Marcela del Río Reyes (1932-2022) fue una figura singular de la literatura y la cultura mexicanas. Autora de novelas, cuentos, piezas de teatro, además de ser pianista y de conocer el arte de la pintura, como muestran sus cuadros. Fue reconocida más allá de México. Sus cuatro novelas: Como en Feria (2009), La utopía de María (2003), La cripta del espejo (1988), Proceso a Faubritten (1976) no sólo cuentan su vida sino también la de su época y la de su familia. Proceso a Faubritten mereció un prólogo de Ray Bradbury por su atrevida imaginación del apocalíptico presente por venir. La utopía de María cuenta con arte y documentada emotividad los últimos años del gobierno de Porfirio Díaz y los inicios de la revolución.
Marcela del Río Reyes fue la hija mayor de Bernardo Reyes Ochoa, el primogénito de don Alfonso, el aficionado a la música, el hijo de aquel general legendario que cayó en las puertas del Zócalo el 9 de febrero de 1913. Marcela, hija de Aurelia, otra escritora y periodista, supo rescatar la vida familiar con inimitable empatía y rigor. Fue también una figura del teatro y de la cultura nacional.
México es un territorio lleno de tesoros ocultos o semiocultos. Uno de esos tesoros es la obra novelística de esta dama encrucijada en quien el arte de la novela ha sabido encarnar a través de la creación de un lenguaje propio y a la vez atento a no perder el hilo de las fibras regionales. Más allá y más acá de los temas asociados al debate feminista, la obra de Marcela del Río se alza con nobleza y dignidad en el panorama de nuestras letras.
Tras mandarle mi ensayo titulado “Una dama encrucijada”,1 ella me envió una nota con algunas precisiones, que rescato ahora como tributo y cito completa, en homenaje a su memoria:
México es un territorio lleno de tesoros semiocultos.
Uno de esos tesoros es la obra novelística de esta dama encrucijada en quien el arte de la novela ha sabido encarnar
Cuernavaca, 10 de marzo del 2019
Muy querido y admirado Adolfo, Hasta ahora pude sentarme a leer con calma los libros que tan gentilmente me trajiste, el día de la presentación en el Jardín Borda. Me he sentido además de gratamente agradecida por tus ensayos sobre el Perfil… y sobre mi propia persona, en tu Dama encrucijada, donde haces un verdadero alarde de penetración no sólo psicológica, sino un repaso de mi “vida y milagros” porque has de convenir que hay muchos milagros en la vida, uno de ellos fue conocerte a ti y tu padre, en mis días juveniles.
El conocimiento que muestras de mi obra y el repaso de los aconteceres biográficos, son sorprendentes, y sólo porque sé que te preocupas por saber hasta el último detalle de los temas que tocas, me atrevo a comentarte dos o tres “erratas históricas” que se colaron, sin saber cómo por entre los hoyuelos de las letras; son minúsculas, pero como veo tu interés en el detalle, me atrevo a comentarlas, una, por completo intrascendente, como la de que fui discípula de Héctor Azar y Sergio Magaña. A Héctor lo traté mucho, como amigo y como director que era de la Escuela de Arte Teatral de Bellas Artes, de donde yo era profesora (de 1958 a 1972), pero nunca fue mi maestro; a Sergio Magaña sólo lo traté como amigo y casi condiscípulo, pues él, como Carballido, eran de los discípulos predilectos de Salvador Novo, con quien me tocó estudiar primero en la Academia Cinematográfica de México (donde el administrador era López Mateos, y Villaurrutia era uno de los maestros), después, en la Escuela de Bellas Artes, por la que ellos ya habían pasado. De quien sí fui discípula fue de Seki Sano (como actriz) y aunque sólo fui oyente en algunas de las últimas clases de Rodolfo Usigli, de él sí me siento discípula (como dramaturga). Al dejar Usigli la cátedra, ésta fue continuada por Luisa Josefina Hernández, con quien también seguí como oyente en sus clases, pues no estaba inscrita formalmente. Mi condiscípulo ahí fue Hugo Argüelles. Pero como dramaturga, repito, sí me siento discípula de Rodolfo Usigli, porque fue quien me enseñó a penetrar a fondo en el estudio de los textos dramáticos.
