Cine de ciencia ficción: una lectura barroca

Puede resultar paradójico afirmar que la historia del cine mexicano tal vez ha sido más interesante —al menos en algunos casos— que las películas en sí. Esa posibilidad aparece en esta reseña de José Woldenberg sobre Codigofagia. Cine mexicano y ciencia ficción, un libro que enriquece el tema de estudio, como ocurrió en su momento con la Historia documental del cine mexicano, de Emilio García Riera. Aquí asistimos al enfoque de una vertiente poco valorada, en un contexto que permite apreciar su singularidad y extravagancia.

Heli (2013). Fuente: pinterest.jp

1. Cuando Itala Schmelz me invitó a presentar su ensayo le agradecí con gusto. Creí que me encontraría con un libro sobre uno de los subproductos menores de nuestra errática industria cinematográfica. Mi sorpresa fue empezar a leer un ensayo que filtra esa producción a la luz de la propuesta del filósofo Bolívar Echeverría. Y tengo que reconocer que me sentí confundido. Es un problema mío, no del libro.

Hace mucho que le di la espalda a cualquier intento de leer la realidad mediante grandes construcciones conceptuales. Siguiendo a Albert O. Hirschman, prefiero lo que él llamaba teorías de alcance medio, que me resultan más asibles e ilustrativas.

Intentaré explicarme. Cuando leo: “el mexicano”, la “identidad nacional” o “el capitalismo” me resultan conceptos tan generales que acaban por decirme poco. Son categorías de tal nivel de abstracción que pueden significar todo o nada. Es como si un biólogo nos dijera que las plantas tienen clorofila. Nos enuncia una verdad de a kilo, pero al voltear a ver las plantas uno observa una diversidad tal que esa característica común poco nos dice de la variedad y riqueza del mundo vegetal. Los mexicanos —perdón por la obviedad— somos muchos: ricos, pobres, clasemedieros, de izquierda, derecha, apolíticos, alfabetos y analfabetos, profesionistas, artesanos, futbolistas, católicos, protestantes, judíos, y síganle ustedes. Y por ello hablar de una identidad nacional me resulta indescifrable, en primer lugar, por nuestra diversidad y en segundo, porque cada uno de nosotros tiene distintas identidades, no una. Cada uno de los que somos mexicanos ha sido modelado por diversas identidades; no es lo mismo ser mujer, campesina, pobre, monolingüe, religiosa y migrante; que hombre, obrero industrial, con ingreso regular y prestaciones, ateo y que no se ha movido de su lugar de nacimiento. De tal suerte que “el mexicano” y su “identidad” me remiten más a incógnitas que a certezas. Lo mismo me pasa con “capitalismo”: Suecia y Haití lo son (de hecho, sólo están fuera de esa definición Corea del Norte y Cuba), pero las diferen-cias entre ambos son abismales en todos los renglones.

Según la lógica, para definir algo se requiere acudir a su “género próximo” y a su “diferencia específica” y por desgracia no es inusual que en las ciencias sociales demasiados trabajen solamente con el llamado “género próximo”, siendo que en la variedad de la vida (en la “diferencia específica”) se encuentra su riqueza.

Para la autora, nuestra ciencia ficción en las décadas de los cincuenta a los setenta fue kitsch, popular, chafa , plagada de luchadores enmascarados

2. Hace varios años, hablando de la formidable Historia documental del cine mexicano de Emilio García Riera, un querido amigo, Adolfo Sánchez Rebolledo, acuñó una frase que me pareció redonda: “Nunca un cine tan malo tuvo un historiador tan bueno”. Leyendo el libro de Itala me pareció que nunca el cine de ciencia ficción mexicano había tenido una lectura tan ambiciosa.

3. Pero vayamos al punto. Entiendo que para Bolívar Echeverría la mezcla de culturas, el choque asimétrico entre las mismas, generaba y genera “una interpenetración de las identidades”, una mezcla de distintos códigos “que intentan devorarse unos a los otros”. De ahí la noción de codigofagia. El momento fundacional en el caso de lo que hoy conocemos como México fue la Conquista. El código europeo se impuso sobre el prehispánico, pero éste a su vez penetró al dominante y de alguna u otra manera lo transformó también. Me parece un planteamiento irrecusable.

