A nuestros periodistas asesinados
Rodolfo Walsh nació en Choele-Choel, Río Negro, Argentina, el 9 de enero de 1927. Descendiente de irlandeses inmigrantes que habían llegado en el siglo XIX ahuyentados por el hambre, la familia Walsh vivió precariamente durante muchos años. “Mi madre vivió entre cosas que no amaba: el campo y la pobreza”, escribió Rodolfo. Como nos dice Michael McCaughan,1 su biógrafo, el padre perdió a su protector y patrón en 1933, por lo cual la familia se desmembró. Sus dos hermanos mayores, Miguel y Carlos, fueron enviados a Buenos Aires con la abuela; en cambio, Rodolfo y Héctor fueron ingresados al Instituto Fahy de Capilla del Señor, un internado de monjas irlandesas, lo cual los enfrentó a un mundo mucho más rudo del que habían conocido. Esta experiencia le servirá para escribir “Irlandeses detrás de un gato”, “Un oscuro día de justicia” y “Los oficios terrestres”.2 Desde pequeño, Rodolfo mostró carácter, se sabía defender, a veces en su perjuicio, como la vez que al ganarle al joven Cassidy provocó la venganza de su protectora, Miss Annie, quien le descubrió las piernas a medianoche para darle una tunda con una vara de mimbre. “Al día siguiente me descubrí con el cuerpo lleno de moretones”, recordaba Walsh. Asimismo, opuso una resistencia pertinaz frente a la bazofia que le daban de comer: una sémola nauseabunda, así que se quedó sin probar alimento tres días, hasta que las monjas, resignadas, le llevaron un caldo que tampoco era una delicia. Estos actos de resistencia ya lo anunciaban como un espíritu tenaz, dispuesto a todo por no transigir ante la estupidez ajena.
Esos años son fundamentales para su conocimiento del inglés, la forma de vivir en una constante conquista y la familiaridad con los libros. Rodolfo continuó sus estudios en Buenos Aires, donde se mostró como un alumno destacado. Ingresó al Instituto Belgrano y, a los quince años, con el fin de adelantar el curso, le propuso al director Lachica Campoy estudiar las materias de todo el tercer año en un mes y presentarlas como un alumno externo. La respuesta fue un reto, nadie podría hacerlo; Rodolfo se plantó y propuso al director una apuesta —los Walsh nunca ganaban apuestas— que estribaba en que, de lograrlo, el siguiente año no pagaría cuotas. El director aceptó. Un mes más tarde, Rodolfo obtuvo diez en todas las materias, excepto dibujo: lo logró y cursó el cuarto año sin pagar cuotas. Luego de terminar ese año abandonó los estudios formales. Con este hecho, Rodolfo renunció a ser maestro o incluso a la aspiración de un trabajo bien remunerado.
Asistió a la Universidad como oyente, ahí conoció a una poeta muy talentosa, María Isabel Orlando, Nené. Al ver a Nené indecisa ante su propio talento literario, Walsh se tomó la libertad de mandar sus poemas a un concurso, el cual ganó. Nené fue premiada en aquel entonces por el jefe de la Cámara del Libro, un hombre muy amable, “un gigante, dos veces mi tamaño”, quien no sería otro que el casi incógnito Julio Cortázar. En un evento literario en casa de Borges, Nené le presentaría a Elina María Tejerina, de quien Rodolfo se enamoró y con quien se casó. Fue la madre de las dos hijas de Walsh, Vicky y Paty.
