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[caption id="attachment_1039492" align="alignnone" width="749"] Pie de foto: El poeta Raúl Zurita, durante las protestas en Chile. Foto: Tomada de Twitter.[/caption]

Un hombre en la calle levanta la bandera de Chile. Es todos y es nadie, porque los poetas son todos y son nadie. Es Raúl Zurita. No es un vándalo ni un criminal, no ha sido cooptado por nadie ni por nada: se manifiesta espontáneamente como espontánea es la combustión de la gente que desborda las calles de Santiago.

La imagen, que es muda, es elocuente y atronadora: expresa hartazgo y malestar, cansancio, pero también una enorme dignidad y una conmovedora belleza. Es una persona, ni más ni menos, frágil en su constitución y poderosa en lo que dice sin decirlo. Es una crisis, y la buena poesía siempre está en crisis, es resistencia, y los poemas salen al mundo a resistir. Es el ascenso de la voz en libertad y la esperanza de que caiga un dogma, un modelo que nos  condena a la desigualdad.

Hay que ver el rictus en el rostro del poeta y recordar sus palabras: “Porque al final, lo que conmociona de un hombre no son sus sentimientos sino sus rictus, esos movimientos casi imperceptibles que poco a poco se van grabando en las comisuras de los labios, en los párpados o en el simple crispamiento de las entrecejas y que no se resignan a morir con nuestros rostros que mueren”. No, no se resignan a morir con nuestros rostros, con rostros como el suyo que ha sido el lienzo de poemas radicales, escritos por él mismo con amoniaco y hierro ardiente (“quería expresar la impotencia frente a la realidad y la necesidad de decir sin palabras”, explicó). Zurita ha escrito también en el cielo (siempre lo ha hecho) y en el rostro del desierto plasmó estas cuatro palabras: “Ni pena ni miedo”.  Hoy su figura dice todo sin palabras, sin pena y sin miedo. Y lo que dice es que hay un profundo malestar entre la gente, que no se debe generar riqueza a cualquier precio, que no hay un sentido de pertenencia entre los jóvenes, que la concentración de las fortunas es obscena, que la idea de comunidad debe reinventarse, diversa y solidaria, que la élite habita en otro planeta y que los gobiernos no conectan con la gente. Dice desigualdad, dice ausencia de movilidad social. Dice que nuestro modelo económico está dando de sí. Algo sabe Zurita de esos puntos de inflexión. Su obra es un movimiento que va del Purgatorio al Anteparaíso, de ahí a La vida nueva y que desemboca en Zurita, que es todos y es nadie. Es una obra escrita con amor, amor rudimentario, amor a Chile y a sus semejantes: “La furia del amor golpeando las piedras, la que esculpió las cordilleras, el mar y el deseo humano”.  Su mirada es abarcadora, de grandes trazos, “como si en los paisajes estuviera contenida una redención infinitamente más vasta que lo humano, un consuelo, una esperanza tan arrasadora y enorme que sólo les puede pertenecer a los cataclismos o al desvarío”. Ése es el hombre que salió a la calle como todos, a protestar, a decir basta. Ese es el hombre que escribió el poema “Queridos poderosos, queridos humildes”. Son ocho versos que hablan por nosotros: “Cuando todo se acabe quedarán tal vez / estas algas /sobrevivirán a las marejadas, a los siglos / y a los sueños / Como perdurarán a los poderosos / a los tercos de corazón / y a los hombres que nos humillan / estos poemas de amor a todas las cosas”.

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