El tiempo de la pandemia

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado larazondemexico

La experiencia del tiempo cambia con los años y con las circunstancias. Con la edad todo parece ir más rápido. En la infancia, un año nos resultaba larguísimo; en la madurez ese mismo año cronológico nos parece más corto. Salir de vacaciones hace que en un día quepan todo tipo de aventuras, descubrimientos y sensaciones. Un día en la cotidianidad, en cambio, nos resulta estrecho, sin espacio para que suceda algo interesante o memorable.

La pandemia trastornó nuestra experiencia de la temporalidad de una manera que no pudimos haber imaginado antes de que llegara a nuestras vidas. En las primeras semanas, la pandemia nos pareció un acontecimiento inusitado. Un acontecimiento puede durar minutos, horas, días, semanas, a lo mucho unos meses, pero no más. Por ejemplo, un terremoto, una inundación o una rebelión son distintos tipos de acontecimientos; son irrupciones dentro del tiempo ordinario que entran y salen, pero que no modifican el orden temporal en el que estamos colocados.

La pandemia se ha extendido tanto que ya no podemos hablar de ella como un acontecimiento. Ahora vivimos dentro del tiempo de la pandemia, una temporalidad diferente de la que conocimos antes. Cada quien vive el tiempo de la pandemia de manera diferente. Los niños, los adultos y los ancianos han descubierto una nueva experiencia de la temporalidad a la que se han tenido que acostumbrar o, mejor dicho, resignar.

La frase coloquial “tiempo perdido” puede ayudarnos a entender lo que propongo. La pandemia comenzó como una expectativa de tiempo perdido; es decir, perdido de la temporalidad anterior a la pandemia. Pero mientras más se extendía su duración, ya no podíamos seguirla viendo como un tiempo perdido. Hemos tenido que reorganizar nuestro balance existencial y comenzar a vivir de otra manera. Cada día que pasa resulta más claro que no podremos recuperar ese tiempo que nos parecía perdido al comienzo de la pandemia. Ahora no nos queda más que aceptar que otro orden temporal se nos ha impuesto. Cuando acabe la pandemia no regresará el tiempo anterior: la pre-pandemia. Lo que comenzará será un tiempo nuevo: la post-pandemia.

Ya pasó un año de la llegada de la peste y todas nuestras esperanzas de que acabara pronto han quedado destruidas. El presente, el pasado y el futuro ya no son lo que eran antes. La pandemia ya ocupa un lugar en nuestro pasado. Tenemos una memoria de los largos meses que la hemos padecido. Hay mucho que contar sobre lo que hemos visto y oído. Se trata de un pasado pesado. Lo cargamos como un fardo sobre la espalda. Por su parte, el presente se cuenta por el número de muertos, sobre todo en México. Las conferencias diarias sobre el estado de la pandemia se han vuelto aburridas. Los diarios, que antes publicaban las estadísticas en primera plana, han dejado de hacerlo porque los muertos, los contagios y los daños se han vuelto rutinarios. Por último, el futuro nos parece cada vez más incierto. Mientras siga la pandemia, no llegará un futuro que podamos recibir con alegría. Lo que vivamos mañana o pasado será una continuación de un presente que sufrimos como condena. El gobierno nos ha querido vender bonos de futuro con los registros para la vacunación de los adultos mayores. Los viejitos guardan su certificado de registro como si fuera un boleto para un futuro prometido. Pero ya nadie tiene esperanza de que este año podamos reanudar nuestra vida ordinaria. En México la vacunación será en cámara lenta. El resto de 2021 se da por perdido en muchos aspectos.

El tiempo de la pandemia ha sido de soledad, de tedio, pero también de miedo y de angustia, un tiempo chocante y pegajoso. Conozco a un anciano que está convencido de que no sobrevivirá el fin de la peste. Se ha convertido en una especie de fantasma de carne y hueso, porque aunque sigue entre nosotros, ya no puede hacer lo que hacía antes. Ve el mundo desde su ventana. Se comunica sólo por teléfono. Deambula en silencio dentro de su departamento. La pandemia le ha quitado el poco tiempo que le restaba de su vida anterior. El tiempo que ahora tiene no lo reconoce como propio.

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