La República de los Cines

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Las salas de cine fueron durante décadas parte esencial del entorno urbano y formaron parte de la riqueza arquitectónica de la Ciudad de México y de varias ciudades del país. Hay una profunda evocación nostálgica por los elegantes, fastuosos cines que animaron la vida social de México. Ir al cine significaba la convivencia en una sociedad que descubrió una forma de entretenimiento masivo, no exenta de glamour.

En 1921 inició esa etapa con la apertura del Cine Olimpia, en pleno centro de la capital del país, el cual contaba nada menos que con cuatro mil butacas, divididas en las secciones de lunetas, palcos, balcones y galerías; obra del arquitecto Carlos Crombé, quien construyó varias de las grandes salas de distintas ciudades. En 1924 se marca un hito con el famoso Cine Regis, ubicado junto al hotel del mismo nombre en la Avenida Juárez de la Ciudad de México, con elementos neobarrocos, el cual ofrecía a los huéspedes esta oportunidad de esparcimiento y a los locales la opción de ver una película y luego tomar una copa en el agradable bar del hotel. Lo mismo sucedió con los hoteles Alameda y Del Prado. Desde los 60 el Regis programó películas llamadas “de arte” hasta que el terremoto de 1985 derrumbó el conjunto, ubicado en lo que hoy es la Plaza de la Solidaridad.

Ese hecho simbolizó el fin de la República de los Cines, como apropiadamente se tituló el fascículo de Editorial Clío dedicado a esas entrañables salas. Ahí, el lúcido y siempre ingenioso crítico de cine Gustavo García, a quien tanto aprecié, escribió que dichas salas fueron un momento deslumbrante del espectáculo, “una época que sólo puede contarse desde el asombro del espectador, niño o adulto, que ingresaba a la sala y se topaba con un Buda, dragones en los pasillos, azulejos de talavera y herrerías coloniales, pueblitos con faroles y ventanitas o techos donde pasaban las nubes antes de empezar la película”.

Otro cine emblemático fue el Roble, construido hace 70 años en Avenida Reforma, donde ahora se alza el Senado de la República. Este fin de semana es el aniversario de su inauguración. Su cierre se debió a otro sismo: el de 1979. Era la gran sala de la capital, donde en los 70 se iniciaron aquellas memorables Muestras Internacionales de Cine, todo un acontecimiento cultural.

Todos los que fuimos al Roble, al Latino, al París, al Chapultepec, al Metropolitan o al Ópera con sus lujosos lobbies, al Lindavista, al Manacar o al Lido de la Condesa, convertido luego en el Bella Época con sus grandes ciclos de filmes clásicos en los 80, seguiremos soñando con aquellas salas, sus pasillos y escalinatas, sus vestíbulos y balcones, sus dobles alturas y, sobre todo, sus grandes pantallas. Fue un esplendor efímero cuyos inmuebles, convertidos en tiendas o de plano abandonados, son testigos de la transformación y a veces degradación urbana.

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