En la década de 1990, con la caída de la Unión Soviética, cobró fuerza en Relaciones Internacionales la teoría de la interdependencia. Esta teoría sugiere que la globalización de los mercados internacionales, y la creciente interdependencia entre las economías de los países, tendrá un efecto pacificador en la geopolítica internacional.
De manera simplista, los interdependentistas pronosticaban que la guerra sería mucho menos probable en una economía globalizada donde es prácticamente imposible aislar los daños; además de que en este nuevo escenario las sanciones económicas se convertirían en una nueva arma de negociación que reduciría las posibilidades de conflicto. La invasión de Rusia a Ucrania ha puesto en entredicho no solamente a los teóricos de la interdependencia, sino a la política europea frente a Rusia en los últimos años.
Putin, hoy paria en el mundo occidental, logró cultivar buenas relaciones y una imagen de pragmatista entre los líderes europeos durante su primera década en el poder. Motivados por las oportunidades económicas de un acercamiento con Rusia, cuyos recursos energéticos podrían proveer a Europa de energía barata y fácil de transportar, los líderes del continente, en particular en Alemania, decidieron profundizar todo tipo de lazos económicos con Moscú. Hoy, a la luz de la inesperada invasión, muchos critican esta política europea, tachando a los líderes que la condujeron, en particular a la excanciller Merkel, de ingenuos.
En su primera entrevista desde que dejó el poder, Merkel respondió directamente a estas críticas. La canciller declaró no estar arrepentida de su política ante Rusia: en ningún momento Merkel se condujo bajo la ilusión de que Putin podría ser apaciguado, ni de que la profundización de los lazos entre los países resultaría en una paz duradera.
Sin embargo, en palabras de Merkel, Rusia claramente no desaparecería, y Europa, de una u otra manera, tendría que interactuar con la potencia. Profundizar las relaciones económicas y tratar de encontrar soluciones diplomáticas a las disputas territoriales en el este de Ucrania, fueron el camino para tratar de controlar la expansión rusa al Este.
Una de las decisiones más criticadas de Merkel fue la negativa alemana a la incorporación de Ucrania y Georgia a la OTAN en 2008. Merkel, quien creciera y se formara en Alemania del Este, y que, por cierto, habla ruso fluidamente, conoce tal vez mejor que cualquier otro líder europeo a Putin, así como su desprecio por la democracia liberal y su ambición por regresar a Rusia a su estatus de potencia en la esfera internacional. El inicio del proceso de anexión de estos países a la OTAN, según Merkel, habría significado una afronta directa para Putin. De la misma manera la diplomacia europea después de la anexión de Crimea en 2014, no fue un intento de apaciguamiento o un movimiento ingenuo, sino un intento por ganar tiempo —estratagema que, según Merkel, le permitió a la democracia ucraniana consolidarse y a su ejército fortalecerse y resistir así la afrenta rusa—. La entonces canciller alemana sabía que el resultado no era de ninguna manera cierto; sin embargo, en sus propias palabras, no hubo nada que pudiera haber hecho que no haya intentado hacer. Aún es temprano para juzgar las políticas de Merkel; sin embargo, la invasión rusa ha puesto en duda las bases de la teoría que prometía que los mercados servirían para garantizar un mundo menos peligroso.