Comparte lienzo del mundo cultural

El poeta, narrador, periodista y editor José Ángel Leyva (Durango, 1958) pone a disposición de los lectores Anacrónicas (FCE, 2021): conjunto de textos que transita por el periodismo narrativo, la crónica y el apunte personal desde una tentadora acotación literaria tutelada por los laberintos de la memoria: pasado y presente derramados en un pañuelo de relumbrantes episodios. Reseñas de episodios de personajes destacados de la cultura latinoamericana empalmados con vivencias de visitas a Cuba, Colombia, Chile y Estados Unidos.

Cuatro estaciones se despliegan en estas anacronías terrenales y caritativas: Uno: Vlady, Santero cubano, Viuda de Revueltas; Dos: Nicanor Parra, Juan Gelman, Ledo Ivo, Boccanera, Rafael Ramírez Heredia, Los Evodios de Durango; Tres: Colombia, Juan Manuel Roca, Jotamario, La vorágine; Cuatro: Ciudad Juárez, Superbarrio, El Torito, 19-S. Marcha interpolada por impresiones de lo vivido y de aquello que aceptamos como irreparable en los atajos de la vida.

“Esta compilación de textos está enmarcada en los descensos de la reminiscencia. Narraciones evocativas de personajes cercanos y de episodios que se sitúan en espacios literarios. La memoria está bajo las órdenes del corazón, estos pasajes que describo brotan de impresiones que han dejado huellas en mi vida. Amigos, ciudades, poemas, encuentros, pintores, traslados, conversaciones, voces y pausas. Fragmentos de actos cotidianos desde una mirada muy personal”, expresó, en conversación con La Razón, José Ángel Leyva.

¿Por qué el título de Anacrónicas? Con ese prefijo (ana), quizás estoy señalando un vuelco al pasado; la crónica en el propósito de narrar la actualidad y estas anacronías mías en un viaje por incidentes del pasado en un sentido de rompimiento con un orden sucesivos. De ahí que sean textos anacrónicos.

¿Un santero cubano que habla de Pancho Villa? Fue un encuentro muy singular en un viaje que hice a La Habana. Me invitaron a conversar con el señor, pero no podía llevar ni grabadora ni libreta para apuntar. La conversación fluyó de manera espontánea: comprendí muchas cosas de Cuba y de la discutida Revolución de Castro. Reproduzco el fascinante monólogo del santero, personaje encantador, que dice admirar a Zapata y a Villa.

¿Colombia como una presencia obsesiva? Colombia es una prolongación de México o viceversa. Estamos hermanados por la lengua, la historia, el humor, la violencia y la esperanza. La poesía de ese país me persigue. Soy amigo del gran poeta Juan Manuel Roca, converso con él y es como hablar de un mismo país.

Y Nicanor Parra, Vlady, Ledo Ivo, Evodio Escalante, Boccanera, Gelman... ¿Memorándum, enciclopedia de gestos de personajes singulares de la cultura de Latinoamérica? Ya me han dicho eso. Yo sólo he querido develar facetas complementarias, prodigiosas y hasta fantásticas de esos amigos que me han acompañado en algunos trayectos de mi existencia.

¿Voz narrativa plural que configura una tonalidad para cada momento rememorado? Me interesaba acentuar cada evento, cada personaje a partir del habla, del ritmo de su locución. Fui muy cuidadoso en eso. Soy un intermediario de esos registros en la voluntad de comunicárselo al lector.

¿Argumentos de un “trotaletras” como lo define Cathy Fourez en el prólogo? Celebro la generosidad de Fourez en ese prólogo. Yo diría que soy un nómada, vagabundo que encuentra en el lenguaje un asidero para designar aquello que flota en la bruma de la extrañeza.