Seres fantásticos, artefactos para volar, evocaciones eróticas e instrumentos musicales han salido de la mente y las manos de Mario Martín del Campo por más de 50 años, son piezas escultóricas que se mecen entre el renacentismo y la actualidad, y toman forma gracias a la plata, el oro, el vidrio, el papel y la madera, entre
otros materiales.
Camino andado. Mario Martín del Campo es una muestra en el Museo Franz Mayer que reúne 132 piezas del artista plástico para revisar su trayectoria en la que también se desempeñó dentro de la escenografía y la creación de vestuario, especialmente para óperas como Don Giovanni y Falstaff.
En la Sala II de exposiciones temporales destacan los destellos de la plata, un metal en el que el artista ha desarrollado gran parte de sus creaciones, porque recupera su identidad como mexicano.
“¿Por qué tanta plata? México es el país que más produce este metal, entonces siempre le he pregunto a los escultores por qué no trabajan en este material, claro que es caro, pero es nuestro, es un lenguaje propio”, destaca el creador en entrevista con La Razón.
Un termómetro que mide la virilidad, una serie de máscaras, un nivel de emociones, un biombo inspirado en la obra de El Bosco, una bicicleta de madera con las llantas deformadas, son algunas de las piezas que introducen al asistente en una atmósfera en la que reina la
realidad fantástica.
Son dibujos, esculturas y piezas de arte objeto que hacen de una idea en la que los sueños tienen total influencia. “Son inventos que se van desarrollando y fluyendo”, explica.
Pero esa libertad no es arbitraría, sino simplemente el camino para expresar las obsesiones del artista, quien asegura que toda pieza debe tener un fondo para trascender su uso como simple elemento para embellecer espacios. “El arte debe tener propuesta, lenguaje y contenido, si esto no se logra, solo se trata de piezas decorativas. El realismo fantástico que presento tiene por objetivo que la gente vea su propia historia en cada una de las obras, que interprete de la forma que quiera y eso te lleve a un
pensamiento”, detalla.
Volar constituye una base fuerte para su discurso: “Todos soñamos con volar, es algo recurrente entre los seres humanos, de ese impulso nacen las hélices, los aviones... de la idea de que todos nos elevamos y caemos, pero también de que en ese momento tenemos un espacio que nos da felicidad, libertad”.
Aunque las piezas de Martín del Campo parecen sacadas de otro mundo, el escultor asegura que México es quien lo inspira: “vivimos en un ambiente surrealista, por eso estamos aquí, si estuviéramos pensado en los problemas de la política y la situación del país ya no existiríamos, esta nación es tan grande con su cultura, las raíces y los jóvenes, son los elementos que nos salvan”.
En ese sentido, destaca la importancia de que las nuevas generaciones “piensen en el arte, en la música, en la poesía. La juventud hace muchas locuras me tocó el 68 en el que pensábamos que íbamos a cambiar el país y no, pero fue un parteaguas para el sistema, lo importante es saber encaminar sus ideas, esa es la labor de las familias y la educación, aunque el problema siempre es el presupuesto dedicado para eso”.
Finalmente, al hacer un balance de su actividad en estos 50 años, asegura que lo que le falta es “tiempo para hacer más cosas, tengo muchos proyectos por delante, quiero seguir trabajando con las ideas que tengo y tal vez en dos o tres años me vuelvo pintor abstracto porque en México no sabes a dónde vas a acabar”.