Vale la pena ver cómo su biógrafo McCaughan sintetiza un periodo tan agitado para Argentina, un país que inició el siglo XX como una de las potencias económicas que podrían equipararse con Estados Unidos, pero que —todo lo contrario— quedaría como la punta de lanza de varios proyectos de concentración del poder por parte de la milicia, como sucedió en Chile, Brasil, Uruguay o Paraguay:
Entre el primer gobierno militar de 1930 y el primer año de restablecimiento de la democracia en 1983, hubo un total de veinticinco años en que el país tuvo catorce “presidentes” militares que gobernaron, en promedio, diecinueve meses cada uno. La llegada de Rodolfo a Buenos Aires en la década del cuarenta coincidió con un extenso periodo de régimen militar que había comenzado en el año 1930.3
En esa Argentina convulsa, Walsh se movía sin poner demasiada atención a lo político. Por el contrario, como sucede con cierto sector de la aspirante clase baja, Rodolfo Walsh tenía una visión conservadora de la vida política y era un nacionalista.
El 24 de febrero de 1946, un antiguo líder del Departamento Nacional de Trabajo, quien había sido diplomático militar en la Italia mussoliniana y fue orillado al exilio por las facciones progresistas y liberales, arrasó con el 52 por ciento de los votos, con lo cual cambió decisivamente el orden político. Su nombre era Juan Domingo Perón. Influido por el fascismo, el nuevo presidente fue beneficiado por las crisis bélicas en Europa: “Las naciones europeas compraban toda la carne disponible e inaugurarían así una de década de expansión económica”, señala McCaughan. En el peronismo, según me cuentan amigos argentinos, muchos obreros pudieron comprar casa o tomar sus primeras vacaciones, algo que no habían logrado las generaciones anteriores.
Guste o no guste, la faz del país cambia. Se industrializa. En 1943 no se fabricaba aquí nada. [...] Tanto Perón como sus jerarcas carecen en general de escrúpulos. Se enriquecen con grandes negociados [sic]. Pero el saldo es positivo, la política posterior del gobierno de Aramburu debe considerarse un retroceso —apuntó Walsh en una carta a su amigo Don Yates.4
"Opuso una resistencia pertinaz frente a la bazofia que le daban de comer: una sémola nauseabunda, así que se quedó sin probar alimento tres días".
Dentro de lo nebuloso que es el peronismo, pues gente de opiniones políticas opuestas podía autoproclamarse por igual peronista, Walsh planteaba algunas coordenadas:
Durante el peronismo, gozaron de libertad y democracia los sectores obreros; en cambio se sintieron oprimidos la clase media, los intelectuales, los artistas, los periodistas y la clase alta. Ahora [1957] sucede exactamente al revés. La “élite” y la clase media se sienten perfectamente libres, comprendidas e interpretadas; y como es precisamente la “élite” la que se expresa en el libro, en el periodismo, en el arte, de afuera se puede tener la impresión de que reina aquí la más perfecta democracia. En cambio, nueve de cada diez obreros no trepidan en decir que viven bajo una dictadura militar.5
Walsh nunca tragó del todo a Perón, ya que lo consideraba un demagogo, pero no le escatimaba importancia a su papel histórico.6 Sin embargo, en un inicio, la familia Walsh era adversa al gobierno y se sintió animada por dos intentos de golpe de Estado. Carlos Walsh, el hermano que realizara el sueño de Rodolfo, ser piloto aviador, participó en el primer bombardeo que intentó infructuosamente derrocar a Perón, en junio de 1955.7 Debido a esa intentona, Rodolfo escribió “2-0-12 No vuelve”, en memoria de un piloto caído en el ataque a Perón, lo cual contrasta con la indiferencia ante decenas de civiles heridos o muertos.
Financiado por el capital que provenía de Europa, el gobierno peronista mostró, durante casi diez años (febrero de 1946 a septiembre de 1955) una cara amable para las clases baja y media. Pero en función de su raíz fascista, cultivó más el clientelismo y el culto a la personalidad del propio Perón y de Evita, en lugar de crear instituciones civiles, lo cual evitó que la democracia echara raíces. Los militares aprovecharon esta situación para dar un segundo golpe en septiembre de aquel 1955. Instituyeron así la mal llamada revolución libertadora.
