Una lectura objetiva de las cifras del PIB

BRÚJULA ECONÓMICA

Arturo Vieyra*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Arturo Vieyra
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Las cifras de crecimiento económico en nuestro país son objeto de diversas interpretaciones en la actual contienda electoral presentando evaluaciones negativas o positivas según sea el caso más conveniente para cada bando.

No obstante, desde mi punto de vista ambas interpretaciones, aunque correctas, son parciales y en ocasiones fuera del contexto nacional e internacional bajo el cual se desempeña la actividad económica mexicana.

Considero que a la luz de los cambios estructurales que ha mostrado la economía mexicana en los últimos años, hay varios puntos de análisis que precisar para entender y evaluar correctamente la dinámica productiva.

En primer lugar, es un hecho innegable lo que por el lado de la oposición se destaca, que durante la presente administración el crecimiento económico promedio será raquítico con una tasa de crecimiento promedio anual aproximada al 0.8%.

Este magro resultado en materia del crecimiento del PIB está influido principalmente por el impacto de la pandemia sobre la actividad. El cierre impresionante de negocios, industrias y el encierro de la población promovieron una recesión a nivel mundial que en México se tradujo en una dramática caída del producto de -8.6% en 2020. Algunos analistas tienen la osadía de comparar esta caída con la reducción del PIB de los Estados Unidos de sólo -2-2% en el mismo año, e incluso, durante los últimos cinco años el PIB de ese país ha crecido en promedio a una tasa promedio anual de 2%.

Esta comparación es completamente improcedente si no se toma en cuenta que el vecino del norte inyectó cinco trillones de dólares y redujo la tasa de interés a cero para impulsar su economía, en tanto que en México sólo se impulsó la salida a la crisis reduciendo la tasa de interés. Impulsar la reactivación con mayor déficit fiscal hubiera significado un desequilibrio macroeconómico mayor (devaluación, mayor inflación y más altas tasas de interés), que ahora mismo se estaría criticando con mayor ahínco, y principalmente, haría mucho más complicado el camino hacia un crecimiento sostenible.

Frente al pesimismo a ultranza de la oposición está el optimismo que de manera, también parcial, trató de señalar la candidata del oficialismo al comparar el crecimiento del 3.2% del PIB el año pasado con el promedio de 2.5% del llamado periodo “neoliberal”. Sin duda una comparación improcedente.

Posiblemente lo que la candidata oficialista quiso expresar es que después de la crisis de 2020 y del rebote del año siguiente (el PIB creció 5.7%) la economía, pasada la tormenta de la crisis mundial, tomó un rumbo diferente por al menos tres factores que revelan la naturaleza del nuevo modelo.

En primer lugar, efectivamente se ha acelerado el ritmo de crecimiento y posiblemente en los últimos tres años del sexenio la economía crecerá a un ritmo promedio anual de 3.1%. En segundo lugar, estos resultados de crecimiento son apoyados por una mayor contribución de la demanda interna; es decir, del consumo y la inversión pública y privada.

En tercer lugar, un cambio fundamental que cumple con uno de los objetivos de la actual administración es que el crecimiento durante los cinco años de gobierno se ha fortalecido por un mayor avance de la zona sur del país (Campeche, Quintana Roo, Tabasco, Yucatán, Oaxaca, Tabasco y Guerrero), que creció a una tasa promedio anual de 1.65% versus 0.5% en el resto del país, apoyando así las zonas más necesitadas en materia de crecimiento y empleo.

En conclusión, una lectura de las cifras de crecimiento requiere seriedad y objetividad en su interpretación para poder ser un apoyo a las políticas públicas y a la toma de decisiones en el sector privado. No necesariamente deben ser una bandera política.