No se aprecia que Morena vaya a perder lo que tiene el próximo 6 de junio.
Así como se va teniendo una idea de qué puede pasar en los estados en donde habrá elección para gobernador, en el Congreso las cosas no están del todo claras, no hay manera de saber qué pasará en todos los distritos.
Sin embargo, no se ve un resultado adverso por muchas razones. No se olvida el desencanto del pasado al cual sistemáticamente nos remite el propio Presidente, pero también todo esto pasa por el activismo del tabasqueño que sigue pesando de manera significativa, al tiempo que influye en sus millones de seguidores.
En las mañaneras se ha intensificado dicho activismo, a pesar de la llamada veda electoral. Al Presidente le da por interpretarla a su manera, un día dice que la va a respetar y al día siguiente cuando el INE aplica “medidas cautelares” a sus conferencias, responde que silenciarlas sería “un golpe de Estado técnico”.
Esto es una de las muchas paradojas que se nos han aparecido en estos dos años y medio. Una constante es preguntarnos por qué quienes gobiernan se la pasaron luchando denodadamente para que se dieran muchos cambios legales, particularmente electorales, y ahora resulta que todo aquello por lo que batallaron les incomoda o estorba.
Las cosas no van a cambiar en los próximos años. Vamos a transitar en un toma y daca interminable. El Presidente no va a dejar a un lado su efectivo protagonismo y activismo político, porque le es un elemento clave para su gobernabilidad y porque está en su esencia.
Lo va a intensificar, porque sabe la importancia que tiene y lo que provoca entre sus “adversarios”. También porque toma como bandera una idea que es difícil de rebatir, pero que merece matices en sociedades democráticas basadas en marcos legales y el Estado de derecho, nos referimos a su referencia a que es libre de manifestar sus ideas.
Uno de los grandes problemas con que se enfrenta la crítica a López Obrador es en cómo poder entender la relación que ha venido guardando desde el inicio de su administración con el Estado de derecho.
López Obrador parte de que su legitimidad política le otorga una especie de autoridad para que en nombre de lo que representa y de a quienes representa pueda llevar a efecto todo tipo de cambios, independientemente del marco legal en que se encuentren las cosas.
Si bien el Presidente nunca deja de considerar en sus argumentaciones los aspectos legales, también es claro que le da por interpretarlos o anteponer su proyecto de gobierno y la “necesidad de los cambios” para tomar decisiones y en muchos casos brincarse los marcos legales.
El multicitado caso de la extensión del mandato del presidente de la Corte es un ejemplo de varios, en donde se echa por delante el proyecto del gobierno para colocar por la puerta de atrás el definido marco constitucional que lo impide.
Los procesos que estamos viviendo traerán secuelas y consecuencias. Los sistemáticos reclamos y cuestionamientos a las instituciones pueden resultar profundamente rentables en lo político, pero van dejando un vacío que lleve a que las decisiones se tomen en terrenos del estilo personal de gobernar y no a través de un marco legal que nos organiza y nos permite un desarrollo democrático sin importar quién gobierne.
Se entiende la prisa, lo que no se entiende son los intentos por avasallar instituciones y formas probadas que son parte de una historia de construcción democrática que por más trompicada que sea nos ha costado sangre, sudor y lágrimas.
Se defienden las instituciones para perfeccionarlas y modernizarlas, no es cuestión de demolerlas.
RESQUICIOS
Por ahora la SuperLiga europea no tendrá eco, pero sé la parte inevitable del futuro del futbol. La idea tiene dosis de elitismo futbolero. Pep Guardiola mandó mensaje: “El deporte no es deporte cuando no hay relación entre esfuerzo y premio. No es deporte si no importa perder”.