OPERACIÓN MASACRE
Walsh se ganaba la vida como corrector y traductor de literatura policiaca para la editorial Hachette. Eran sus autores Holmes, Hammett, Queen, Quentin e Irish. Habitaba con Elina una escuela para ciegos donde ella era maestra desde 1950; en algún momento obtuvo el Premio Municipal de literatura y otro donde Borges y Bioy fueron parte del jurado. Vivía con escasos recursos, por y sólo para la literatura. Esta experiencia le inspiró un cuento genial intitulado “Nota a pie”, donde un traductor engaña a su editor, quien debido a su pobre conocimiento del inglés inventa algunos fragmentos y termina por suicidarse. El cuento se bifurca: por un lado, el texto principal y, paralelamente, la carta a modo de nota a pie de página, que termina por ser la revelación en la historia. Quizá sea uno de sus textos de ficción más fascinantes, incluso más que aquellos de corte detectivesco, donde surgía el diletante Daniel Hernández, evidente trasunto de Walsh.
Jugaba al ajedrez en el club y continuaba su vida precaria y solipsista. A la medianoche del 9 de junio de 1956 se escucharon numerosas explosiones en la población de La Plata. Algunos salieron para ver de qué se trataba, Walsh llegó a la Plaza San Martín acompañado por un grupo que se disgregó poco a poco, así que al seguir andando terminó completamente solo. Había detonaciones, pero nada en concreto. Al llegar a su casa, que estaba frente a una comandancia, descubrió que ésta se hallaba tomada por militares. También escuchó con claridad la voz de un joven detrás de una persiana que, alcanzado por un tiro, agonizaba con una súplica: “¡No me dejen, hijos de puta!”.
Aquello fue la represión que ejecutó la Junta Militar de la mal llamada revolución libertadora, contra un conato de rebelión que buscaba reinstalar a Perón en el poder. Como señala Walsh, él hubiera preferido volverse al ajedrez, a la literatura fantástica o a las novelas policiacas, pero una tarde, seis meses después de aquel 9 de junio, escuchó la frase que le cambiaría la vida: “Hay un fusilado que vive”.8 A partir de ese instante, Walsh emprendió la investigación más documentada y acezante que haya realizado. Con base en testimonios fue conociendo los eventos de la larga noche del 9 de junio:
No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga. Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana.9
Apoyado por Enriqueta Muñiz, Walsh entrevista, visita las casas de las víctimas, asiste a la estación de radio, viaja al basural de la población de José León Suárez adonde llevaron a entre doce y catorce hombres para fusilarlos sin juicio, sin testigos y sin prueba alguna que los incriminara en el levantamiento ni en la violación del toque de queda.10 Como Walsh demuestra cronométricamente, el toque de queda comenzó media hora después del arresto. Fueron aprehendidos en una casa de color celeste de la calle Hipólito Yrigoyen, número 4545,11 mientras escuchaban por radio una pelea de box. Algunos de los presentes estaban enterados del alzamiento, como Nicolás Carranza, Norberto Gavino y uno que se salvó, Marcelo; otros sólo asistían para escuchar la pelea, como Francisco Garibotti, Rogelio Díaz, Carlos Lizaso, Juan Carlos Torres, Mario Brión, Vicente Rodríguez. Otros más estaban por error, como Miguel Ángel Giunta, Julio Troxler y Reinaldo Benavídez, quien fue invitado por el dueño de la casa, Horacio Di Chiano, además de Pedro Livraga, el fusilado que sobrevivió después de recibir tres balazos en la cabeza. Luego de pasearlos y decirles que irían a un centro de detención en La Plata,12 los trasladaron al basural de José León Suárez. Mientras tanto, el alzamiento de los generales peronistas Valle y Tanco fue sofocado. Apunta Walsh, con una conciencia semiubicua:
En Campo de Mayo los rebeldes encabezados por los coroneles Cortínez e Ibazeta se han apoderado de la agrupación infantería de la escuela de suboficiales y la agrupación servicios de la 1a división blindada; pero la ocupación de la escuela de suboficiales fracasa después de un corto tiroteo y el grupo atacante queda aislado. [...] A las once de la noche un grupo de suboficiales se subleva en la Escuela de Mecánica del Ejército, pero deben rendirse después de un tiroteo. [...] En Avellaneda, en las inmediaciones del Comando de la Segunda Región Militar, se producen dos o tres escaramuzas entre rebeldes y policías. Éstos [sic] toman algunos prisioneros. Después irrumpen en la Escuela Industrial y sorprenden al teniente coronel José Irigoyen con un grupo que pretendía instalar allí el comando de Valle y una emisora clandestina. La represión es fulminante.13
"En función de su raíz fascista, el peronismo cultivó el clientelismo y el culto a la personalidad de Perón y de Evita, o cual evitó que la democracia echara raíces".
