Tras el mensaje con motivo de su quinto informe trimestral de gobierno, parece que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha decidido, con total contundencia, romper con un sector de la población y utilizar la polarización con el objetivo de sostener su base de apoyo social.
AMLO, animal político por naturaleza, mueve sus piezas y emite sus mensajes siempre con el cálculo electoral a la mano.
A pesar de la crisis, el país sigue, el tiempo corre, y en 2021 viviremos el proceso electoral intermedio más grande de la historia de México.
De confirmarse la gubernatura de Baja California sólo por dos años, serán 15 gubernaturas en juego, además de los 500 diputados federales y las alcaldías de muchas de las principales ciudades del país.
Si el panorama económico hoy parece más negativo que nunca, una derrota en las elecciones de 2021 terminaría por descarrilar el proyecto de López Obrador, e incluso pondría en serias dudas la sucesión de 2024, que hace sólo unos meses parecía tarea fácil.
Para AMLO, su Cuarta Transformación no puede empezar ni acabar alrededor de una crisis sanitaria. El suyo, es un proyecto político de largo plazo. Y para eso, el triunfo en las elecciones de 2021 es trascendental.
Por eso, mientras las redes sociales y los círculos de opinión se incendian con las propuestas y mensajes del presidente en medio de la crisis de salud que vivimos y en la víspera de la crisis económica que inevitablemente vendrá, quizá falta por entender que justo esas personas que reaccionan, no son los destinatarios de esos mensajes.
Más allá de las consecuencias económicas que las decisiones presidenciales traerán, el mensaje, hoy, va dirigido a esa parte de la población que no está en Twitter. Ese sector para el que incentivar el consumo en “fondas y restaurantes” los últimos tres días antes de anunciar la jornada nacional de sana distancia, significó una enorme diferencia.
Los mensajes de AMLO, más que nunca, apuntan a la polarización. Para lograrlo, recurre a recursos discursivos vinculados al pasado. El más importante, el que etiqueta a todos los “empresarios” como los grandes capitales que ventajosamente quieren que se les apoye, en lugar de permitir que el apoyo vaya al sector popular.
Más allá del maniqueísmo obvio con el que construye el argumento, dejando de lado que la inmensa mayoría de los empresarios mexicanos son dueños de micro, pequeñas y medianas empresas, la historia de nuestro país permite que el mensaje tenga eco en un sector. Principalmente, la crisis de 1995.
Parece que, en la mente del presidente, si la crisis es inevitable, su objetivo central está en salir bien librado, en imagen y reputación, ante su base social de votantes. Aún si los mensajes y decisiones que toma, agravan la crisis. Todo, con la mira puesta en las elecciones de 2021.
Pero tarde o temprano, más aún con la economía en franca caída, la realidad lo alcanzará.
Por eso, parece soberbia la apuesta de AMLO. Pensar que el discurso polarizante sea suficiente para que la crisis no se le atribuya a él, por parte de sus seguidores, es jugar al límite. Creer que su imagen y reputación, reforzadas con los mensajes que está mandando, pesarán más hacia 2021 que las carencias que enfrentarán las familias mexicanas, es una apuesta de altísimo riesgo.