La poesía de Antonio Gamoneda ( Oviedo, España, 1931), ha adquirido con el paso del tiempo un lugar central entre los poetas de la llamada “generación del 50” – Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez y Francisco Brines -, hasta el punto de que sea frecuente la denominación crítica “Generación Rodríguez-Gamoneda”. El cambio de sensibilidad que tras los realismos poéticos llevaron a la poesía de los 70- 80, encontró en libros como Edad su vehículo más influyente. El movimiento centrípeto que va de la vida y su relumbre fulgurante al conocimiento interior es la impronta que marca esta poesía de revelación. En una reciente antología, él mismo se define como “un hombre ya entrado en años que ama la vida en la perspectiva de la muerte y que no recuerda haber mentido nunca cuando su lenguaje ha sido el lenguaje de la revelación". La lectura de su poesía trae el estremecimiento de un poeta en estado puro a lo largo de toda su trayectoria: el entusiasmo y la exaltación panteístas propios de su adoslencia y juventud, la integración del dolor en su mundo poético, y la preocupación por la vejez y la muerte. Poeta visionario y órfico, cantor de la revelación y de la fusión con el universo. Este Gamoneda absoluto habla desde el absoluto para señalarnos la sensación estremecida de lo real, el tacto de la piel, los susurros, las sombras, los gestos alados, la mirada detenida en el paso del tiempo… La encarnación del espíritu gracias a la poesía: el ser de las cosas cotidianas, la naturaleza, el ser. Su obra, de una fuerza excepcional, ha sido reconocida con casi todos los premios posibles, ha recibido entre otros, el Premio Castilla y León de las Letras en 1985, el Premio Nacional de Poesía en 1988 por Edad y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana XV Edición por el conjunto de su obra, y recientemente con el Premio Cervantes de Letras. Parte de su obra está contenida en los siguientes volúmenes: Sublevación inmóvil, 1960; Descripción de la mentira 1977 y 1986; León de las miradas, 1979 y 1990; Blues castellano, 1982; Lápidas, 1986; Edad, 1988; Libro del frío, 1992; Libro de los venenos, 1995; ¿Tú?, 1998; Sólo luz, 2000, y Cecilia, 2004.
Caigo sobre unas manos
Cuando no sabía
aún que yo vivía en unas manos,
ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón
Yo sentía que la noche era dulce
como una leche silenciosa. Y grande.
Mucho más grande que mi vida.
Madre:
era tus manos y la noche juntas.
Por eso aquella oscuridad me amaba.
No lo recuerdo pero está conmigo.
Donde yo existo más, en lo olvidado,
están las y la noche.
A veces,
cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra
y ya no puedo más y está vacío
el mundo, alguna vez, sube el olvido
aún al corazón.
Y me arrodillo
a respirar tus manos.
Bajo
y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;
y tus manos son grandes; y la noche
viene otra vez. Viene otra vez.
Descanso
de ser hombre, descanso de ser hombre.
Blues del nacimiento
Nació mi hija con el rostro ensangrentado
y no me la dejaron ver despacio.
Nació mi hija con el rostro ensangrentado
pero me la quitaron de las manos.
Mi hija ahora ya va a hacer tres años
y habla conmigo y ella ve mi rostro.
Mi hija ahora ya va a hacer tres años
y canta y piensa pero ve mi rostro.
Yo ahora ya no me pregunto
por qué se ama a un rostro ensangrentado.
De "Libro del frío", 1992: Selección de aforismos
Pavana Impura:
Tu cabello en sus manos; arde en las manos del vigilante de la nieve.
Son las cebadas, la siesta de las serpientes y tu cabello en el pasado.
Abre tus ojos para que yo vea las cebadas blancas: tu cabeza en las manos del vigilante de la nieve.
* * *
Todos los árboles se han puesto a gemir dentro de mi espíritu al recordar tus bragas en la oscuridad, la luz debajo de tu piel, tus pétalos vivientes.
Atravesando los aniversarios, a veces viajan las palomas ebrias.
Venga desnuda tu misericordia, ah paloma mortal, hija del campo.
* * *
El mirlo en la incandescencia de tus labios se extingue.
Yo siento en ti grandes heridas y te desnudas en mis fuentes.
