El regreso de Estados Unidos a la arena internacional

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González La Razón de México

Por fin esta semana será el final del gobierno de Donald Trump. Después de un tortuoso periodo de transición de más de dos meses, en el que el residente de la Casa Blanca hizo todo lo posible para dinamitar la democracia, finalmente tendrá que entregar el poder a sus adversarios demócratas. Los cambios que vendrán casi de manera inmediata serán muchos, pero uno de las áreas más interesantes serán las relaciones internacionales.

El nativismo con el que Trump hizo campaña y ejerció el poder partió de la idea de presentar a Estados Unidos como un ente internacional del cual todo mundo se aprovechaba y burlaba, por lo que era necesario dejar de preocuparse por lo que sucediera en otras regiones y aplicar el America First. La mejor política exterior, emulando a quien se convertiría en su amigo al sur de la frontera, sería la política interior. Prácticamente todos los espacios y mecanismos de cooperación internacional en los que la participación de Estados Unidos era clave fueron relegados y abandonados. Lo mismo en temas medioambientales, como sucedió con la salida de Estados Unidos de los Acuerdos de París; de salubridad, lanzándose contra la OMS; o de seguridad, como padecieron los miembros de la OTAN ante la constante presión y amenazas de limitar la colaboración.

Esto no quiere decir que Estados Unidos desapareció del mapa, pues a lo largo del mandato de Trump vimos múltiples episodios internacionales en sus conflictos con China; la paradójica amistad forjada con el tirano norcoreano Kim Jong-un; la errática reescalada de violencia con el régimen iraní; la presión contra México para obligarlo a cazar migrantes centroamericanos en su lugar a cambio de la renegociación del Tratado de Libre Comercio o el reconocimiento al gobierno venezolano de Guaidó. Sin embargo, estas acciones dejaron de ser articuladas a través de un proceso de formación y ejecución de política encargada a los funcionarios profesionales del Departamento de Estado y, por el contrario, fueron trasladadas a una multiplicidad de personajes cercanos y leales a Trump.

Basta recordar que el primer proceso de impeachment de Trump, que involucró la extorsión al gobierno de Ucrania para tratar de obtener información para atacar a Joe Biden, implicó la participación de múltiples amigos de Trump que, ocupando formal o informalmente espacios de decisión internacional, como el embajador Gordon Sondland o Rudy Giuliani, participaron en la conspiración. Los funcionarios del Departamento de Estado profesionales, mayormente formados en el servicio civil de carrera, fueron los que sonaron las alertas, denunciaron el uso faccioso del poder que estaba haciendo Trump, testificaron ante el Congreso y, en su mayoría, fueron despedidos.

Esa época ha terminado. Con la llegada de Biden, y con su nueva mayoría en el Senado, muchos de los espacios que fueron abandonados serán retomados. Igualmente, podemos esperar el regreso de múltiples funcionarios capacitados e interesados por reconstruir el prestigio internacional y los mecanismos de cooperación que Trump echó a la basura. Los Estados Unidos regresarán a la arena internacional.

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