Un barco sin capitán

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En momentos de crisis y amenazas externas, esas que son imposibles de predecir o, al menos, evitar, la principal responsabilidad de un Jefe de Estado es generar confianza en que aún bajo la tormenta, el país tiene rumbo y dirección hacia un futuro mejor.

Alrededor del mundo, frente a la gestación de la pandemia por el Covid-19, la mayoría de los mandatarios cometieron el mismo error inicial: minimizaron la amenaza hasta que la realidad les demostró su equivocación.

Quizá en un principio fue normal que, en medio de tantos temas políticos “urgentes”, no centraran su atención en una amenaza que se veía lejana, que requería una traducción técnica y que en un principio apenas y era reconocida por la población. Pero hoy, en todos los rincones del planeta no se habla de nada más que del Coronavirus.

Así, uno a uno, país por país, en todos lados fueron corrigiendo. Tanto en las potencias europeas como en Estados Unidos, metido de lleno en su año electoral, los mandatarios han dejado de lado cualquier otra prioridad y han asumido la pandemia como el mayor reto que ha enfrentado el planeta en un largo periodo de tiempo. Todos menos uno.

Es evidente que México no cuenta con los recursos o la infraestructura de las grandes potencias para enfrentar la emergencia. Y que esta realidad es uno de tantos lastres que el actual gobierno heredó de administraciones anteriores. Nadie culpa al presidente López Obrador de la situación de vulnerabilidad de nuestro sistema de salud.

Pero lo que sí cae en la responsabilidad del presidente es mitigar los efectos que, inevitablemente, traerá esta crisis. Hoy, como Jefe del Estado Mexicano tiene una responsabilidad histórica sobre sus hombros. Y para enfrentarla, la comunicación estratégica es una de sus herramientas más importantes. Porque frente a la incertidumbre en el ambiente, los mensajes se vuelven la principal fuente de confianza del gobierno hacia la sociedad, los mercados y la comunidad internacional.

Y hasta ahora, AMLO ha dado mensajes que son, al menos, desconcertantes. Después de mofarse por semanas de las medidas precautorias recomendadas y adoptadas en todo el mundo, hoy sigue arengando en contra sus adversarios políticos, los conservadores, el neoliberalismo, o defendiendo su fuerza y autoridad moral. Sigue en la arena política.

Es urgente un cambio radical en el presidente.

Porque un escenario de tanta incertidumbre en dos aspectos tan sensibles en la vida de la población como la economía y la salud, es la combinación perfecta para que, ante la falta de confianza en el liderazgo, se geste una tercera crisis, quizá más grave: la social.

Es imperante que el presidente se asuma, más que nunca, como Jefe de Estado. Y transmita mensajes que den, sino certeza, sí confianza en la población. Para que desde los distintos sectores de la población se perciba a un líder con una visión clara, al mando y bajo control de la situación. Que, si su equipo técnico decide una estrategia frente a la emergencia, la respalde y se convierta en el principal activista de ella. Que se lo tome en serio, pues.

De no hacerlo, podría estar provocando una situación de caos e inestabilidad social que podría desbordarse. Saqueos, rapiña, violencia y caos en general en la vida cotidiana de las comunidades podrían ser el siguiente capítulo en esta trágica novela que ha sido 2020.

Es claro que vernos en el espejo de países europeos no es suficiente. Que el contexto, las necesidades y los retos en México son muy distintos. Y por lo mismo, las amenazas, también lo son. Lo que no varía es que estamos en la misma crisis. Y que necesitamos percibir al capitán de nuestro barco bajo absoluto control del timón.

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