Irene Vallejo, la filóloga gentil

Recientemente la Fundación para las Letras Mexicanas tuvo el acierto de invitar de nuevo a la escritora Irene Vallejo (Zaragoza, España, 1979) a encontrarse con sus asiduos lectores. En esta ocasión también participaron en el acto otras instituciones educativas como la casa Cien Años de Soledad, la Academia Mexicana de la Lengua y la UNAM. Héctor Iván González nos hace una breve crónica sobre este concurrido evento que se llevó a cabo en el Museo de Antropología e Historia.

Biblioteca de Alejandría: “Era el sueño de Alejandro; tener una leyenda propia, entrar en los libros para permanecer en el recuerdo”. Foto: Jot Down Kids

A Geney Beltrán

Con una sonrisa contagiosa y un aire de la musa Clío, la patrona de la historia, la escritora llegó al auditorio “Jaime Torres Bodet” para continuar su cruzada por la enseñanza de las humanidades en la educación media, y para difundir la pasión por la lectura y por las letras grecolatinas. Una defensa crucial de algo que el profesor Nuccio Ordine (Diamante, 1958-Calabria, 2023) ha llamado, en su manifiesto, la utilidad de lo inútil:

Existen saberes que son fines por sí mismos y que —precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial— pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores. 1

De entrada, Irene Vallejo destacó que ella sólo es la continuadora de un trabajo que han comenzado otros: la memoria de la historia de la lectura, disciplina que ya es una materia de estudio bastante sólida, y que tuvo como punto de partida, entre otros, la obra Una historia de la lectura (2005) del argentino-canadiense Alberto Manguel. Y de la cual sería continuador su libro de divulgación El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (2019): una historia que convoca a salvar las ideas del humanismo, no sólo a un objeto, en este caso el libro. Si bien su obra no representa toda la complejidad de la literatura o la filosofía en la época clásica, sí cumplió con un objetivo: haber despertado la curiosidad somnolienta de una buena parte del público lector y reparar en la urgencia de cultivar la lectura en una era en la que las redes sociales monopolizan la atención de gran parte de los sectores. “Soy, contra todo pronóstico, muy optimista en el futuro del libro”, confesó Vallejo.

EL INFINITO EN UN JUNCO O LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD

Vallejo comenzó su intervención narrando el plan inicial de su célebre y conocido título. Si bien ya había publicado libros como las novelas La luz sepultada (2011) y la notable El silbido del arquero (2015), así como reuniones de sus columnas, El pasado que te espera (2010) y Alguien habló de nosotros (2017), no había alcanzado una gran popularidad. Al menos no la que le hubiera permitido vivir holgadamente con su hijo Pedro, quien acababa de nacer con severos problemas de salud. Por ese motivo tuvo que contemplar la posibilidad de abandonar la literatura y “ahora sí buscar un trabajo que diera de comer y me permitiera cuidar de mi hijo”, confesó con voz levemente conmovida. De tal suerte que, viviendo una situación familiar tan apremiante, la escritora pensaba que ya no iba a poder realizar otro libro después de El infinito en un junco; así que se la jugaría al todo o nada.

Irene Vallejo destacó que ella sólo es la continuadora de un trabajo que han comenzado otros: la memoria de la historia de la lectura, disciplina que ya es una materia de estudio bastante sólida

En un momento que parecía algo insólito, cuando acabábamos de tener a nuestro hijo, El infinito en un junco era una despedida. Un último libro antes del fin de una carrera de escritora, ya que me dedicaría a mi hijo. Sin tener la certeza de que sería publicado, necesitaba dejar por escrito de manera sintética lo que había aprendido.

De forma estoica, Vallejo haría un último intento en el inhóspito campo de la literatura. Pero pondría en juego todo su conocimiento como ensayista y narradora. Después de concluir su tesis de doctorado en Filología clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia, había entendido que su público se limitaría a especialistas y avezados en el tema si no introducía sus dotes como narradora. Contraria a la idea de muchos de sus colegas que consideran que, entre más pastosa sea la prosa y más rebuscados los términos, más brillante será ésta, la escritora se dio a la tarea de difundir pensamientos profundos con un lenguaje sencillo y se puso a reestructurar el material de su trabajo académico: “Una década de estudios y trabajos de investigación podrían ser un libro hospitalario. Estaba bebiendo de mi tesis, pero no usé ni una sola de esas páginas de manera literal”, comentó.

