El arte de la resistencia

“El principio central de una crónica es simple: narrar la realidad de la manera más fiel y sugestiva posible. Fiel porque, sin un pacto con la honestidad, un texto deja de ser crónica y deviene ficción; sugestiva, para no presentar un mero informe o relatoría llana, como se esperaría de un velador tras un robo.” Así presenta Antonio Ortuño Crónica de la Universidad Nacional Autónoma de México, en su sexta entrega (2024) con la participación de Carlos Velázquez. Reproducimos un fragmento de su texto con la autorización de la editorial.

Portada del libro "Crónica, Núm.6" Foto: Cortesía del Autor

Una carambola a tres bandas. Es lo que se antojaba en cuanto se anunciaron seguiditos a los Brian Jonestown Massacre en Querétaro, el festival Hipnosis en Iztapalapa y el Hell & Heaven en Toluca. Cualquier persona normal tendría que aventarse un volado. Escoger si con melón o con sandía. Pero no un atascado como yo. Para mí la única opción viable era matar tres bachas de una sola fumada. Tendría que realizar el enorme sacrificio de adorar al niño. Es decir: asistir a las tres tocadas.

Entonces, cuando ya me había convencido a mí mismo de convertirme en un turibús humano, me asaltó la insegurideath. ¿Conseguiría llevar el anillo hasta Mordor? ¿Resistiría mi cuerpo munrático?

Si Elvis visitó quince ciudades en quince noches durante su gira del 72, chingo a mi madre si no podré yo con esta trilogía, me dije y lancé un golpe de karate como lo hacía El Rey embutido en su traje blanco con su capita pedera ondeando. You ain´t nothing´but a hound dog.

Así como Hunter S. Thompson tenía a su abogado, yo tengo a mi contadora. Quien además de llevarme la contabilidad, es mi partner in crime de los conciertos. Karina, le comenté por teléfono, quiero saber si este cuerpo todavía sirve o si ya es pura fachada. Si mis cuarenta y cinco años todavía me permiten meterme a la jaula del tigre. Jalostitlán, me respondió. ¿Segura? Simontas, no me perdería por nada a BJM y menos el espectáculo de ver cómo te derrumbas. ¿Estás preparada? Porque esta misión entraña peligro extremo. ¿Sabes hacer caldo de pollo? ¿Qué tan buena eres preparando el theraflú? Mi organismo corre el riesgo de colapsarse y derrumbarse por una cruda o por exceso. Y terminaríamos en una sala de urgencias escuchando la sinfonía de los lamentos de balaceados y acuchillados todo el fin de semana. Que sí, hombre, yo te sigo, respondió.

En cuanto colgamos me tomé mil unidades de vitamina C, metí tres bombachas a la maleta y prendí mi veladora de David Bowie, que compré en la Amoeba de Elei, para que alumbrara mi peregrinar.

Sí, Capitán, estamos listos.

QUERETARROCK

Bajo los efectos de la gomita de THC cualquier superficie es un don Colchón. Ahí donde está el osito dormilón. Me bajé del bus bien frescote después de recetarle a los otros pasajeros doce horas de reparadora apnea del sueño. Ah, perro, traes cuadrafónico, me dijo uno cuando me quité el antifaz para dormir. Había llegado a la tierra de la gordita de migaja.

Hubo una época en que viajar en camión me generaba unas contracturas atroces. Pero desde que descubrí la gomita se ha convertido en mi transporte favorito. Me ahorra el maldito estrés de enfrentarme al aeropuerto. Y los vuelos criminales que te exigen pararte a las cuatro de la madrugada.

Me tomé mil unidades de vitamina C, metí tres bombachas a la maleta y prendí mi veladora de Bowie, que compré en Elei, para que alumbrara mi peregrinar

No sabes cuántos meses me he saboreado este momento, le confesé a Karina cuando nos encontramos en el Jardín Guerrero. ¿Para ver a BJM?, me preguntó. Para ejecutarme unas de migaja con queso y chicharrón, le respondí. Y para ver a la banda también, por supuesto. Tres gorditas me procuraron la gasolina necesaria para el tiro que se aproximaba. Después de desayunar estaba listo para el primer trago.

Horas más tarde, me encontraba con Karina y el Negrata en la cervecería Hércules tomándome una chela artesanal (que exhibía la consistencia del agua para trapeador después de tres pasadas), cuando vi pasar frente a mí a Joel Gion. El carismático panderista del nada carismático Anton Newcombe. Pegué un brinco y salí disparado detrás de él. Llevaba conmigo el Who Killed Sgt. Pepper? en vinyl.

