mismo. Hombres necios...

Seguían siendo los tiempos en que México veía con desprecio a María Izquierdo, a Frida Kahlo, esas mujeres. Nellie no estaba sola. Después, Martín Luis Guzmán perdió el juego político. Defendió a Díaz Ordaz ante la matanza de estudiantes, lo llamó “ágil, lúcido, esforzado, vigoroso”, y dirigiéndose a él dijo:

No dio usted ni un paso más de los estrictamente necesarios para que la paz en México y la vigencia de las instituciones democráticas que nos rigen resistieran la embestida que se les preparaba. Lo felicitamos a usted, señor, y si, efectivamente, en algo fallamos a esa hora, lo lamentamos sin la menor reserva y esto hace que nuestra felicitación resulte aún mayor.

El escritor también acusó al movimiento de estudiantes de “avieso, turbio, mendaz, subversivo, enfocado hacia la guerrilla y el terror” —cito a Julio Scherer en ambos casos, en "Los héroes del 68 según Martín Luis Guzmán", Nexos, 1 de enero de 1988—.

No fue el error de 68 de Martín Luis Guzmán lo que pesó contra Nellie, porque Nellie Campobello ya no pesaba. Había desaparecido.

"Los suyos son a menudo versos geniales. Tan geniales que, para perdonárselos, hubo un momento en el que todoméxico se convenció de que no podía ser ésa quien los escribiese. Atribuyeron sus versos a Alfonso Reyes".

REGRESO A PITA AMOR. La necesidad, por motivos personales, que tuvo Pita de abolir imaginariamente la Revolución Mexicana —esa barca donde viajó por décadas todo el país, el artístico, el económico, el imaginario—, dispuso que la sensibilidad, el gusto y las formas de Pita Amor olieran como al pasado. Ella había optado, visceral, por escribir con las formas y el imaginario clásico. De ahí los versos “Dios, invención admirable, hecha de ansiedad humana”. Los suyos son a menudo versos geniales. Tan geniales que, para perdonárselos —porque en México escasea la admiración—, hubo un momento en el que todoméxico se convenció de que no podía ser ésa quien los escribiese. Atribuyeron sus versos a Alfonso Reyes. Es otra historia, en la que tanto juega la misoginia como el ánimo mexicano, tan desadmirador.

CUANDO EN PITA se formaba la persona poética, México iba hacia otro rumbo. El país creador y artístico no deseaba las formas y figuras clásicas, sino reformular la realidad. El oxígeno santificador de la Revolución daría grandes figuras, poetas, pintores, músicos, y también daría muchos raros, raros que deseaban romper, no ser clásicos, crear nuevas formas.

Era, pues, por lo menos improbable que adoptásemos a Pita, que nuestro gusto la entronizase. Era un afecto imprevisible —y en verdad parecería un imposible para mi generación—. Pita Amor optaba por las formas clásicas, cuando todos deseábamos las formas nuevas. Y además estaba su imagen. Era la época de ser medio jipiteca pero limpio, mientras Pita aparecía públicamente como una borrachita mendicante, ataviada como un personaje de la corte del rey francés Luis Felipe.

Había sido modelo, actriz de pelis, estrella del cabaret, seguía siendo una resonante embriagada en la Zona Rosa, epítome de la libertad imaginaria y sexual. Terminó en el papel de la rancia.

HE VUELTO A VER el cortometraje de Ximena Cuevas y Jesusa Rodríguez, Víctimas del pecado neoliberal, en el que revisitan los crímenes políticos de la época: Colosio, arzobispo Posadas, Ruiz Massieu. En el cortometraje, disponible en YouTube, escuchamos a Zedillo: “Los malosos quieren acabarnos”. Se repite una frase: “Al menos me queda el consuelo de que con su muerte terminará el reino de los gángsters”. Y por si nos queda alguna duda, cada recreación en cabaret de un asesinato político comienza en el Monumento de la Revolución.

Mi punto es que Pita Amor resultó adorable para esa generación porque era un punto de regreso anterior a la Revolución, desde el cual nuestro podrido presente podría reconstruirse. Era un festejo hermoso, divertido, nos propulsaba a otra historia. La leíamos como un distinto punto de partida, algo cómico y grotesco, pero formidable.

Pronto vendría la oposición masiva a Salinas y al PRI, Cuauhtémoc Cárdenas, el voto que nos robaron. Pita estaba ahí, ya la queríamos y fue, de manera simbólica, punto de encuentro entre la revuelta y el trono conquistado por las políticas neoliberales. Ese tipo de revuelta mexicana tan único, tan especial, que a su manera encarna Pita Amor. Y por eso, me parece, la amamos.