Y entiendo que Itala trata de observar esa misma mecánica entre la ciencia ficción desarrollada en Hollywood y la de estas tierras. Mientras la primera rinde culto a la técnica, el progreso, el capitalismo (a lo que denomina ethos realista), la segunda se resiste e incluso sabotea a la otra (ethos barroco). Escribe que nuestra ciencia ficción en las décadas de los cincuenta a los setenta fue kitsch, popular, “chafa”, plagada de luchadores enmascarados, imitadora pero burlona, relajienta pues. Y es cierto. Al revisar los argumentos de los films, el vestuario, la escenografía, los disfraces, los diálogos, se devela una copia mal hecha de los originales, pero se trata de una reproducción lúdica, infantil, gozosa. Lo que no alcanzo a ver —como lo hace Itala— es “una forma de resistencia” que “debilita la veracidad y hegemonía” del ethos realista. Creo que la propia autora toma nota de eso y por ello en algún pasaje habla de una resistencia "involuntaria". ¿Puede existir tal cosa? Es una pregunta abierta.

Cine mexicano

4. La ciencia ficción mayoritaria explora el futuro y lo modela proyectando del presente algunos elementos. Tierra incierta por definición, produce recelo e incertidumbre. Sobre esa dimensión desconocida podemos especular y proyectar nuestras ansiedades. Es tierra ignota y da para todo. Cierto, como nos ilustra Itala, la hay apologista del progreso, otra es descaradamente propagandista, pero la hay crítica e incluso paródica. Y en efecto, el género no está predeterminado. Puede expresar confianza en la modernidad, el progreso, los avances tecnológicos, o, por el contrario, alertarnos sobre sus posibles derivacio-nes perversas o incluso frivolizar y jugar por el solo gusto de jugar. Creo que la ciencia ficción en el cine mexicano de los años sesenta y setenta estuvo condicionada sobre todo por las carencias financieras y creativas y un cierto espíritu relajiento más que por la rebeldía. Aunque por supuesto siempre se podrá decir que el relajo es una subespecie de la rebeldía que no se atreve a asumirse como tal.

Y lo ilustra con claridad Itala. La cito entrecortada: “La adaptación de la ciencia ficción a la idiosincrasia nacional se hizo de manera humorística; la risa fue elemento indispensable. Ningún cómico estelar del periodo quedó fuera de estas aventuras... La tosquedad con la que estos filmes abordaron temáticas tan complejas... no puede más que causar hilaridad... La ciencia ficción da cabida a lo chusco, a lo pervertido y lo contrahecho... Mismos escenarios y utilería... dos o tres películas por el precio de una... los guiones eran un popurrí de apropiaciones paródicas de los éxitos hollywoodenses...”. Y en efecto, es una descripción no sólo simpática y elocuente sino aguda en relación a las condiciones en que se expandió el género entre nosotros.

Los astronautas (1964).

5. De los tres autores centrales que trata en la segunda parte, René Rebertez, Alejandro Jodorowsky y Carlos Monsiváis, sólo me referiré a este último por ser al que mejor conozco y al que me resulta más sencillo acercarme. Es un acierto de Itala descubrir las primeras colaboraciones del jovencísimo Monsiváis en la mítica revista Medio Siglo: sus primeros acercamientos a la ciencia ficción, sus críticas a la vida cultural del país, su sarcasmo temprano, su profundo conocimiento de los autores estadunidenses y su antiimperialismo en plena Guerra Fría.

Todo ello resulta interesante, pero como dice la autora, “si el cine mexicano se convirtió en una de las grandes pasiones de toda su vida, a la ciencia ficción cinematográfica terminó por delegarla a segundas filas, un cine ‘vinculado a la infancia como condición vital para su desarrollo’. En sus textos se divierte mofándose de ‘la maqueta y el truco barato’ del que pocos filmes se salvan. Inculpa a los monstruos del B movies como engendros industrializados: ‘son monstruos para las matinés’ y se vuelve cada vez más crítico: ‘un cine casi confinado en el ridículo por no poder utilizar libremente la imaginación’”.

Creo que tenía razón. (Luego, Itala nos ilustra sobre algunas de las películas posteriores de las que el libro se ocupa y que tuvieron un aliento creativo, pero eso es harina de otro costal). La “subversión” (no sé si hay que poner o no comillas) de Monsiváis se realiza mediante el humor. Una ironía erudita y bulliciosa que se atreve a plantear, por ejemplo, que en el año 2069 la Secretaría de Recursos Interplanetarios, la Secretaría de Estímulos Visuales para el Subdesarrollo y la Secretaría de Resignación Moral ante el Despegue Económico, lanzarán una nave mexicana al espacio, “el primer carruaje azteca en el cosmos”, que será la encargada de transmitir un mensaje de paz y mexicanidad.

