EL EGO DE DAVE GROHL le está dando en la madre a los Foo Fighters.
En 2011 la banda sacó el mejor disco de su carrera: Wasting Light. Desde entonces todo ha sido cuesta abajo, con excepción de Concrete and Gold, un discazo que le devolvió al grupo la dignidad después del descalabro que representó Sonic Highways (documental incluido). Decoro que ellos mismo se encargaron de tirar a la basura este año con la salida de Medicine At Midnight, el álbum más mediocre de toda su carrera. Esto como los Foo, porque como los Dee Gees, el nombre que adoptaron para interpretar cinco cóvers de los Bee Gees en Hail Satin —un bodrio con versiones del cancionero del conjunto disco y algunas rolas de Medicine At Midnight en vivo—, se rebajaron hasta convertirse en el émulo gringo de Moderatto.
La diferencia radica en que Moderatto son una parodia, una puesta en escena, y son conscientes de ello. Por el contrario, los Dee Gees son una mala banda tributo de bar. Un capricho de Dave Grohl. Que debería relegarse como un momento cagado en la sala de ensayos. El grupo tiene derecho a tomarse las cosas con humor, de acuerdo, sin embargo, su homenaje a los Bee Gees es un chiste pésimamente contado. Los Foo Fighters están aburridos. Han dejado de tener hambre. En lugar de hacer buena música, Dave Grohl ha optado por convertirse en Chabelo.
Sí, Dave Grohl es el amigo de todos los niños. Se ha dedicado a tocar con cuanta gloria del rock se le ponga a modo: Paul McCartney, Bryan May, Norah Jones, y hasta con aquellos con los que tuvo desavenencias en el pasado: Slash y Duff McKagan. La debilidad por las vacas sagradas que experimenta Grohl en los últimos tiempos raya lo vergonzoso. Además de tener un millón de amigos, se ha subido a la moda de los documentales. Y en su labor como documentalista, este 2021 estrenó What Drives Us, un desafortunado acercamiento a las historias de las bandas en la carretera. Trata sobre cómo recuperó la camioneta Van en la que giró por primera vez con Foo Fighters. Y a partir de ahí entrevista a otros músicos para que relaten su experiencia en el camino. Lo lamentable es la aparición de dos plomos que curiosamente jamás vivieron dicha experiencia: The Edge y Lars Ulrich. Cada palabra de estos individuos suena tan falsa, tan vacía, que termina por arruinar el ya de por sí flojo documental.
Para tocar fondo en su papel del tío Grohl grabó para la BBC un video leyendo un texto infantil basado en la rola “Octupus’s Garden”, de los Beatles. Grohl luce dispuesto a aceptar cualquier propuesta. Por estos días circula en la tv gringa un comercial bastante payaso donde anuncia lasaña. En 2018 la salida de Play, un disco con tintes de rock progresivo donde toca todos los instrumentos, lo mostró desesperado por ser el centro de atención a toda costa. Se ha convertido en un adicto a los reflectores. En octubre pasado acaba de publicar su autobiografía, que le garantizará otro lapso de publicidad.
En lugar de hacer buena música, ha optado por convertirse en Chabelo
Con lo anterior en mente me lancé a ver a Foo Fighters a Pa’l Norte. En principio porque era el primer festival que se realizaría en nuestro país después de la larga pausa impuesta por la pandemia. Y en segundo porque en vivo son una máquina de hacer rocanrol, hay que reconocerlo, pueden comprobarlo en YouTube en su participación en Saturday Night Live, donde interpretan “Times Like These”. Que fue precisamente la rola con la que abrieron el concierto en el Parque Fundidora. Las diez primeras canciones, ocho de su songbook, y dos de Medicine At Midnight (las únicas flojas), mostraron a una banda que no corresponde con la decadencia que últimamente ha mostrado en el estudio. La versión jazz de “Chasing Birds” es una ridiculez del tamaño de una escultura de Sebastián.
Pero todo se fue al carajo cuando tocaron “You Should Be Dancing” de los Bee Gees, y “Somebody To Love” de Queen. En esta última Grohl se sienta a la batería. A güevo quiere brillar en todo momento. Pero lo único que consigue es que los Foo se vuelvan una banda de cóvers. Y podrá ser parte de espectáculo, darle a la gente un plus, pero se le olvida que los fans de Foo no se formaron oyendo versiones de otro, sino la música que tan bien sabían hacer. Después tocaron cinco hits más pero ya le habían roto todo el ritmo al concierto.
En resumen: la música actual de los Foo Fighters se puede definir de esta forma: está más chingón el disco de su baterista, Taylor Hawkins, que todo lo que ha hecho Dave Grohl en los últimos cuatro años.