Alfredo Castillo

¿Hasta dónde debe llegar el sacrificio de los padres en el deporte?

DE VICTORIAS Y DERROTAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Para toda la Familia Maymon

Hace tiempo me tocó conocer a un papá que se fue a vivir por cuestiones de trabajo a Estados Unidos. Su hijo era muy destacado en México en su deporte, pero ante la falta de apoyo, competencia y demás, lo abandonó. Paradojas de la vida, a donde llegaron a establecerse, vivía uno de los mejores entrenadores del mundo en el deporte que practicaba su hijo. Ante dicha oportunidad, el hijo volvió a entrenar y competir. En menos de dos años, ya se destacaba como uno de los diez mejores a nivel nacional.

La historia era perfecta hasta que al papá lo llamaron de nueva cuenta a trabajar en México.

El hijo deportista se opuso a regresar, pero los demás hermanos y su propia madre sentían que ya habían cumplido su ciclo en Estados Unidos. Extrañaban a sus familiares y amigos, el apoyo de personal en las labores del hogar, la comida, etc. Cuando el padre me platicó la historia me dijo que su hijo no le perdonó el haberse regresado.

En este caso, la familia no se fue al extranjero a que su hijo triunfara en el deporte. Pero hay muchos casos en donde si lo hacen, y el sacrificio no sólo es para el atleta que entrena y compite, sino para la familia completa que invierte todo su tiempo y dinero para que alguno de sus hijos alcance el sueño de ser profesional.

Hay un sinfín de historias donde sábados, domingos, días festivos y periodos vacacionales durante años, fue ir a los torneos o partidos de alguno de los hijos, acompañados la mayoría de las veces de los hermanos porque no había con quien dejarlos. Lo que inició como una ilusión al paso del tiempo se empieza a transformar en un sinnúmero de emociones. Cuando se gana, parece que escoger el camino ha sido fácil, pero cuando llegan las rachas de las derrotas, pareciera que todo ha sido en vano, y los reclamos, conflictos y momentos de duda o incertidumbre se empiezan a hacer presente a cada momento.

¿Qué pasa entonces? Que la ilusión ya no es suficiente, que el dinero empieza a escasear ante tanto torneo y salida, que los hermanos han crecido y quieren tener una vida diferente a ser espectadores de las victorias o derrotas del hermano atleta. Y ahí la familia en su conjunto tiene que tomar una decisión.

Primero dejan de viajar todos para enfocarse en que sólo el padre o la madre acompañe al hijo que compite. Después, si se tienen los recursos económicos, llega el momento de “soltar” al niño y mandarlo a una academia lejos de la familia. Y existe el último caso en donde en aras de que alcance la gloria alguno de los hijos, toda la familia se sacrifica.

En estos casos, se inserta una presión adicional al hijo, mucho más fuerte que ganar o perder un partido en un torneo. Porque ahora ya no sólo se juega el pase a la siguiente ronda, sino la justificación y la razón de que sus padres hicieron lo correcto al dejar todo por él o ella.

Y es aquí donde surge la pregunta que motiva esta columna ¿Hasta dónde se debe acompañar este sueño y hasta donde debe llegar el sacrificio de los padres? ¿Qué implicaciones tiene para los demás miembros de la familia quienes, sin deberla ni temerla, su infancia y adolescencia se convirtió en ser espectadores de todas y cada una de las competencias de alguno de sus hermanos? ¿En qué momento este sueño puede convertirse en una obsesión infructuosa sin punto de retorno?

Estas preguntas me llevan a una primera conclusión: no basta que sea sólo el sueño del menor, si éste no es compartido por los padres. Y de la misma manera, no es suficiente el deseo de los padres, si éste no está acompañado del mismo deseo por parte del hijo.

Cuando la fijación es sólo de los padres, el hijo competirá hasta que tenga la edad suficiente para “tirar la toalla” y decirles que no vuelve a ir a un entrenamiento o a clasificarse a un torneo. Pero cuando la obsesión es del menor, entonces si es una gran interrogante saber cuál es el límite.

Yo soy uno de esos padres que lo vivo y me lo cuestiono de manera recurrente, porque tengo tres hijos que compiten en tres disciplinas diferentes en torneos nacionales. Tuve la suerte que una de mis hijas terminara el año como número uno del país en su categoría, otra que calificó a un Mundial y representará a México en menos de tres meses en Butami, Georgia, y otro hijo que, aunque todavía no ha ganado, se ha destacado siempre en los torneos donde ha participado.

Por ellos, me quedé sin fines de semana y sin fechas de vacaciones porque siempre hay alguno que compite. Y cuando platico de ellos casi siempre la pregunta que me hacen es ¿Hasta dónde quieres que lleguen o cuál es la meta? ¿Qué estás dispuesto a sacrificar para que lo puedan lograr?

Y en esas conversaciones, una cantidad considerable de padres, conocidos o amigos en común me han platicado un sinfín de anécdotas de sacrificios que hicieron ellos o algún conocido en el afán de que sus hijos triunfaran.

Yo a todos les he dicho que me gustaría que pudieran alcanzar una buena beca en una universidad de prestigio en el extranjero como una primera meta. Cuando he dicho esto nadie me lo discute; sin embargo, he escuchado decir a varios entrenadores y a uno que otro papá cuando hablan de algún chico en particular “Sí es muy bueno, pero es conformista, sólo se quiere ir becado a una buena universidad.”

Desde mi punto de vista, a diferencia de épocas pasadas, la universidad y el profesionalismo ya no se anteponen sino por el contrario. Hace algunos años había que optar entre seguir los estudios universitarios o dedicarse a ser profesional, porque a los 23 años acababas la carrera y a los 28 los atletas se retiraban. En la actualidad, con los nuevos planes de estudio, junto con los avances en la ciencia, puedes terminar la universidad a los 21 y competir hasta arriba de los 35 años sin ningún problema (Quien podrá decir que en un futuro no muy lejano esto se pueda ampliar hasta arriba de los 40 años o más). Por eso digo que el primer objetivo debe ser terminar la universidad y después si eres muy muy bueno, la consecuencia lógica será el profesionalismo, pero no te debe de correr prisa o urgencia, hay tiempo para todo.

Por lo anterior, sostendría que sí el sueño y la obsesión es compartida entre padres e hijos, no desistas, pero disfrútalo. Si no estás dispuesto a dejar unas vacaciones en la playa por asistir a un torneo en las condiciones que he narrado en columnas anteriores, este camino no es para ti.

La felicidad no tiene que ser la misma para todos, a algunos se los dará el ver brillar a sus hijos en la televisión, a otros lograr una beca universitaria, para algunos más podrá bastar con haberlos alejado de los vicios en su infancia o adolescencia. Pero si al final amaste el proceso, cualquiera de ellos habrá valido la pena.