Creo que asume la imposibilidad de tomarse ese cine en serio y por ello el pitorreo es la fórmula que encuentra para comentarlo. No es una descalificación frontal, rotunda, sino una burla elíptica.

Es un acierto de Itala descubrir las primeras colaboraciones del jovencísimo Carlos Monsiváis en la mítica revista Medio Siglo : Sus primeros acercamientos a la ciencia ficción, sus críticas a la vida cultural del país, su sarcasmo temprano

6. Creo —espero no equivocarme y ser injusto— que el texto contiene una cierta aversión a la modernidad, el progreso e incluso a la ciencia, a los que se contraponen las tradiciones, el pensamiento mágico y los saberes alternativos. Es una pulsión que se me escapa como si fuera un puercoespín. Quizá sea una lectura sesgada y parcial, pero no me gustaría dejarla de lado. Vayamos por partes: ¿Quién puede defender la explotación, segregación o discriminación que han sufrido, por ejemplo, las comunidades indígenas, impactadas por una fórmula de modernidad excluyente? ¿Quién es incapaz de ver la pobreza, marginación e insalubridad en que muchas de ellas viven aún? Por supuesto que la nuestra es una modernidad contrahecha y selectiva, pero sus frutos también están a la vista. Nuestro progreso —que existe— no se ha irradiado con la misma profundidad hacia todos los espacios de nuestra convivencia, pero sus obras están a la vista y son usufructuadas por millones. Y ni modo, los aportes de la ciencia (sin adjetivos) no son equiparables a otros saberes. Una cosa es enfrentar un universalismo ciego que quisiera homogenizar las fórmulas de vida en todo el planeta, y otra, confundirlo (o fundirlo) con los avances que en distintos terrenos ha generado eso que llamamos humanidad. De la misma manera que un particularismo cerrado acaba por ser asfixiante y no debe pretender ser ajeno a las influencias de su entorno tanto nacional como universal.

Es por ello que el último capítulo me desconcertó. Me parece que hay en él una idealización del mundo indígena casi como si no se tratara de seres humanos. Un mundo de armonía, “de una manera diferente de tratar a la naturaleza” y “de relacionarse con el otro” (Bolívar Echeverría). Por supuesto que hay que acercarse a ese universo con respeto y mucho se puede y debe aprender de él. Pero, así como existe el arquetipo racista clásico en el que los indígenas aparecen como indolentes, borrachos, atrasados, ahora parece emerger un arquetipo opuesto, no degradante, pero igualmente deshumanizado. Como si las comunidades indígenas no hubieran devastado bosques, vivido agudos conflictos internos que han generado miles de desplazados o como si la estructura militar —jerárquica— de un ejército, así sea el Zapatista de Liberación Nacional, no imprimiera prácticas verticales. No podemos escapar del mundo, aunque la forja de islas paradisiacas ha sido una aspiración perpetua a lo largo de las centurias (desde los falansterios hasta las comunas hippies).

7. Sé que demandarle a una autora algo que no fue su propósito es un abuso. Pero añoré una lectura específicamente cinematográfica de las películas a las que acude. Porque no es lo mismo —y me remito a ejemplos extremos— Heli de Amat Escalante, una visión helada, distante, de un laberinto sin salida cargado de muerte y destrucción, que —digamos— Los astronautas con Viruta y Capulina. Y ello porque como sabemos los productos culturales tienen no sólo diferentes calidades, sino que están dirigidos a audiencias distintas y su impacto no suele ser el mismo. Mientras en el primer caso el espectador es sacudido por una realidad sórdida e ineludible, en el segundo se trata de un divertimento menor para dar a los niños dos horas de recreo. Cierto, para los analistas de los fenómenos culturales ambas películas pueden ser relevantes, pero su diferente pretensión y factura no deberían dejarse a un lado.

8. El libro de Itala Schmelz es un ensayo sugerente, polémico, creo incluso que contiene una sobrelectura de un cine en el que descubre mucho más de lo que realmente ofrece. Lo relevante, sin embargo, es que abre puertas y ventanas para que los fenómenos culturales puedan ser apreciados más allá de la inercia, con ojos sagaces e informados.

Itala Schmelz, Codigofagia. Cine mexicano y ciencia ficción, Akal, México, 2022, 198 pp.