Martin Amis, un moralista

Su imagen ante la prensa era la de un tipo mordaz, brillante, controversial, pero en corto tenía un carácter más bien dulce, generoso. Como escritor resultaba imbatible: cierto impostor mandó una carta a la revista británica Private Eye, firmando como Amis. La respuesta de Martin fue de una elegancia superlativa: "Yo no escribo así. Ésta es mi escritura". Y en pocas líneas demostró el aserto. Todo esto lo narra Ian McEwan tras la muerte del colega, a quien llama "hermano". Julio Trujillo recorre la fuerza conmovedora de la obra de Amis y su registro de humor agudo, además de la obsesión con el miedo como signo de esa obra eléctrica.

Martin Amis (1949-2023).
Martin Amis (1949-2023). Fuente: es.wikipedia.org

Death is no different whined at than withstood.

Philip Larkin

Martin Amis nació en Oxford el 25 de agosto de 1949 y murió en Florida el 19 de mayo pasado. Ese arco de vida es elocuente con la gradual fascinación de un escritor inglés con lo que él llamó el “infierno imbécil” de Estados Unidos. Creció en Swansea, Princeton y Cambridge, ciudades universitarias donde su padre, el escritor Kingsley Amis, daba clases de literatura (cuando le preguntaron qué se sentía ser un famoso novelista, hijo de otro famoso novelista, respondió que era como tomar las riendas del bar de la familia). Escribió quince novelas, dos libros de cuentos y ocho libros de artículos y ensayos. Los géneros de sus obras se confunden, se ahogan, y lo que queda siempre es una superficie verbal “casi sin fricción” que tiende a la autobiografía.

EN UNO DE SUS MEJORES LIBROS, Experiencia (no es una novela, ni una autobiografía, ni una mezcla de ambas, eso a lo que hoy llaman autoficción, sino un molde para el vaciado de una prosa, un recipiente, un decantador para la respiración del vino de la escritura), Amis afirma: “El problema con la vida (le parecerá al novelista) es que es amorfa y ridículamente fluida. Obsérvenla: apenas tiene argumento, en gran medida carece de tema, es sentimental e ineluctablemente trillada. El diálogo es mediocre, o al menos violentamente desigual. Los giros son, o predecibles, o sensacionalistas. Y siempre tiene el mismo principio y el mismo final”.1

Entender la vida como un problema de escritura, además de ser una ocurrencia o incluso un chiste (y el autor abundó en ambos), es una obsesión característica de Amis. Escribir la vida es tarea difícil, la inanidad de un martes cualquiera se interpone entre el escritor y eso que quiere compartirnos con agilidad y estilo. Sobre todo, estilo: el autor, ante el problema de la vida, aderezará su relación de los hechos con la música de su propia redacción, y entonces el medio se convertirá en el mensaje. Cuando el estilo de la prosa (vocabulario, sintaxis, eufonía) adquiere protagonismo y rompe los moldes convencionales en que se le quería contener (novela, cuento, ensayo, reseña, autobiografía, artículo periodístico), se requiere un molde fluido —como el de Experiencia o Desde dentro— que permita a la escritura brincar de aquí para allá y brillar por sus propios méritos. Martin Amis no fue un mal novelista (léase Dinero, 1984), ni un mal cuentista (léase “Los dados de Dios”, en Los monstruos de Einstein, 1987), ni un mal crítico literario (léase el estupendo La guerra contra el cliché, 2001), y tal vez fue un mediano ensayista (aunque a mí Koba el temible, su libro de 2002 sobre Stalin, me encantó). Por sobre todas esas etiquetas fue un gran estilista cuyo linaje pertenece al de Charles Dickens y Laurence Sterne, y lo fue en todos sus libros, los excelentes, los buenos, los medianos y los malos en sus respectivos géneros, pero siempre sobresalientes en estilo y giros, eso que en inglés se llama turn of phrase. Parafraseando a Bill Clinton podemos decir: “¡Es la prosa, estúpido!”.

Y la prosa está hecha de palabras que, al combinarse, forman oraciones. Ésa fue la trinchera de Amis: las oraciones o, mejor dicho, la oración, porque sólo se escribe una tras otra, cada una con su ritmo y estructura. También en Experiencia encontramos este diálogo en que el padre, Kingsley Amis, se confiesa con su hijo sobre la primera novela que escribió:

—Era horrible por las razones de siempre. Y llena de cantidades falsas. Cosas como: “Ardiente y maldiciente en el calor vehemente…”.

—¿Qué tiene de malo? Quiero decir, es obvio que es anticuado…

—No puedes tener tres “entes” como ésos…

—¿No?

