Julio Trujillo

Cuando Daniel Dennett leyó a Borges

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Tender un puente entre la filosofía y la ciencia con una prosa legible y generosa fue la gran aportación de Daniel Dennett, fallecido el sábado pasado a los 82 años de edad.

Ese brinco de un pensador abstracto a los terrenos verificables de la ciencia provocó en Dennett una duda particularísima: ¿qué pasa cuando se te duerme la mano y se transforma en un ser extraño, entumecido, fuera de control? Eso no es filosofía, le dijeron los filósofos. Pues debería serlo, respondió él, deberíamos saber qué pasa con nuestro cuerpo, con nuestra mente. “En ese entonces, yo no sabía lo que era una neurona, pero aprendí”, dijo en una entrevista, y ese conocimiento nos ha dado una aventura intelectual que permanece en sus libros, destacadamente en Consciousness Explained (1991), en Darwin’s Dangerous Idea: Evolution and The Meanings of Life (1995) y, recientemente, en sus memorias I’ve Been Thinking (2023). Su apasionada y perseverante defensa del evolucionismo le ha merecido que lo incluyan entre los “cuatro jinetes” del ateísmo, junto con Christopher Hitchens, Richard Dawkins y Sam Harris. Fue un lector voraz cuyo filtro cartesiano nunca se peleó con el asombro y la maravilla que aporta la realidad.

Con la noticia de su muerte, volví a unas muy entretenidas páginas suyas en las que aborda a un monstruo tutelar, Borges, y su muy conocida fantasía “La biblioteca de Babel”. En ese relato Borges postula la apenas concebible existencia de una biblioteca que aloje todos los libros posibles como resultado de la combinación vertiginosa de los veinticinco símbolos ortográficos. La alucinante cifra de textos que propone Borges incluye una gran mayoría de combinaciones de letras sin sentido, y muy excepcionalmente, en ese pesadillesco lugar cuyos pasillos podrían recorrerse durante milenios, un par de palabras ligadas significando algo para nuestro entendimiento. Dennett se descubre maravillado ante la posibilidad de combinar todas las letras, y se pone manos a la obra para hacernos entender semejante salvajada. “Si un volumen legible de la Biblioteca fuera tan fácil de encontrar como una gota particular en el océano, no tendríamos problemas. Moby Dick está en la Biblioteca de Babel, por supuesto, pero también 100,000,000 de impostores mutantes que difieren del canónico Moby Dick por un solo error tipográfico. Ése no es aún un número vasto, pero el total aumenta rápidamente cuando añadimos las variantes que difieren por 2, o 10, o 1000 erratas. Incluso un volumen con 1000 erratas –dos por página en promedio—sería reconocible inequívocamente como Moby Dick, y hay vastamente muchos de esos volúmenes. No importaría cuál de estos volúmenes encontraras, si tan sólo pudieras encontrar uno. Casi todos serían una lectura igualmente maravillosa, y todos contarían la misma historia, excepto por diferencias verdaderamente insignificantes, casi indiscernibles. Pero no todos, sin embargo. A veces una sola errata, en una ubicación crucial, puede ser fatal. Peter de Vries, otro escritor de ficciones deliciosamente filosóficas, una vez publicó una novela que comenzaba:

‘Call me, Ishmael’

¡Oh, lo que puede hacer una sola coma!”

¿Y por qué Dennett se detiene con tanto detalle en ese cuento de Borges? Para postular su propia “Biblioteca de Mendel”, que contiene todos los posibles genomas, es decir, las secuencias de ADN. Dennett admite que su fantasía es un tanto más modesta que la de Borges: “El código estándar para describir el ADN consiste sólo de cuatro caracteres, A, C, G y T, cuyas permutaciones ya están incluidas en la Biblioteca de Babel”.

Me gusta pensar que, en una página de un libro imposible de encontrar de la biblioteca, Daniel Dennett y Jorge Luis Borges coinciden y conversan eternamente.