“Memorias de un comedor de chile” es el último ensayo del libro Los cinco sentidos, escrito por el doctor Francisco González Crussí. Cada uno de los órganos sensoriales recibe su tratamiento literario, a través de la erudición, el juego intelectual, la búsqueda de sentido vital tras las anécdotas médicas y las evocaciones autobiográficas. Cuando llega el turno para hablar del sentido del gusto, el doctor busca las raíces de su doble vocación, de médico patólogo y ensayista, y encuentra a su padre, un soldado de la Revolución mexicana, destruido por la aridez de los desiertos y la barbarie de la guerra, y profundamente incompetente para vivir en tiempos de paz, por lo cual se refugia en la fuga a la fantasía alcohólica, y en el consumo fanático de chile en cantidades monstruosas.
González Crussí explica que su padre vivió agazapado entre los cactos y otras plantas del desierto, bajo los rayos de un sol inclemente, mientras esperaba el estruendo de las armas de fuego. Tras la guerra, no encuentra algo en el trabajo o la familia que pueda despertar su vitalidad. Su platillo diario es un tazón de chiles triturados con un poco de agua: una sopa de chile crudo, sin decoración, sin condimentos, sin algún gesto nutritivo. El hijo, por supuesto, no puede compartir esa afición salvaje y eso provoca una distancia con el padre; hay una capa de incomprensión entre los dos y una marca se inscribe en el joven: puede verse a través de la mirada paterna como un cobarde, un pusilánime.
El doctor Crussí juega con esta crítica mediante una forma sutil de humorismo melancólico, pero los acontecimientos toman un giro brutal que deja poco tiempo para la contemplación: el padre vende todo lo que tiene y abandona a su familia para buscar una mina al norte del país; la había descubierto durante las caminatas como soldado revolucionario.
Este no es el momento para narrar la resolución de la historia. Para eso tenemos el libro de González Crussí. En todo caso, el ensayo nos revela una configuración alcohólica, donde las experiencias traumáticas de la guerra ponen una brecha insuperable entre el padre y su familia: lo suyo no es la deserción literal de otros patriarcas, sino la búsqueda alcohólica de un Santo Grial que ya no tiene un nombre sagrado: es la fiebre del oro del Viejo Oeste, el sueño del petrolero, la búsqueda del mineral que daría a la vida su auténtico valor material.
LA RELACIÓN entre la deserción del padre y la melancolía transgeneracional fue el tema de un ensayo de Federico Campbell: Padre y memoria. Mientras buscaba la génesis de la vocación literaria, Campbell postuló que algunos autores, entre los cuales cita a Paul Auster, Sam Shepard y Raymond Carver, desarrollan la creatividad literaria como una herramienta de reparación simbólica ante la ausencia de los padres alcohólicos. La reflexión concierne a los escritores varones, y a los territorios frágiles de la masculinidad, que son negados por la dictadura falocéntrica. Pero esta dictadura también invisibiliza los efectos de la deserción y la usurpación sobre las mujeres y su desarrollo afectivo.
En el ensayo Los hijos de Yocasta, la pensadora francesa Christiane Olivier plantea una discusión muy pertinente acerca de la cultura falocéntrica en general, y reelabora el mito de Edipo mediante una narración centrada en la madre del personaje griego: Yocasta. ¿Qué papel juega ella en la trama simbólica? La doctora Olivier critica el momento en el cual Freud habla de la sexualidad femenina como “un continente oscuro”, una metáfora que refuerza el prejuicio según el cual la sexualidad de las mujeres sería misteriosa, de difícil comprensión. La autora propone una analogía diferente: ella se refiere a “las playas blancas de la sexualidad femenina”. ¿Qué quiere decir con esto? Olivier propone una historia psicológica que atiende los puntos ciegos del guion freudiano: hay una falta de afecto, de atención consciente y cuidado físico de los varones hacia sus hijas. Cuando el padre llega demasiado tarde del trabajo, la hija compite con su mamá por las atenciones del padre, y ambas se ven frustradas por la carencia de tiempo y afecto.
La niña crece con esa falta, y eso genera una tendencia posesiva hacia el hombre con el cual contrae matrimonio, muchos años después. El esposo se siente asfixiado por esta posesividad y busca su libertad fuera del hogar: en la cantina, en un bar, con una amante, o mediante la adicción al trabajo. Evita lo más posible llegar a su hogar, y cuando lo hace siente la demanda de afecto de la madre y la hija, quienes pueden desarrollar una rivalidad con efectos duraderos; a veces este sentimiento de envidia y rivalidad es extrapolado a otras relaciones entre mujeres, en las que sobresale la competencia.
La guerra pone una brecha insuperable entre el padre y su familia: lo suyo no es la deserción literal, sino la búsqueda alcohólica de un Santo Grial
La madre, por su parte, compensa la falta de afecto de su esposo mediante una excesiva atención hacia su hijo varón, al cual sobreprotege y a la vez domina con el mismo estilo posesivo. Y el niño desarrolla esa sensación de asfixia que se escenifica otra vez en la vida adulta, cuando le toca en turno ser el esposo que llega tarde a casa y experimenta la demanda afectiva de la esposa y la hija. El sentimiento de asfixia es tan primitivo y tiene una raíz tan inconsciente, que el esposo hará cualquier cosa para evitar esa demanda, con lo cual abandona a las mujeres de su hogar y refuerza el ciclo de la deserción patriarcal. Las “playas blancas” de la sexualidad femenina no son coloreadas en esta historia por un deseo auténtico, constante, por una presencia masculina amorosa: siempre hay una tentativa de escape hacia otra fuente de placer.
Se puede decir que la doctora Olivier presenta tan sólo la historia promedio de la familia burguesa europea y anglosajona, y que este relato no puede extrapolarse a otras clases sociales, a otros modos de organización familiar. Se puede cuestionar también que, a pesar de su crítica al falocentrismo, la hipótesis de Christiane Olivier sigue buscando en los hombres la clave simbólica para un desarrollo más pleno de las mujeres. La tesis, por lo demás, no se basa en datos obtenidos y analizados mediante el método científico. A pesar de las limitaciones evidentes del modelo, Los hijos de Yocasta hace un planteamiento inquietante, y genera una reflexión acerca de una psicología familiar frustrada por el círculo vicioso de la deserción y la posesión.
¿Cómo interrumpir la maquinaria anónima del abandono? La indicación de la psicoanalista es simple pero sensata: se requiere que los varones, cuando son padres, dediquen más tiempo para atender y cuidar, en la dimensión física y psicológica, a sus hijas. Necesitan proveer ternura, cuidados, necesitan mirar y transmitir a sus hijas un sentimiento amoroso que se valida en la práctica diaria. Esto podría generar una cascada de eventos que desemboca en una mujer adulta menos propensa a la rivalidad entre mujeres. Quizá la solución propuesta por Christiane Olivier es demasiado optimista, pero la amonestación de la doctora hacia los padres que abandonan a sus hijas es justa y necesaria.