—No. Tendría que ser: “Ardiente y maldiciente en el… intolerable calor”.2

El fragmento muestra una de las lecciones que tuvo Amis en el oficio de la escritura, ese arte en que uno es albañil al mismo tiempo que arquitecto. Años después declararía: “Uso un Thesaurus para poder variar el ritmo de lo que estoy escribiendo. Quiero un sinónimo de tres sílabas, o de una. El diccionario es un tremendo asistente para la eufonía”.3 Se entiende que haya declarado su enemistad con lo que llamó “la prosa voto-de-pobreza” y que haya dicho: “No, a mí denme al rey contando su dinero”.4 La declaración es reveladora, no sólo porque asume al escritor como un monarca ante la riqueza del lenguaje, sino porque esa riqueza es divisa, moneda de cambio, dinero: tema y opio central de nuestra sociedad, que la literatura sólo ha atendido de manera excepcional y con pinzas. Pero la estela de construcción-destrucción, excesos y contrastes que ha traído el modelo capitalista que nos rige es auscultada a mano limpia, no con pinzas, por la escritura de Amis. En su prosa, se ha dicho, se nota el consumo de comida chatarra. Lo opuesto al voto de pobreza. En un fracasado intento de denostación, el crítico Terry Eagleton ha dado en el blanco al describir la obra de Amis. En sus libros, dice, “somos escoltados a un mundo sin fondo, sin reglas, un mundo de una pura y vacua libertad en el que todo se vale y al que sólo sostiene el rigor del estilo literario”.5 Imposible discrepar. Pero, ¿qué estilo es ése?

SIN RENEGAR de su ascendiente dick-ensiano, no es difícil reconocer en Amis (y en la “música cómica” de su prosa y su “orquestación sardónica”) a un consumado caricaturista. Sus herramientas fueron la exageración y la lítote, la farsa, el registro irónico y la facultad de metabolizar lingüísticamente el caos de la vida contemporánea. Pero el caricaturista no es sólo un simplificador o tejedor de chistes, sino un moralista, un estudioso de las normas al ritmo de las cuales baila un conjunto social en una cierta época. Y es en el estilo mismo en donde el moralista libra sus batallas: su forma, equilibrio y sutileza (pero también sus estudiados salvajismos) constituyen una crítica implícita de la cultura contemporánea. Como en Swift, la suya es una visión satírica de la decadencia humana, de una política y una sociedad degradadas por el dinero, disipadas por el hedonismo y la pornificación de todo. En los ochenta y noventa del siglo pasado, las grandes metrópolis posmodernas —como Londres y Nueva York— requerían un cronista o un poeta: les fue dado tener a Martin Amis (adicto al siglo XX, según Will Self), dueño de un oído perfecto para registrar el angst y el absurdo de su generación, y para expresarlos con la determinación con la que un suicida muestra su chaleco de granadas en medio del mercado.

Al Paris Review le confesó (en su ya legendaria serie de entrevistas “The Art of Fiction”): “Alguien dijo que trato con banalidades expresadas con una fuerza tremenda. Me parece bien”.6 Nada como una buena hipérbole para hacer el retrato de nuestra decadencia; en la elección de esa serie de trazos quedan fijadas la voz y el juicio del moralista. Él lo ha dicho: “El estilo, por supuesto, no es algo que se le agrega a una prosa regular; es intrínseco a la percepción. Solemos separar estilo y contenido, pero no son sepa-rables, vienen del mismo lugar. Y estilo es moralidad”.7 En Amis, lo que triunfa sobre el prosaísmo sucio de sus materiales es el estilo. Escuchémoslo en una página de Otra gente:

A ver.

Los policías le parecen sospechosos a los asesinos normales. Para el pedófilo maduro, la mirada desinteresada de un niño es una invitación lasciva de salacidad predatoria. Más o menos de la misma manera, la gente viva está prácticamente muerta para los necrófilos activos.

A veces es particularmente afectuoso dejar en paz a la gente que queremos. Cualquiera que alguna vez se haya estrellado caminando contra un poste sabe que todas las velocidades por encima de las cero millas por hora son realmente bastante rápidas, gracias.

Algunas personas observan el crepúsculo y sólo pueden ver sangre en el cielo vampírico. Y cuando, por la tarde, ven un crucifijo aéreo cayéndoles encima desde el oeste, tan sólo suspiran y agradecen que otro avión haya escapado del infierno.

