David Manning White, en febrero de 1949, pidió al editor de un periódico, al que llamó Mr. Gates, guardar todas las noticias que llegaban a su oficina procedentes de las agencias Associated Press, United Press e International News Service y que no habían sido publicadas. Mr. Gates también aceptó proporcionar explicaciones escritas del porqué no utilizó cada uno de los artículos rechazados. Esto permitió a Manning estudiar el control de acceso a la información que aparece en un medio de comunicación. Al investigador le interesaron los puntos de decisión (puertas) y los tomadores de decisiones (guardianes) en el ejercicio de publicación de relatos noticiosos. La investigación de White reveló que las razones para rechazar textos podrían ser varias, entre ellas: el veto de un texto por no ameritar ser tomado en cuenta, oposición por elección entre varios escritos sobre acontecimientos idénticos, negativa por falta de espacio o por falta de interés para el lector e, incluso, falta de calidad en lo escrito. Al final, el sociólogo estadunidense concluyó que la selección de las noticias es una realidad subjetiva y dependiente de los criterios y experiencias del gatekeeper.
El ensayo teatralizado de Guillermo Espinosa Estrada sobre el impresor queretano Gris Tormenta, parece haber sido escrito para consuelo de aquel pionero de la investigación sobre los medios de comunicación y para no muchos más. Guillermo Espinosa es autor de trayectoria en el terreno del ensayo, con títulos como La sonrisa de la desilusión, Crítica y rencor, Entre un caos de ruinas apenas visibles. El argumento de Momo en los infiernos es rescatar el episodio del destierro del Olimpo del dios Momo para hacer un recorrido detallado por la (in)noble labor de aproximar o separar un manuscrito dentro del catálogo de una editorial. Los componentes mecánicos de esta puesta en escena son bien sencillos: por un lado, está el dictaminador editorial y en apariencia experto en literatura (Momo), un perdedor —en apariencia tan inútil y poco preparado para la vida que todos los que lo rodean dan por hecho que es imposible que triunfe— y, por el otro, una institución a la que ese perdedor ataca: la maquinaria de producir libros.
Momo se dedica a sus asuntos, vive su vida. Y un día decide acabar sus días como lector profesional, pero, como en los asesinatos de las novelas de Hércules Poirot, sale de escena educadamente.
ES AUDAZ SALIR DE TEMAS TRILLADOS y adentrarse a priori, en lugares poco conocidos sobre los que no se suele fijar la mirada de los interesados en la industria de producir libros. La figura en la que recae un carácter judicial de voz competente que le señala al editor si una obra es un instrumento de valía para ser publicado, el debate sobre las voces autorizadas en la apreciación de la literatura, el espinoso terreno del “buen gusto”, la pregunta ¿por qué sigue importando la crítica? Por lo menos desde la bibliografía en español, son jardines poco explorados, emocionantes, prácticos y llenos de espinas susceptibles de abordar desde cualquier prisma: ensayo, historia, crónica bibliófila, artículo académico, memoria o el que se quiera. En Momo en los infiernos, Guillermo Espinosa Estrada consigue hacer algo casi increíble: no centrar su atención en ninguno.
Al autor le parece motor suficiente para su ensayo tocar tangencialmente las conclusiones a las que llegó David Manning White hace setenta y cinco años, pero nada más. Hay muchos más cuestionamientos en el ensayo de Manning que en Momo en los infiernos, en cuya lectura tenemos que recordarnos que estamos repasando la vida de un personaje que procura –sin proponérselo realmente– hacer agujeros y exponer el sistema que lo ridiculiza. Aunque uno esté de acuerdo, al final termina el volumen y no sabe si el personaje expuso por dinero, por convicción, por humanidad o por falta de carácter al sistema en el que se desenvolvía.
Momo se dedica a sus asuntos, vive su vida. Y un día decide acabar sus días como lector profesional, pero, como en los asesinatos de las novelas de Hércules Poirot, sale de escena educadamente. No basta con decir “nuestro trabajo tiene como finalidad que la máquina de hacer libros no se detenga. Disciplinadamente, con cada uno de los informes de lectura que hemos confeccionado, engrasamos sus mecanismos y los liberamos de rebabas para que nada pueda obstruir su totalitario monólogo financiero”, sino hacernos sentir que los valores, las limitaciones, la vulnerabilidad, las presiones y los detalles mecánicos hacen que las decisiones de seleccionar un manuscrito publicable sean las estrellas de ese relato. Hay cierta renuncia en buscar en los personajes un conflicto –el miedo a proporcionar explicaciones precisas del porqué no utilizó los manuscritos rechazados–. Ese rechazo al conflicto hace que cuando el texto le exige al buenensayista que es Espinosa, éste se aleje del terreno complicado a partir de sarcasmos convirtiendo el asunto en una comedia slapstick dramática, mexicana y televisiva de domingo por la tarde, en la que termina por obviar, a base de muchos repasos, algunas de las conclusiones.