Después de estamparle su firma, me dijo que hiciéramos una pose para la foto. Era tal mi nerviosismo que no pude hacer otra cosa que sonreír. Él adoptó la postura de un maniquí. Y después desapareció entre el humo de las salchichas alemanas.

Según los rumores, la Hércules había desembolsado 40 mil dólares para que BJM se dignara a pisar Querétaro. Cierto o nel, hay que dar gracias a los dioses del karma porque exista gente con ese tipo de caprichos. Una hora después recorrimos un larguísimo túnel, de la ex fábrica de hilos, que nos escupió en un patio con un improvisado escenario. Más que un concierto, aquello parecía una reunión secreta. Un banquete para nuestros insanos paladares.

Minutos antes de que BJM subiera al escenario alguien depositó en la palma de mi mano un puñado de algo que tenía la consistencia de los hongos. Si quería cumplir la misión, si quería tener el aguante para surfear los tres días, necesitaba de ayuda. Así que me los tragué con un movimiento de labios como el que hacen los caballos cuando están empacando pastura.

Anton Newcombe salió lo que le sigue de pedo. Y con actitud de aquí nomás mis Takis Fuego enchilan. Era su piñata y teníamos que aguantarnos. Cualquiera que haya asistido a un festejo infantil sabe que el anfitrión es un cretino en potencia. Es el comportamiento que Newcombe ha adoptado desde que empezó su carrera. Pero esa noche andaba peor de desatado. Tan viendo que el viejo es volado y le ponen motor a la silla de ruedas.

BJM comenzó a tocar y su líder se dedicó a ser una patada en los tanates desde el primer momento. Apenas se terminó la primera canción comenzó a gritonearle a su baterista. El tecladista cometió el error de defender al bataco y Anton también lo cagoteó. A partir de ahí imperaría la dictadura de su mal humor. Los músicos ansiaban tocar, el público anhelaba escuchar, pero Anton interrumpía el concierto constantemente por puras pendejadas.
Le prodigaba abrazos, que se antojaban eternos, a su bajista, peleaba con el guitarrista y discutía con el público. Bienvenidos al show de Nico y Bruno.

Mi cuerpo estaba preparado para cualquier cosa, menos para la patética comedia de Newcombe. Qué impotencia estar frente a semejante leyenda y sentir deseos de subirte al escenario y agarrarte tú mismo a madrazos con Anton. Era inevitable no preguntarme ¿para esto me desplacé cientos de kilómetros? Pero es el riesgo que corres cuando vas a ver una banda. La historia está repleta de conciertos que terminan antes de que se acabe la primera canción. O que se suspenden. O que culminan en trifulca. O que son memorables por las razones equivocadas. Y éste apuntaba para ser uno de esos.

Los desplantes de Anton son su carta de presentación, los fans de BJM lo sabíamos. Pero esa noche el personaje se le estaba saliendo de las manos. Cada rato se interrumpía para brindar con su vaso de vodka y presumir que había bajado de peso. Skinny bitch, repetía. Skinny bitch. La panza chelera que lo había acompañado los últimos años había desaparecido. Pero a la audiencia qué mierda nos importaba si se había hecho la lipo o tenía cáncer. Estábamos ahí para escucharlo tocar. Le llovieron las protestas. Y respondió con más amenazas. O cerrábamos el hocico o dejaba de tocar.

Los desplantes de Anton son su carta de presentación, los fans de BJM lo sabíamos. Pero esa noche el personaje se le estaba saliendo de las manos. Cada rato se interrumpía para brindar con su vaso de vodka

Ah cabrón, ¿estás tocando? le grité. Una morra que estaba a mi lado me preguntó si hablaba inglés. Le respondí que no. Y sin que se lo pidiera procedió a oficiar de traductora. Dice que si no te calmas va a dar por finalizado el show. Un güey a mi lado metió su cuchara para explicarme que así era la personalidad de Anton. En pocas palabras: que teníamos que tragarnos la mierda sin rechistar. Lo único que lograba Anton con esa conducta era trasladar al público la animosidad que se respiraba en el escenario. Como vio que me habían echado montón, un tarado aprovechó para gritonearme que dejara de estar chingando porque él había acudido a escuchar, él era un verdadero fan y yo le estaba echando a perder el toquín.

Dios mío, pensé, esta es la gente que paga feliz la chela a 180 en los festivales. Perdón, pero hasta aguantar la divez de Anton tiene un límite. La única razón por la cual no me le fui encima a aquel imbécil es porque no quería que me sacaran. Pero tal y como estaba la cosa hubiera dado lo mismo. Nada pendejo, minutos después, cuando le cayó el veinte de lo que acababa de hacer, se movió de lugar. Con el rumbo de las cosas, no tardaría en estallar una pelea. Es como cuando vas a la lucha. Ver tanto costalazo te mete ganas de sacarle sangre al güey que tengas al lado.

