Educación y humillación

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Olvidamos muchas cosas, tanto buenas como malas, pero si hay algo que no se borra con facilidad son las humillaciones. Las peores son las que se sufren en público, frente a otras personas. Entonces, no sólo padecemos la humillación, sino la vergüenza de verse humillado frente a los demás.

Había un refrán que decía que la letra con sangre entra. El dicho partía del dato observado a todo lo largo de nuestra historia de que cuando se nos amenaza con un castigo físico hacemos un esfuerzo adicional para evitar la penitencia. Así como se le daba latigazos a los esclavos para que cargaran pesados fardos, se les daban reglazos a los niños para que se aprendieran las tablas de multiplicar. Este método de aprendizaje fue muy común hasta hace relativamente poco tiempo. Aunque hoy no ha desaparecido del todo, ya nadie lo defiende en círculos pedagógicos serios.

Quienes fuimos a la escuela en los años sesenta quizá ya no recibimos golpes, pero todavía padecimos otro tipo de violencia verbal que se expresa en la forma de la humillación. En varias ocasiones presencié como el maestro se burlaba de algún alumno en el salón de clases. Yo mismo sufrí esa humillación y no la he olvidado. La humillación no me hizo aprender lo que no sabía, no me ayudó a entender lo que no alcanzaba a descifrar. La humillación no tuvo ningún efecto pedagógico positivo en mí. Lo único que logró fue que odiara a la escuela, que le guardara resentimiento a los compañeros que se habían reído de mí, que detestara a ese maestro con toda mi alma.

La humillación escolar no sólo sucede en los niveles elementales. En la universidad yo todavía la presencié, aunque, afortunadamente, me salvé de padecerla. En las aulas universitarias conocí maestros famosos que practicaban con suma ironía y extraordinaria sutileza el arte de la humillación. Algunos docentes universitarios que humillan a sus alumnos me han dicho no lo hacen por gusto sino porque consideran que de esa manera le hacen un favor al alumno, ya que lo enderezan, lo llevan por el camino recto o incluso le dan una lección moral. Nunca me ha parecido que esas excusas sean aceptables. No hay humillación buena, mucho menos humillación pedagógicamente buena.

Lo que no deja de sorprenderme es conocer a estudiantes que recuerdan con agradecimiento, incluso con cariño, a aquellos profesores que los humillaron en público o en privado. Lo que ellos me aclaran es que esos docentes no eran malos, sino que fueron estrictos, y que, aunque sus métodos fueran feos, su intención era buena. Cuando escucho esa justificación de la humillación escolar me acuerdo de aquel otro refrán maligno que dice: quien te quiere te hará sufrir. No cabe duda de que hay gente, incluso muy inteligente, que se regodea de manera enfermiza con su condición de víctima.

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