No es difícil reconocer en Amis (y en la música cómica de su prosa) a un consumado caricaturista. Sus herramientas fueron la exageración, la farsa

Si no te sientes un poco loco a veces, entonces me parece que debes estar demente. Todos los clichés son verdaderos. Nadie sabe qué hacer. Todo depende de tu punto de vista.8

HAY UN SABOR ligeramente poético en esta prosa sentenciosa, con ansias de escándalo y confrontación, una prosa que encontró y mantuvo su tono desde El libro de Rachel (1973) hasta Desde dentro (2020). Al terminar es-te último libro suyo, celebré que esa célebre prosa de alto octanaje, ferozmente corrosiva y cargada como una pistola con un sentido del humor fulminante, siguiera viva y saludable. Esa prosa, como constante ejercicio de estilo, como una amante de alto mantenimiento, no podía sostener su estado de gracia novela tras novela. Nosotros, sus lectores, lo sabíamos, pero él, como autor, también: se sospechaba acabado. Así lo confiesa en esas páginas: “Los escritores mueren dos veces. Y en la playa yo pensaba: ah, aquí viene la primera muerte”.9 Pero la primera muerte no llegó. Lo demuestra ese último libro cuyo género, suma de géneros, le quedaba como un guante. Desde dentro es un ejercicio de “transformación total de la experiencia” (así define Evelyn Waugh la ficción), con licencia para seducir a sus lectores con todo artilugio posible (pidiéndole prestado al periodismo, a la crónica, a la ficción y a la crítica literaria). Amis llevó la suma de géneros a la perfección, lo cual no le impidió escribir al menos tres novelas redondas: Dinero, Campos de Londres y La información. Esa narrativa, plenamente finisecular, es una mezcla de Dickens y Saul Bellow, de Jane Austen y Nabokov, de P. G. Wodehouse y Philip Roth. Pero la ficción languideció para dejar que irrumpiera el precoz memorialista, por un lado, y el crítico literario y el periodista que brillan en La guerra contra el cliché y El infierno americano, por el otro. Su último libro, ay, es un adieu. Desde dentro, que es una conmovedora despedida a su gran amigo Christopher Hitchens, resultó también la despedida del propio Amis de los tablados literarios. Que el destino (ese prodigioso guionista) le haya deparado morir de cáncer de esófago, mismo padecimiento que mató a Hitchens y que Amis documentó página tras página, transforma la relectura de Desde adentro en un ejercicio casi esotérico.

Portada del libro "Dinero"
Portada del libro "Dinero"
Portada del libro "Experiencia"
Portada del libro "Experiencia"
Portada del libro "La guerra contra el cliché"
Portada del libro "La guerra contra el cliché"

La crónica de la muerte de Hitchens lo es también de su vida y su amistad —a la altura de Montaigne y La Boétie: “Éramos amigos. Yo era su amigo, y él era mío”. Hitchens se dedica a morir, con entereza, flema británica y desparpajo americano, y Amis lo acompaña, viviendo junto con él las famosas “cinco etapas” sobre las cuales teorizó Elizabeth Kübler-Ross: negación, furia, negociación, depresión y aceptación. Pero The Hitch tuvo a Amis para darlo a conocer, y Amis no tuvo a un Amis que nos contara su propia desaparición como él hizo con su amigo: “Qué joven y guapo se veía. Qué pacíficamente joven y guapo. Parecía un pensador, un pensador duro, tomándose un descanso. Su cuello doblado hacia atrás —para aliviar el esfuerzo de meditaciones largas y difíciles… Ahora la razón dormía, era el sueño de la razón; se parecía a Keats sobre sus sábanas blancas en Roma; parecía tener veinticinco años”.10

El autor busca palabras que lo consuelen. Las encuentra en Jane Austen: en su lecho de muerte por linfoma a los 41 años, le preguntaron qué necesitaba y dijo: “Nada, salvo la muerte”. Esa misma muerte alcanzó a Amis, quien ya estará fumando y bebiendo con su amigo en un mejor lugar. ¿Acudiremos al cliché diciendo que nos queda su prosa? Lo cierto es que ya no habrá más de ella, no habrá más renglones como éstos (sobre la violencia, uno de sus temas recurrentes):

... Al parecer, tengo una sensibilidad casi discapacitante para detectar la violencia en otros hombres, un detector de aquellos puntos en que el desperdicio o la exorbitancia se derraman en fuerza. Como un canario en una mina previa a la guerra, identifico con anticipación cuando hay violencia, cuando hay veneno en el aire. ¿Qué es esta propensión? Llámenla miedo, si quieren. Miedo está bien. La voz alzada en el restaurante y su amargo hedor a alcohol y brutalidad, la mirada de un hombre sobre su esposa que la degrada en la escala humana, que la prepara para la vergüenza humana de la violencia, la pierna que bombea, el ojo espumante, el bar público a las 10:55. Yo veo todo esto —mi cuerpo lo ve, y suelto adrenalina, sudo. Me desmayo ante la vista de la sangre. Me desmayo ante la vista de una curita, de una aspirina. Esta sensación de fragilidad (yo mismo, mi esposa, mi hija, incluso el pobre planeta) terminó por echarme de mi estudio. La vida de estudio es toda pensamiento y ansiedad y yo ya no puedo con la vida de estudio. 11