Al salir de sus extenuantes guardias en el Hospital Materno Infantil de Traumatología “Miguel Servet” para cuidar a su hijo, se dedicaba a trabajar en su obra, para lo cual trazó un mapa con post its en su estudio. Como especialista en la retórica griega hizo un ejercicio donde fijó su concentración en la dispositio de los temas a tratar. Ella quería que el libro “siempre estuviera en movimiento”, por lo cual llevó a cabo un análisis de los núcleos temáticos que abordaría, de las líneas discursivas (cambiarlas si se repetían), debía distinguir los géneros literarios citados de la era clásica, los mitos, las historias, la música y abordar la biblioteca de Alejandría “que en sí misma tiene su propio color”, afirma con una sonrisa cargada de reminiscencias. Así define, en El infinito en un junco, el sueño de Alejandro Magno que llevó a buen puerto su antiguo general y coterráneo Ptolomeo:

La Biblioteca de Alejandría era una enciclopedia mágica que congregó el saber y las ficciones de la Antigüedad para impedir su dispersión y su pérdida. […] La antecesora que más se le aproximó —la
biblioteca de Asurbanipal en Nínive, al norte del actual Irak— se destinaba [exclusivamente] al uso del rey. La Biblioteca de Alejandría, variada y completísima, abarcaba libros sobre todos los temas, escritos en todos los rincones de la geografía conocida.2

“¿Qué perseguían los jinetes extranjeros...? Libros, buscaban libros.” ı Foto: EBECA

ESCRIBIR COMO SE ARMA UN ROMPECABEZAS

Con todo este maremágnum de referencias, para ella era vital no perder el hilo conductor al escribir el libro y sobre todo: “No ir a la deriva —recalcó—. Era como jugar con un puzzle [rompecabezas]”. En su plática comentó que además utilizó lo que había aprendido como lectora de ficción: crear ambientes, hacer personajes, pero “contar la historia teniendo en cuenta la voz de mi madre cuando me contaba historias de niña. Siempre he tratado de contar con la voz de mi madre cuando me leía antes de irme a dormir y me dejaba impactada”, enfatizando el papel fundamental de los padres que cuentan historias o leen en voz alta a quienes aún no pueden leer.

La primera Irene era la niña que oía cuentos antes de que yo supiera leer. Pensaba que la capacidad de lectura era un poder de los adultos de la que los niños estábamos excluidos. Pasaba las páginas y veía las láminas sin poder leer. Miraba las letras y, como digo en el libro, pensaba que eran hileras de hormigas que guardaban secretos.

Con esto en mente escribió dos libros para niños: La leyenda de las mareas bajas y El inventor de viajes, basado en Historias verdaderas de Luciano de Samósata. Afortunadamente, su hijo Pedro mejoró y fue dado de alta del hospital. Una vez que pudo caminar, se acercaba constantemente a donde su madre trabajaba su libro: el despacho prohibido. “Así que mi hijo arrancaba el mapa. Llegué a tomarle fotos con el móvil y a cubrirlo con plástico ante el ataque a mi libro”, relata riéndose.

Irene Vallejo tenía en cuenta uno de los principios fundamentales de la escritura: la disposición del contenido, lo cual redundó en una estructura efectiva. Si el objetivo era aligerar el conocimiento, pero sobre todo agilizarlo, debía buscar una secuencia de información que sedujera
al lector:

Como maestra me di cuenta de que desde Homero las historias han sido la forma de transmitir conocimiento, ya que esas historias nos hacen sentir ‘en los zapatos de los personajes’. Está comprobado por los neurolingüistas que las neuronas de la memoria están cerca de la zona de las emociones en el cerebro, por lo cual aprendemos mejor por medio de relatos.