En esta conjunción de clarividencia con precisión literaria radica en gran parte la genialidad de Operación masacre. Nos presenta una visión panorámica de lo que sucede en los diferentes enfrentamientos mientras narra el fusilamiento de los civiles:
—¡Nosotros somos inocentes! —gritan varios.
—No tengan miedo —les contestan—. No les vamos a hacer nada.
¡NO LES VAMOS A HACER NADA!
Los vigilantes los arrean hacia el basural como a un rebaño aterrorizado. La camioneta se detiene, alumbrándolos con los faros. Los prisioneros parecen flotar en un lago vivísimo de luz. Rodríguez Moreno baja, pistola en mano.
A partir de ese instante el relato se fragmenta, estalla en doce o trece nódulos de pánico.
[...]
De pronto [Livraga] siente un irresistible escozor en los párpados, un cosquilleo caliente. Una luz anaranjada en la que bailan fantásticas figuritas violáceas le penetra la cuenca de los ojos. Por un reflejo que no puede impedir, parpadea bajo el chorro vivísimo de luz.
Fulmínea brota la orden:
—¡Dale a ése, que todavía respira!
Oye tres explosiones a quemarropa. Con la primera brota un surtidor de polvo junto a su cabeza. Luego siente un dolor lacerante en la cara y la boca se le llena de sangre.14
Así fluye el capítulo “La Matanza” de Operación masacre: crónica del mayor orden literario, incomparable narración de hechos reales y, sobre todo, una denuncia directa de los responsables. Si bien es cierto que A sangre fría (1965), de Truman Capote y crónicas como Los Ángeles del infierno (1966), de Hunter S. Thompson o Los ejércitos de la noche (1967), de Norman Mailer, son obras maestras, Walsh se adelanta nueve años y además lo hace arriesgando la vida. Sin duda, la crónica de investigación como género mayor es obra de Rodolfo Walsh, una escuela que después será emulada por autores como García Márquez en Crónica de una muerte anunciada y por Ricardo Piglia en Plata quemada.
A final de cuentas, entre los fusilados hay sobrevivientes porque los militares no tenían las armas adecuadas, porque su visión no era buena, porque la premura de estos y la suerte de las víctimas dio margen a los prodigios. La investigación de Walsh continúa, uno de ellos se asila en la Embajada de Bolivia, otro llega herido a un hospital y lo persiguen como en un auténtico thriller; Livraga huye y demanda justicia, con el paso de los años terminará siendo asesinado.
Walsh pensaba que ganaría el Premio Pulitzer, pero para eso tenía que publicar la noticia con celeridad, pues todos los periodistas estarían tras el caso; para su sorpresa, no fue así. A nadie le importaba lo que había sucedido aquella noche del 9 al 10 de junio. A partir de ese momento, Walsh se transformó de ser un escritor al estilo de Bioy Casares a ser un auténtico investigador, un sabueso, como le llama McCaughan.