Te explico esto, porque no fue gratuito el hecho de que “inventara” yo la institución que ahora lleva el nombre del CITRU. Explico por qué mi término de “inventé”:
Era yo Jefa de la URCI (Unidad de Relaciones Culturales Internacionales), de la Secretaría de Educación Pública. Un día, meditando sobre el hecho de que toda la documentación, correspondencia y obra literaria de los dramaturgos mexicanos se perdía en archivos muchas veces olvidados por familiares, y hasta destruidos por ellos, al no comprender el valor de los dramaturgos que fallecían, se me ocurrió que debería existir un organismo gubernamental, que recopilara toda la documentación, historia y obra de los dramaturgos, para fundamentar la historia de la dramaturgia mexicana, y que ésta pudiera ser estudiada por los investigadores futuros. Entonces diseñé una institución a la que denominé Centro de Investigación y Documentación Teatral “Rodolfo Usigli”, y así se lo propuse a mi jefe que era el subsecretario de Cultura, con quien yo acordaba: el licenciado Víctor Flores Olea. Llegué a mi acuerdo, con mi flamante plan, y me responde que le parece bien, pero me pregunta por qué ponerle el nombre de “Rodolfo Usigli”, si todavía estaba vivo (era el año 1972).
Le respondo que precisamente hay que reconocer a hombres y mujeres que valen durante su vida, porque después, ya no se enteran de que su esfuerzo haya valido la pena. En fin, lo convenzo y me aprueba el proyecto.
Me pregunta quién podría dirigirlo, le respondo que Margarita Mendoza López, que era una investigadora muy valiosa del teatro mexicano, y también lo acepta. Poco después, me nombran agregada cultural en la Embajada Mexicana en Checoslovaquia. Le pregunto a Flores Olea qué pasará con el proyecto del Centro de Usigli, y me responde, “No se preocupe, Marcela, se lo voy a pasar a Juan José Bremer; Bellas Artes puede encargarse de implementarlo. Y así, nace el CITRU (Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli), que hoy existe. Se respetó mi propuesta también de que lo dirigiera Margarita Mendoza López, quien lamentablemente falleció en el Hotel Regis, donde vivía, el día del terremoto de 1985.
Por supuesto, casi nadie sabe que fue mi “invento”. Y ya que has llevado un escrutinio sobre mi “vida y milagros”, te adjunto la copia de la lista de asuntos de aquel Acuerdo, con la “palomita” de que el proyecto había sido aprobado.
Siguiendo con otra imprecisión mínima, ésta se refiere a que mi mamá no fue “primogénita”, sino hija única. Su madre, Esther Mañón, falleció cuando su hija María Aurelia tenía sólo cuatro años. Y en el segundo matrimonio de mi abuelo, no hubo hijos. Y la tercera y última imprecisión, se refiere al nombre de mi hermano Carlos. Como recordarás, por la Utopía de María, el hijo de María en su matrimonio con Gustavo Pacheco (que en la novela le puse tu nombre, Adolfo), lleva el nombre de su padre. Mi hermano, pues, no era Carlos del Río, sino Carlos Pacheco Reyes. Como ves, son detalles mínimos, que son intrascendentes, pero sabiendo, como sé, tu necesidad de penetración en la verdad histórica, me he atrevido a revelarte esas minucias que en la vida diaria se pierden en el torrente de los acontecimientos.
Son detalles mínimos, intrascendentes,
pero sabiendo, como sé, tu necesidad de penetración en la verdad histórica, me he atrevido a revelarte esas minucias
que en la vida diaria se pierden en el torrente de los acontecimientos
En fin, que no dejo de admirarte, por tu agudeza como investigador, en todos los temas que tocas, y creo que nadie tiene el conocimiento de la obra de mi tío, como el que tienes tú, no sólo por ese conocimiento de sus textos, sino por el detallismo con que elaboras tu investigación sobre sus conceptos y su vida; parece que en mi caso, vas por el mismo camino, creo que nadie sabe tanto de mi historia como tú.
Gracias de nuevo por los libros que me trajiste y que leo con pasión. Por favor, saluda con todo afecto a Marie, y dile que extraño aquella comida en la casa de ustedes, entre libros, conversación sabia y recuerdos de todos los calibres.
Un abrazo para los dos, Marcela
Nota
1 “Una dama encrucijada: Marcela del Río”, Casa del Tiempo, UAM, núm. 20, junio 2009, México, pp. 41-43. Disponible en http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/20_iv_jun_2009/casa_del_tiempo_eIV_num20_41_43.pdf