Todo este caudal de conocimiento sintetizado se entrevera con la historiografía. Algo que Vallejo describe como un cordón umbilical

Y luego alude al mito de Orfeo que sufría pothos, como define en El infinito en un junco: el dolor indecible por la muerte de Eurídice: “Orfeo está dispuesto a bajar y luchar y domesticar a los seres del Infierno con tal de no perder a su amada”. Erudita en mitos griegos, Irene Vallejo sintetiza de forma brillante: “La mitología es ese precipitado [la materia más sólida] donde se hacen las historias para transmitir el conocimiento. ¿Por qué tendríamos que renunciar a esas historias?”.

De esa manera la literatura nos despierta algo que ya está dentro de nosotros mismos, una curiosidad, una humanidad durmiente o un reflejo insustituible. Leyendo la historia de Edipo, uno como lector se reformulará su lugar en el mundo,lo mismo sucederá con las tragedias de Medea, de Elektra o La Orestiada. Llevamos más de dos mil años aprendiendo de manera lúdica. Ya que, a decir de Irene Vallejo: “La mitología retoma lo esencialmente humano”, y enseguida agrega: “Como decía Aristóteles: ‘el pensamiento nace del asombro’”. Todo este caudal de conocimiento sintetizado se entrevera con la historiografía. Algo que Vallejo describe como un cordón umbilical que no es obligatorio ver como una cadena perentoria, sino como una posibilidad para conocer el pasado y reflexionar sobre éste: “Los seres humanos vivimos una vida más allá del estrecho trayecto de nuestra vida gracias a esas miradas al pasado. Somos la única especie en el mundo que puede soñar, esculpir el futuro”.

Para la escritora, no se trata de ver la historia como algo monolítico e inamovible, sino como la veía Heródoto, “como una historae, una investigación. Heródoto, que era un viajero impenitente y conversaba con los pobladores de los lugares, reformulaba lo ocurrido”. Lo cual le da una acepción adicional: “La Historia como flujo de historias”, intuye Vallejo. Recalca que la historia en la literatura “no busca recrear la totalidad de aquel tiempo”, sino que “busca la extracción del miedo y las pasiones humanas. En El infinito en un junco quise hacer otra épica, no la de las guerras, la épica del conocimiento”. Al respecto, trae a colación una anécdota personal: “Tengo una compañera de Filología clásica que estudió esa carrera porque ‘quería hacer dinero’ —subraya—, ¡y lo está haciendo!, porque trabaja con la Inteligencia Artificial”. Ante la incredulidad y algunas risas del público, Irene Vallejo sostiene: “Ella me ha dicho que hacen falta filólogos para trabajar en la Inteligencia Artificial”.

El infinito en un junco fue publicado en 2019 sin que su autora o editores tuvieran grandes pretensiones con respecto a su alcance. “Éramos muy humildes”, reitera Vallejo, recordando que “humildad” viene de humus, es decir “tierra”. Tenía los pies bien puestos en la tierra, y así los mantiene esta sensible escritora que ha vendido miles de ejemplares en decenas de idiomas, y quien, además, colocó la valía del mundo grecolatino en el centro de la conversación de los lectores y supo usar el legado clásico en una época en que parecería ya no haber ningún asidero firme.

A modo de colofón, Irene Vallejo celebró como “héroes de nuestro tiempo” a los promotores de lectura, que acercan la cultura y las artes a gente que no tiene el privilegio de tenerlas incorporadas en su vida, al igual que a quienes han salvado libros de la censura y la destrucción. Y también enfatizó que estamos en deuda con ellos al igual que con las personas que sostienen las instituciones educativas, “como la Fundación para las Letras Mexicanas o las universidades”, porque “han mejorado nuestras vidas”.

NOTAS

1 Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil. Con un ensayo de Abraham Flexner, trad. del italiano y el inglés de Jordi Bayod, Barcelona, Acantilado, 2013, p. 9.

2 Irene Vallejo, “Equilibrio al filo del abismo: la biblioteca y el museo de Alejandría”, en El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, España, Siruela, 2019, pp. 24-25.

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