Se extingue el mirlo en las alcobas blancas donde soy ciego, donde, algunas veces, suenan en ti grandes campanas.
* * * Busco tu piel inconfesable, tu piel ungida por la tristeza de las serpientes; distingo tus asuntos invisibles, el rastro frío del corazón. Hubiera visto tu cinta ensangrentada, tu llanto entre cristales y no tu llaga amarilla, pero mi sueño vive debajo de tus párpados.
* * *
La inexistencia es hueca como las máscaras y su visión es lívida, pero tú oyes el grito de las madres del agua y acaricias los ojos que vieron la inexistencia.
* * *
Nuestros cuerpos se comprenden cada vez más tristemente, pero yo amo esta púrpura desolada.
Ah la flor negra de los dormitorios, ah las pastillas del amanecer.
* * *
Entra otra vez en las alcobas blancas.
Grandes son las jarras de la tristeza en las manos mortales.
Entra otra vez en las alcobas blancas.
* * *
Amor que duras en mis labios: Hay una miel sin esperanza bajo las hélices y las sombras de las grandes mujeres y en la agonía del verano baja como mercurio hasta la llaga azul del corazón. Amor que duras: llora entre mis piernas, come la miel sin esperanza.
* * *
Ha venido tu lengua; está en mi boca
como una fruta en la melancolía.
Ten piedad en mi boca: liba, lame,
amor mío, la sombra.
* * *
Llegan los animales del silencio, pero debajo de tu piel arde la amapola amarilla, la flor del mar ante los muros calcinados por el viento y el llanto.
Es la impureza y la piedad, el alimento de los cuerpos abandonados por la esperanza.
* * *
He envejecido dentro de tus ojos; eras la dulzura y el exterminio y yo amé tu cuerpo en sus frutos nocturnos.
Tu inocencia es como un cuchillo delante de mi rostro,
pero tú pesas en mi corazón y, como una miel oscura, yo te siento en mis labios al ir hacia la muerte.
* * *
Eres como la flor de los agonizantes
que es invisible mas su aroma entra
en la sombra nasal y es la delicia,
todo en la vida, durante algún tiempo.
* * *
En la humedad me amas
y eres azul en tus pezones. hablas
suavemente en mis labios y regresas
a tu prisión en la melancolía.
* * *
Tu cabello encanece entre mis manos y, como aguas silenciosas, nos abandonan los recuerdos. siento la frialdad de la existencia pero tu olor se extiende en las habitaciones y tu lascivia vive en mi corazón y entra mi pensamiento en tus heridas.
* * *
En la ebriedad le rodeaban mujeres, sombra, policía, viento.
Ponía venas en las urces cárdenas, vértigo en la pureza; la flor furiosa de la escarcha era azul en su oído.
Rosas, serpientes y cucharas eran bellas mientras permanecían en sus manos.
* * *
Era incesante en la pasión vacía. Los perros olfateaban su pureza y sus manos heridas por los ácidos. En el amanecer, oculto entre las sebes blancas, agonizaba ante las carreteras, veía entrar las sombras en la nieve, hervir la niebla en la ciudad profunda.
* * *
Vigilaba la serenidad adherida a las sombras, los círculos donde se depositan flores abrasadas, la inclinación de los sarmientos.
Algunas tardes, su mano incomprensible nos conducía al lugar sin nombre, a la melancolía de las herramientas abandonadas. Cada mañana ponía en los arroyos acero y lágrimas y adiestraba a los pájaros en la canción de la ira: el arroyo claro para la hija dulcemente imbécil; el agua azul para la mujer sin esperanza, la que olía a vértigo y a luz, sola en el albañal entre banderas blancas, fría bajo la sarga y los párpados ya amarillos de amor. Era incesante en la pasión vacía. Los perros olfateaban su pureza y sus manos heridas por los ácidos. En el amanecer, oculto entre las sebes blancas, agonizaba ante las carreteras, veía entrar las sombras en la nieve, hervir la niebla en la ciudad profunda
Aún:
Hubo un tiempo en que mis únicas pasiones eran la pobreza y la lluvia.
Ahora siento la pureza de los límites y mi pasión no existiría si dijese su nombre.