Nobel de la Paz acorrala al gobierno de China

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Foto AP

El premio Nobel de la Paz concedido al disidente, Liu Xiaobo, no sólo ha provocado la ira del régimen chino acostumbrado ya a que los gobiernos y los organismos internacionales —con el pretexto de los intereses económicos—, eviten incomodarlo con temas difíciles, sino abre una perspectiva distinta en la posición internacional de este país.

Si la amenaza del gobierno chino contra Noruega se cumpliera, sometiendo a este país a represalias comerciales —pues es noruego el comité de este premio—, es posible esperar una reacción de la Unión Europea, la cual no puede permitir una presión de este tipo contra uno de los países miembros de la comunidad y, mucho menos, por esa razón.

De hecho, esto se da en el contexto de la discusión sobre la postura china de no reevaluar el yuan, la cual ya fue criticada oficialmente por la canciller alemana Angela Merker. Si bien algunos países como España o Grecia, se han convertido en casi cómplices oficiales del gobierno chino —en aras de la ayuda financiera—, no es el caso de Alemania o Francia quienes finalmente tienen un mayor peso económico y político y pueden oponerse al esquema de suma cero prevaleciente hasta ahora, donde China gana mientras los demás pierden.

Ya el presidente Barack Obama —señalado de ser complaciente en el tema de los derechos humanos en China, siguiendo la línea de Clinton o Bush, hijo, influenciados todos por los intereses particulares de grandes corporativos y por la venta de bonos del Tesoro para financiar su déficit—, acaba de exigir la liberación inmediata de Liu Xiaobo. Es poco, pero también es mucho en este momento, por la carga simbólica de esta petición.

En Estados Unidos el tema es muy relevante. En julio de 2009, el Congreso de Estados Unidos en una votación histórica —con sólo un voto en contra— condenó la feroz persecución al movimiento espiritual Falun Gong, una de las más fuertes acciones violatorias de derechos humanos por parte del régimen comunista chino.

Pero también se debe considerar el estado de la opinión pública estadounidense. En una encuesta reciente de WSJ/NBC News, China aparece abrumadoramente como el país más negativo para la población estadounidense, cuyo 50% considera que el libre comercio a ultranza es perjudicial. Para muchos estadunidenses, China ha sustituido a Wall Street como el principal villano, siendo esto un reflejo del desempleo y de la destrucción de industrias norteamericanas a causa de las mercancías chinas.

Paul Krugman, premio Nobel de Economía, se ha convertido en uno de los críticos más persistentes de la manera como China está financiando sus exportaciones con una depreciación artificial de su moneda, “robando así los empleos en otras partes del mundo y poniendo en riesgo el sistema financiero internacional”. Pero no sólo una voz como ésta se opone, pues el Congreso ha votado poderes especiales al presidente Obama para enfrentar el problema, lo que pudiera derivar en medidas especiales contra las mercancías chinas.

En esta circunstancia, el premio a Liu Xiaobo es importante por la virulenta reacción del gobierno chino, sacando a relucir el verdadero rostro del régimen comunista: intolerante, enemigo de los derechos humanos y lleno de arrogancia en sus relaciones internacionales.

Después de que prometió llevar a cabo represalias contra Noruega, es malo para China tanto si las cumpliera como si no. En realidad, como se verá si se le pone a prueba, este régimen es un tigre de papel que depende de las facilidades concedidas a su comercio, si ellos mismos las dificultan, serían los primeros en sufrir las consecuencias.

Pero lo cierto es que la comunidad internacional —y esto incluye por supuesto a México quien padece con China un desequilibro comercial enorme, pues de 36 mil millones de dólares, 32, 600 millones de dólares son para el país asiático— no puede seguir conviviendo ya de la misma forma, es decir, fingiendo demencia, con un régimen impresentable, el cual no quiere jugar con reglas compartidas ni con base en los temas globales, tales como los derechos humanos, el cuidado al medio ambiente, el libre comercio basado en la calidad y no en la sobreexplotación y el dumping, y el respeto a las patentes y las marcas —por el auspicio oficial a la piratería—.

No es aceptable que China diga se trata de un asunto interno y quiera mantener vigente un sistema atroz como su Gulag —el sistema Lao Gai de campos de trabajo forzado— a donde son arrojados disidentes democráticos como Li Xiaobo y cientos de miles de chinos por razones políticas o religiosas, cuya opresión y silencio claman ya por la verdadera atención del mundo.

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