La novela como innovación

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Foto: larazondemexico

A Guillermo Fadanelli

Debido a que es mencionado en la antología Escritura y Onda en México (1971) de Margo Glantz, Gustavo Sainz ha sido víctima de los encasillamientos que se suelen dar en las letras mexicanas. Esa simplificación que impone algún crítico y que el público repite sin verificar la validez del juicio: “tal obra es machista, es pornográfica, es inmoral”, etcétera. Con Sainz el encasillamiento consiste en verlo sólo como un miembro del movimiento de la Onda. En esa misma antología aparecían otros jóvenes de entonces: Jorge Aguilar Mora, José Joaquín Blanco, Ulises Carrión, Gerardo de la Torre, Héctor Manjarrez, Carlos Montemayor, Esther Seligson o José Emilio Pacheco, entre otros, a quienes no se les etiquetó con ningún membrete. Glantz apuntó que se trataba de novelas de jóvenes para jóvenes, los cuales resistían o aceptaban la norteamericanización de su cultura; experimentaban con drogas; conocían el rock and roll y otros géneros; además, toleraban el coloquialismo y el rebajamiento de los valores culturales.

Gustavo Sainz se deslindó de estas conjeturas en una entrevista televisiva. Sólo tres de sus novelas tratan de jóvenes; en ninguna de éstas se escucha ni predomina la música en inglés: “se escucha más música en español”, afirmó. Sólo en dos novelas se trata el asunto de las drogas (La princesa del Palacio de Hierro y Salto de tigre blanco). Además, el argumento de que la literatura de la Onda rebaja la cultura es el más inexacto en relación con Gustavo Sainz, pues buscaba fruiciosamente el diálogo con la alta cultura, como le llaman algunos, cuando no es más que la tradición literaria.

Específicamente, en A la salud de la serpiente hay varios ejemplos. El protagonista se encuentra en medio de la lectura de El zafarrancho aquel de Vía Merulana (1957), de Carlo Emilio Gadda, en su versión original. Se apropia de numerosos aspectos literarios, como la inclusión de recortes de un artículo de periódico sobre una polémica que causó la lectura de Gazapo en una escuela de Mexicali, así como la adopción del epíteto con que los censores de dicha polémica tildaron al autor de Gazapo: “el Redomado Lépero de la Hez Metropolitana” o “el Gandul Cien por Ciento Irresponsable de sus Actos, Informal, que no Merecía ni Confianza ni Respeto”, entre otros. Hay una incorporación de cartas de sus diferentes corresponsales del medio literario, Athanasio (Jorge Aguilar Mora) y Kastos (Gabriel Careaga), de escritores célebres como José Donoso o Carlos Fuentes, o editores del cono sur como Jorge Álvarez. Aparece también una reescritura de la crónica de los hechos del 2 de octubre de Oriana Fallaci, lo cual la enlista como una de las obras sobre el 68; y lo más relevante es que toda la novela (dos tomos) consiste en una sola frase, separada únicamente por comas y puntos y comas.

"Sainz buscaba una forma inusitada para materializar su historia... esto se debe, más que a una experimentación per se, a una complejización del fenómeno literario".

Sainz se obligaba a buscar una forma inusitada para materializar su historia en cada novela. Esto se debe, más que a una experimentación per se, a una complejización del fenómeno literario. Juega con el intercalado de diferentes planos, mientras lee a Gadda, recuerda y regresa a las sensaciones frente a una de las alumnas, la joven Ambrosia. Su mirada la recorre e inclusive un movimiento corporal hace que el autor pueda poner en una posición de mayor confort sus genitales (igual que Menelao en Gazapo). A la manera de Bloom, del Ulises de Joyce, la vista del personaje, su conciencia y su mirada son compartidas con el lector. El ambiente se transmite sin censura. La incorporación de materiales culturales es constante. En muchos sentidos, el trasunto de Sainz retrata muy bien sus intereses a partir de la lectura de autores como Norman Mailer, Saul Bellow o John Barth, los diálogos con contemporáneos como Donoso, de quien también recibe una fuerte influencia desde su obra El obsceno pájaro de la noche, así como de Carlos Fuentes, a quien se refiere Sainz como un maestro. Hay un prisma por el cual se vislumbra la realidad de un protagonista/autor que escribe Obsesivos días circulares, pero también se insinúa otra novela que no menciona, pero intuye: una alusión velada a la propia A la salud de la serpiente. El escritor narra cómo empieza a concebir la novela que (ya) estamos leyendo.

La idea de A la salud… consistía en escribir un cuento, pero al intercalar materiales el proyecto ascendió de 80 a más de 800 páginas. Su escritura se dirigió hacia algo que había descartado, una novela basada en los hechos del 2 de octubre del 68 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Al reescribir la crónica de la periodista Oriana Fallaci, Sainz recrea intensamente aquel momento, lo cual impregna el ánimo del personaje. De tal suerte, los recortes en su computadora empezaron a expandirse como los “aspectos de realidad” (Barthes dixit). Si Sainz —apellido que sólo aparece en las cartas que reúne— utiliza su propia vida, no lo hace para escribir un cuento de memorias, sino una obra de autoficción; es algo más complejo que se ha dado a conocer en obras como las de Karl Ove Knausgard, Emmanuelle Carrère o, de forma insuperable, Salvador Benesdra con El traductor, a las que A la salud de la serpiente antecedió por varias décadas.

Al señalar que Sainz y su obra fueron encasillados injustamente, no busco hacer una validación sumaria de su obra. Sólo quiero señalar que mucho del encasillamiento de lo que escribió y de su recepción han obedecido a los juicios apresurados de críticos incapaces de ver que había un proyecto que rompería, e incluso refutaría lo hecho en Gazapo, su primera incursión en la novela.

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