Cuando creímos que la década de los veinte de este siglo ya no tendría más con qué sorprendernos después de haber vivido una pandemia y un confinamiento global, 2022 nos trajo de vuelta a escenas propias de las destructivas guerras del siglo XX. Si bien el conflicto entre Ucrania y Rusia no es la única guerra que se está librando en estos momentos, las dimensiones de la destrucción y el terror que se han desatado, sin duda, han provocado un giro de 180 grados en la política internacional.
Nunca es suficiente dejar de recordarlo: más allá de los discursos y la propaganda, Rusia atacó a Ucrania sin ninguna provocación o justificación legal de por medio, violentando el derecho internacional al intentar destruir por completo a una nación vecina y, como consecuencia de su fracaso, pretende apropiarse ilegalmente de partes de su territorio. Las atrocidades que han sido documentadas por parte de instancias internacionales no sólo nos han devuelto a las imágenes de una barbarie que creíamos que iba en retirada, sino que han hecho que sea prácticamente imposible ningún acuerdo en el mediano plazo. Ucrania ha entendido que, ante un agresor que aniquila y ataca impunemente a los civiles en los territorios que ocupa, la legítima defensa es la única herramienta para tratar de hacerle frente.
La alianza de más de 50 países que Estados Unidos ha logrado poner en marcha para apoyar a Ucrania sin duda es la red de emergencia que le ha permitido a la fiereza ucraniana convertirse en éxitos militares. Sin los equipos HIMARS que han permitido a las fuerzas ucranianas devastar con precisión instalaciones clave de decenas de kilómetros detrás de las líneas enemigas, así como los misiles antitanques Javalin que se hicieron presentes al inicio del conflicto, las fuerzas ucranianas habrían tenido muchas menos oportunidades de victoria. Después de la visita de Volodimir Zelenski a Washington, también se ha anunciado el despliegue de equipos Patriot, que permitirán defender grandes extensiones de zonas estratégicas contra todo ataque aéreo. A pesar de la asimetría de poder entre Rusia y Ucrania, el apoyo internacional ha nivelado la cancha. Aunque la victoria no está aún a la vuelta de la esquina ni será sencilla.
Este flujo de apoyo humanitario y militar también ha tenido otra consecuencia: revitalizar las industrias bélicas de muchos países. Y esto es el principal cambio de panorama hacia los siguientes años. Japón, por ejemplo, recientemente anunció que incrementaría en 100% su gasto militar, para llegar al 2% de su PIB y convertirse en el cuarto país con más gasto militar. Algo similar ha sucedido con Alemania, Francia, Reino Unido y hasta Corea del Sur, cuyas industrias bélicas han despertado para modernizar y ampliar las capacidades militares dormidas de estos países. En el mismo sentido, Estados Unidos ha comenzado a reorientar algunas de sus cadenas productivas para producir armamento con mayor rapidez. El siglo XXI se aproxima a cerrar su primer cuarto con una nueva carrera armamentista que descobijará otros intereses, como el cambio climático. Por más modernidad en la que creamos vivir, la guerra sigue aquí, tal como en otros siglos. ¿Habremos aprendido algo de la historia?