Diario de sueños

PSICOGRAFÍA

Diario de sueños Foto: Toulouse-Lautrec

Despierto en la madrugada muy agitado. El cuarto está completamente en tinieblas. La habitación del departamento en el que ahora vivimos tiene una pesada cortina que impide la entrada de luz. Es de una tela muy gruesa y blanca. Sería una pantalla de cine perfecta, pero su objetivo es tragar la luz que viene de afuera. Despierto y tengo en la mente dos sueños interrumpidos. Me levanto al baño y me mojo la cara. Regreso a la cama y apoyo la cabeza. Al cerrar los ojos se me acelera el pulso y veo fantasmagorías blancuzcas que nos sobrevuelan. Abro los ojos y se esfuman, los cierro y regresan. Me siento en la orilla y Ana despierta. Me pregunta si me levanté por acidez estomacal. Le digo que vinieron los dementores. Sonríe apenas abriendo los ojos y empezamos una conversación a oscuras. Cuando logro tranquilizarme levanto la cortina. El reflejo de las farolas de la calle me devuelve a la realidad y puedo volver a cerrar los ojos.

Por la mañana le escribo al psiquiatra. Él me advirtió que podrían venir agitaciones nocturnas con el cambio de dosis del antidepresivo que tomo. Me asegura que desaparecerán en unos días y me sugiere anotar en un cuaderno los sueños que recuerde con mayor intensidad para así platicarlos en nuestra siguiente sesión. En un cuaderno anoto: “Breve diario de sueños”, y debajo continúo:

Entro en un salón muy grande, con pisos de madera rojos. Veo al fondo del salón a un amigo de la primaria. Está con su familia. Todos visten batas negras. Sonríen y se toman selfies. Su hermana lleva unas hojas en la mano y comienza a repartirlas. Cuando ella camina se prenden unas luces cenitales que alumbran grupos de personas formadas como en un coro, en dos filas. Me integro a un grupo y escucho un órgano tocar una pieza para la misa. Veo vapores entre los haces de luz. Arriba de mí hay una regadera. Alguien me explica que el agua caliente se abre como castigo. Me cae un chorro fuerte, hirviendo…

¿Son los sueños una narración involuntaria? ¿Nos pertenecen los relatos de los sueños? No suelo recordar sobre mis sueños los momentos en los que camino. Usualmente cambio de escenario sin transiciones. Dice Rodolfo Fogwill que los sueños “son pura imagen y tiempo y no suceden en lugar alguno”, y que algunos escritores –como él en su libro La Gran Ventana de los sueños– malamente los reproducen sobre distintas superficies, simulando una obra. Como Fogwill, dudo si los sueños ocurren en la conciencia o en el interior y coincido además que cualquier sueño puede ser más original que cualquier intento de ficción. No estoy de acuerdo con él en que “cualquiera puede volver a escribir o reescribir la obra de otro”, pero sí en que “nadie puede resoñar nuestros sueños ni soñar los suyos con nuestro estilo propio de soñar, o siquiera escucharlos”.

Me acostumbro de a poco a la dosis ajustada del antidepresivo. La última noche no vi fantasmas ni fosfenos, pero conocí a la abuela de Messi. Contrario a lo que pensaba no sabe preparar buenos ravioles. Ana ríe de mis sueños. Ríe junto a la abuela de Messi.