Portada del libro "Koba el Terrible"
Portada del libro "Koba el Terrible"
Portada del libro "La Zona de Interés"
Portada del libro "La Zona de Interés"
Portada del libro "Desde dentro"
Portada del libro "Desde dentro"

La voz diagnostica de manera verosímil uno de los resortes de su escritura: el miedo. Otro resorte es la fascinación por nuestros excesos y extravíos. Amis abre así un reportaje sobre la industria pornográfica en California:

“Contéstame una cosa”, le dije a John Stagliano. Salíamos de su casa porno rumbo al patio porno con su alberca porno. Esto era Malibú. Al terminar la ladera y más allá del camino se encontraba el Océano Pacífico, pero los Stagliano no tienen acceso a su orilla porno, aunque en las tardes pueden ver el crepúsculo porno con su rosa y su malva y su naranja porno, y después pasear un rato, tal vez, bajo una luna porno. “Contéstame una cosa. ¿Cómo explicas el increíble énfasis, no sólo en tu… trabajo, sino en la industria en general, que se ha puesto en el sexo anal?”. 12

UN RESORTE ADICIONAL, acaso el que nos mueve íntimamente a todos, fue su idea de la muerte y la gravitación que ejerció sobre él desde joven. Morir implica miedo. Lector constante de poesía, siempre volvía a Philip Larkin y uno de sus poemas estelares, “Albada”, en que el autor, aguafiestas, confiesa: “Ningún truco disipa este

modo especial / de tener miedo, como la religión solía / intentar, ese inmenso, armónico brocado / apolillado que se creó para hacernos / creer que no moriremos…”. Y abunda:

Murió (lo cuenta su amigo, Ian McEwan) encomiablemente sereno: 'No tenía lugar para la queja o la discusión de síntomas. Sólo quería estar lo más cómodo posible'

Casi todas las cosas pueden no

ocurrir: ésta

lo hará, y el comprenderlo nos hace enfurecer,

aterrados…

Contradiciéndose a sí mismo, a sus personajes, incluso a su voz, Martin Amis murió (nos lo cuenta su amigo, Ian McEwan) encomiablemente sereno: “Ningún periodista pudo saber o adivinar que hubo algo de magnífico en los últimos meses. Entre tanto sufrimiento, no tenía lugar para la queja o la discusión de sus síntomas. Sólo quería estar lo más cómodo posible para un día de lectura o para tener tiempo con su familia. ‘No le tengo miedo metafísico a la muerte’, me escribió, y luego agregó, como con una media sonrisa irónica: ‘TODAVÍA’. Ese miedo nunca llegó, y creo que nos dejó una lección de cómo morir —y cómo leerlo”.13 En las páginas finales de Experiencia, Amis atiende el lecho de muerte paterno: “Mi padre gira de lado y me da la espalda. Me está mostrando cómo se hace. Giras, de lado, y te dedicas a morir”. Todo escritor es una especie de anfitrión y debe asumir sus responsabilidades como tal. Amis fue un gran anfitrión y confidente (siempre con esos memorables apartes: “A menos que informe específicamente lo contrario, siempre estoy fumando otro cigarro”), pero ahora el bar de la familia ha cerrado para siempre. Su último dueño, elegantemente, giró de lado, nos dio la espalda y se dedi-có a morir. Así lo hicieron Hitchens y su padre. Así es como se hace.

Notas

1 Martin Amis, Experience, Jonathan Cape, London, 2000. Ésta y todas las traducciones que siguen son mías.

2 Op. cit.

3 Citado en “The Big Think Interview”, Big Think, 28 de marzo, 2018.

4 Citado por John Self, "Martin Amis: He Stamped His Style Over a Generation Of Writers and Readers", The Guardian, 20 de mayo, 2023.

5 Terry Eagleton, "The Liberal Complacency of Martin Amis", The Guardian, 23 de mayo, 2023.

6 The Paris Review, “The Art of Fiction” 151, primavera, 1998.

7 Martin Amis, The Rub of Time. Bellow, Nabokov, Hitchens, Travolta, Trump; Essays and Reportage, Jonathan Cape, London, 2017.

8 _________________, Other People, A Mystery Story, Jonathan Cape, London, 1981.

9 _________________, Inside Story. A Novel, Vintage, Penguin Random House, London, 2020.

10 Op. cit.

11 Martin Amis, God’s Dice, Penguin Books, London, 1995.

12 _________________, “Un negocio duro”, Letras Libres, 30 de abril, 2002.

13 Ian McEwan, “Losing a Brother in Martin

Amis”, The New Yorker, 22 de mayo, 2023.