Ucronías americanas

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Emmanuel Carrère*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.. Foto: Especial

La editorial Anagrama ha rescatado, en español, un viejo ensayo de Emmanuel Carrère, de allá por los postmodernos 80, sobre la historia contrafactual en Francia. El librito se titula El estrecho de Bering (2022), por una historia real: cuando Lavrenti Beria, el temible esbirro stalinista, cayó en desgracia en 1953, luego de la muerte de Stalin, su entrada en la Gran Enciclopedia Soviética fue sustituida por otra sobre la franja de mar que separa a Siberia de Alaska.

Carrère encuentra el primer caso de ucronía o historia alternativa, o plausible, de la Francia moderna, en el Napoleón apócrifo (1841) de Louis-Napoleón Geoffroy-Chateau, sin otro parentesco con Bonaparte que el de haber sido hijo de un oficial francés que murió en la batalla de Austerlitz. El fervor bonapartista llevó a Geoffroy a contar una historia en la que Napoleón vencía en Moscú y vencía en Waterloo, conquistaba Inglaterra y ponía en un su trono a su hijo con María Luisa, el que en la historia real será conocido como Rey de Roma.

Este Napoleón alternativo no sólo se apoderaba de Inglaterra y Europa, Rusia y África, sino que extendía su imperio por toda América, con ayuda de los británicos, los portugueses, los españoles y el Vaticano, y llegaba a coronarse en Japón, China, la India y Oceanía. En 1832, en un mundo perfectamente dominado y en paz, el emperador universal, a sus 72 años, moría de un ataque de apoplejía en París.

Carrère califica de ingenuo o superficial este tipo de ejercicio de historia paralela. Más serio le parece el de otro francés, el filósofo Charles Renouvier, que acuñó el término de “ucronía”, en un extraño libro de 1876. Subtitulado Esbozo apócrifo del desarrollo de la civilización europea, no tal como ha sido, sino como habría podido ser, el libro de Renouvier iba más atrás y narraba una historia de la civilización occidental marcada por la derrota del cristianismo y la prolongación indefinida del paganismo greco-latino.

El cristianismo arraigaba en Oriente, mientras un Occidente conducido por la república romana, hasta el siglo XVI, era víctima de sucesivas cruzadas al revés. En una de esas cruzadas moriría como un mártir el emperador Constantino, quien en la historia real sería responsable de la asimilación occidental del cristianismo. Según la ucronía de Renouvier, la cristianización de Europa se produciría a partir de entonces, con una Reforma religiosa que comenzaba, justamente, en Germania.

Otra ucronía que reseña Carrère en su libro es la del más conocido Poncio Pilatos (1961) de Roger Caillois. En esta ficción histórica, quien es crucificado es Barrabás y no Cristo, por lo que el cristianismo, tal y como lo conocemos, no habría tenido lugar. Sin embargo, Caillois cierra su libro con un pasaje intrigante en el que asegura que, aún así, Pilatos se suicidó en el exilio y la historia siguió un curso parecido al que conocemos.

Es esto último lo que atrae de la ucronía a Carrère: la factura de un relato histórico alternativo, con una buena dosis de similitud con la Historia, tal y como ha sido. Su admiración por la obra del escritor de ciencia ficción estadounidense, Philip K. Dick, se entiende mejor después de leer El estrecho de Bering.

¿Qué ucronías podrían imaginarse desde la historia de América Latina? En principio estarían aquellas en las que los tantos héroes que mueren jóvenes y derrotados (Bolívar, Martí, Madero, Zapata, el Che Guevara, Allende) sobreviven, llegan al poder o lo conservan. En casi todos los casos, lo más probable es que la historia resultante fuera una mezcla de ficción y realidad.

Más complicado sería responder a la pregunta de qué hubiera pasado si en la entrevista de Guayaquil, San Martín se impone a Bolívar y extiende la forma de gobierno monárquica en los Andes. O si Fernando VII y las Cortes de Madrid hubiesen aceptado los términos del Plan de Iguala. Son las variantes con mayor grado de probabilidad las que dan vida a la ucronía.

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