La agonía se prolongó todavía más cuando Joel Gion decidió mandar a Anton a la chingada. Se bajó del escenario. Presenciar aquello era más parecido a estar en un ensayo donde a todos se les han pasado las cucharadas que a estar en un concierto. No niego que eso tiene su encanto, pero la necedad no hace shows memorables. Empezó entonces la danza para tratar de convencer a Joel de que volviera. Después de unos minutos accedió a continuar, pero no sin echarle unas miradas asesinas a Anton que decían me tienes hasta la madre, pinche puqueque. Semanas después el conflicto entre ambos explotaría y Joel abandonaría la gira durante varias fechas, jejeje. Chútate esa, pinche Anton mamón.

Entonces, cuando todo apuntaba para ser la cagada del año, el milagro se produjo. Anton se dejó de mamadas y la música fluyó y la atmósfera se transformó. Aquella batería prestada, el equipo modesto y el escenario improvisado se convirtieron en un platillo volador. Fue como recibir una cachetada. A la madre, son los BJM. Los últimos veinticinco minutos fueron de interrumpidas capas sonoras de guitarra tras guitarra. La euforia que esperábamos desde un inicio. Y de repente todo fue perdonado. Se nos olvidaron las payasadas previas de Anton.

Lo que ocurrió después fue una pendejada. En lugar de largarme a mi hotel a dormir, me esperaban dos días de desplazamientos por delante, me fui de after. La noche había estado demasiado enrarecida como para meterme bajo las cobijas mientras me arrullaba un episodio de 30 monedas. El Negrata, la Contadora y yo nos lanzamos a La Perdida. Traspasamos una puerta y encontramos una escalera que nos condujo a un sótano diminuto. Apenas si cabíamos seis personas. Ahí nos apeñuscamos y nos pusimos a bailar frente a una dj jovencísima. Vaya, me dije, nunca me imaginé que Queretarrock tendría una vida nocturna tan chida.

La cosa no acabo ahí. Nos movimos a otro after donde unas chavas me querían sacar a bailar. Mi respuesta a la invitación fue un gran bostezo. Pero no por aburrimiento o mamonería o desidia, me estaban pegando los hongos.
Sí, los que me había tragado en la Hércules. Eran pasadas las cuatro de la mañana cuando me dejé caer sobre mi cama como se derrumban los peleadores de Street Fighter cuando han sido derrotados. El riesgo de que no me levantara el día siguiente hasta las cinco de la tarde era alto.

The Brian Jonestown Massacre ı Foto: Cortesía del autor

PEOPLE OF MY AGE, THEY DON’T DO THE THINGS I DO, reza un verso de la rola “I’m the Ocean” de Neil Young. Gente más joven que yo se habría quedado en cama a crudear. Como esos boxeadores que saben que es mejor para su integridad no ponerse de pie y que el conteo alcance los diez segundos. Pero yo quería repetir. Sí, lo sé, soy un incorregible. Total, ya tenía el boleto. Se me habrían quitado las ganas si BJM hubiera sido un fiasco total, pero el cierre del concierto me había devuelto la fe.

No podía abandonar Queretarrock sin antes chingarme unas gorditas infladas en aceite del Güero y Lupita de migaja con queso. Arterioesclerosis: mi cuerpo, mi decisión. De ahí me tendí a la central de autobuses. El reto: llegar al Hipnosis a tiempo para los BJM. Tocarían a las cuatro y media de la tarde. Qué mentada de madre de horario, pero como lo dijo Neil: necesito distracción. Y como dijeron Los Pellejos: necesito violencia boutique. Necesito rock, chingado. Música en vivo, la droga más maravillosa que existe.

Según Dr. Strange en el Multiverso es una mala idea tomar un Estrella Roja. Si tienes la oportunidad de subirte a uno, desaprovéchela. Menos si el cronómetro no te favorece. Me tocó hasta el fondo, como el bad boy de la secu. Dicen que el mejor remedio para la cruda es no dejarla llegar. Así me sentía yo. El cansancio no me acosaría hasta que me quedara estático. La adrenalina me traía más puesto que unas líneas de coca. El reto de esta odisea consistía en hacerlo sin meterme cochinilla. Mi propósito era demostrar un punto. Que a mis fory faiv mi cuerpo todavía me respaldaba. Con coca lo lograría sin pedos. El chiste era salir a flote por mi propia cuenta. Lo que no significa que me ayudara de otras sustancias. Para no aburrirme, también denme chance.