En un texto reciente, el intelectual John Gray —a quien hay que leer, en su mutación incesante, para conocer la filosofía política del último medio siglo— pinta un retrato de “los tiempos que vendrán” 1. Es posible coincidir con él en la fragilidad de nuestro presente. También en la fortaleza y la adaptibilidad como atributos humanos. Y que la ilimitada expansión económica y crecimiento cero —en un mundo desigual y dividido— son ecológicamente y socialmente insostenibles. Bajo un esquema de progreso hoy en debate.
En su columna se nota una poco disimulada —y cuestionable— apología a su Gran Bretaña natal. Unida al pesimismo comprensible —pero aún incierto— sobre el declive de Europa. Y una ponderada comprensión del éxito relativo de las naciones confucianas —mayormente democráticas—, de los fracasos y opacidades del sistema chino así como de su éxito —acompañado por Moscú— para capitalizar la narrativa de rescate solidario. En varios puntos, su lectura aprisiona las conductas humanas en otras linealidades dogmáticas: cuando establece, por ejemplo, que la vida será más virtual. Olvidando el ansia de socialización —ya presente— que se multiplicará tras superar la pandemia. Cuando, quienes sobrevivan, harán gala de nuestra condición de animales sociales.
Al ubicar al gobierno posliberal como norma política del futuro global, Gray defiende el advenimiento de un Estado hobbesiano, un régimen de biovigilancia que apoyará la investigación científica, la innovación tecnológica y la seguridad sanitaria y alimentaria. Desde ahí, ataca al liberalismo. Profetiza su ocaso como modelo e ideología —algo probadamente estéril— y, además, le reduce a (una interpretación) de su dimensión económica. Reduciendo al neoliberalismo hayekiano a una tradición plural que abarca además las ideas de Bobbio, Rorty, Sen y Nussbaum. Además, cuando indica que la quiebra del liberalismo, definido como “disolución de todas las fuentes tradicionales de cohesión social y legitimidad política y su sustitución por la promesa de un aumento del nivel material de vida”, parece olvidar los momentos —la Gran Depresión, la Guerra Fría— en que se señaló su obsolescencia. Tras los cuales resucitó, sustantivamente reformado.
Al jerarquizar —en una suerte de Maslow recargado— que la seguridad y la pertenencia preponderan en la psiquis humana sobre libertad personal y legitimidad de gobernantes, Gray incurre en una simplificación psicologista de nuestra conducta personal y colectiva. Que dice poco sobre cómo el control social del poder —factor que reconoce necesario— hace parte de aquellas.
En estos tiempos, podrían evitarse —tanto como los dogmas enmohecidos— las ideas macramé que flotan en el vacío especulativo. Es difícil decretar, en la humareda, el fin de alguna ideología. La compleja contingencia moldea la gobernanza que nos sacará del atolladero. La capacidad estatal (A) y la conciencia cívica (B) parecen preeminentes por sobre el tamaño del PIB (C) o la pureza del régimen político democrático (D1) o autoritario (D2) en el enfrentamiento exitoso de la pandemia. Apenas la suma de A + B + D(2) aparece como la ecuación deseable en el confuso panorama actual.
1 https://elpais.com/ideas/2020-04-11/adios-globalizacion-empieza-un-mundo-nuevo.html