En el instante en que tomó conciencia de lo sucedido, Walsh se refugió en el delta del Tigre.15 Portaba una identificación falsa y traía una pistola casi inocua, cuyo propósito era la inmolación que le evitaría caer en manos de los chacales de la Junta Militar. Publicó un fragmento de lo que sería la investigación final, “Expediente Livraga”, en la revista Propósitos. Además de entrevistar a los sobrevivientes y visitar los lugares de los acontecimientos, había obtenido el libro de la programación de la radiodifusora que transmitió el bando del toque de queda, donde no sólo pudo conocer minuto a minuto la emisión, sino que le proporcionó la prueba de que los arrestos habían sido realizados de manera ilegal, ya que el toque de queda se emitió media hora antes de los arrestos. Ni siquiera el derecho leguleyo respaldaba en sentido estricto la masacre. Por lo demás, el reportaje era un material difícil de publicar y Walsh sólo dio a conocer su investigación hasta que conoció a Cerruti Costa, quien publicaba Revolución Nacional. Al parecer, Costa era un convencido de que su publicación daría batalla a los atropellos de la dictadura. Milagrosamente, el 15 de enero de 1957 apareció la primera entrega de Operación masacre.16 La continuación, de mayo a julio, se publicó en el semanario Mayoría, de los hermanos Jacovella.
"El objetivo no era defender a Perón, sino dar testimonio de lo que había pasado. Operación masacre provocó el descrédito total de la revolución libertadora".
Los militares buscaron a Walsh en la escuela para ciegos donde trabajaba Elina Tijerina; sin embargo, él siempre les llevaba la delantera. Al salir el libro con varias correcciones y otros agregados que se incluirían con los años, Walsh fue muy cuidadoso en deslindarse del peronismo. El objetivo no era defender a Perón, sino dar testimonio de lo que había pasado realmente. Operación masacre provocó el descrédito total de la revolución libertadora y expuso los nombres de Rodolfo Rodríguez Moreno y del teniente Desiderio A. Fernández Suárez como responsables de la masacre.
Conocer las penurias por las que pasó el autor durante gran parte de su vida dignifica su persona a grados inconmensurables. Su tarea continuó con obras no menos brillantes como Quién mató a Rosendo, Caso Satanowsky y la emblemática “Carta abierta a la Junta Militar” —que dejó en el correo minutos antes de que lo asesinaran a mansalva—. Con todo, el golpe asestado a la dictadura militar con Operación masacre hizo de Rodolfo Walsh la figura más valiente e incluso más admirada de la resistencia en el Cono Sur, tanto que es posible que el propio líder de los montoneros, Mario Firmenich, lo haya traicionado.17 La forma que halló la Junta para detener la guerra personal de Walsh contra sus militares fue asesinarlo el 25 de marzo de 1977 y desaparecer su cuerpo.
Notas
1 Michael McCaughan, Rodolfo Walsh. Periodista, escritor y revolucionario. 1927-1977, traducción de Julia Benseñor, LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2015.
2 Rodolfo Walsh, Cuentos completos, edición y prólogo de Vivian Paletta, Veintisiete Letras, Madrid, 2010.
3 McCaughan, op. cit., p. 33.
4 Rodolfo Walsh, Ese hombre y otros papeles personales, nueva edición corregida y aumentada a cargo de Daniel Link, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2010, pp. 34-35.
5 Ibid., pp. 37-38.
6 En la carta antes citada, Walsh define a la demagogia como la “tiranía de la plebe”. Al morir Perón, el propio Walsh fue el encargado de hacer la nota necrológica, considerada una síntesis perfecta del peronismo.
7 McCaughan, op. cit., p. 50.
8 Rodolfo Walsh, “Operación masacre”, presentación de Osvaldo Bayer, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2012, p. 19.
9 Rodolfo Walsh, Operación masacre, Literatura UNAM, Ciudad de México, 2018, p. 19.
10 Ibid., p. 67.
11 Ibid., p. 44.
12 Ibid., p. 70.
13 Ibid., p. 57.
14 Ibid., pp. 80, 85.
15 McCaughan, op. cit., p. 60.
16 Ibid., p. 21.
17 Ibid., p. 235.