Desde hace años que la política estadounidense está de capa caída. Sin liderazgos definidos, frescos y audaces que puedan movilizar el voto sin polarizar y violentar, hace mucho tiempo que se dejó el arte de la política y se rebajó a las disputas callejeras.
Probablemente, el último presidente o candidato que movilizó a los votantes con base en ideales políticos fue Obama, por el lado demócrata, y el desaparecido John McCain, por el lado republicano. Lo de los últimos años ha sido un circo de baja calidad y pobre presencia.
La entrada de Trump al escenario político causó risas y más de uno no pensó que tendría un futuro, pero demostró lo contrario al arrasar a los otros precandidatos de su partido y ganar la presidencia. Sus mentiras, comentarios incendiarios, su forma de aglutinar votos al dividir y fomentar el odio entre los estadounidenses quedarán para la historia. Sí, el miedo y la ira son grandes motivadores a corto plazo, pero no son buenos para gobernar una nación. El caos y la crispación acompañaron su mandato y su campaña de reelección hasta culminar con el asalto al Capitolio en ese infame 6 de enero de 2021. Quizás fue el momento más peligroso para la democracia del último siglo.
En los años de la presidencia de Biden se esperaba que ambos partidos se reubicaran y retomaran el rumbo. Los republicanos afrontaban serias autocríticas en torno a la pérdida de la brújula moral de sus propuestas y candidaturas. Sin embargo, la fuerza de la base trumpista los puso contra la pared y el partido se rindió ante la ambición por recuperar el poder. Nadie pudo señalar los evidentes errores de Trump, la resistencia fue minúscula. Trump se encaramó nuevamente en la candidatura y se lanzó por la presidencia.
Por el lado demócrata se esperaba que estos cuatro años sirvieran para construir una candidatura sólida. Un necesario relevo generacional que lo único que tendría que hacer es atacar los múltiples flancos débiles de Trump; ganar el centro y a los republicanos moderados que temen el caos que acompaña a Trump. Pero se perdió el tiempo. Kamala Harris, por ejemplo, se disolvió en el anonimato aún siendo la vicepresidenta en funciones, y nadie más destacó en el horizonte. Un fracaso rotundo.
Ahora, Biden evidencia su incapacidad para reelegirse con un debate desastroso, en el que perdió el hilo de la argumentación y se vio débil y cansado. Trump tampoco tuvo una buena noche y tenía abiertos varios flancos; sin embargo, la paupérrima actuación de Biden lo hizo ganador por comparación.
En una elección que muestra el desgaste de la política estadounidense no podría haber dos candidatos peores. El desánimo ronda al electorado que busca la opción menos mala. ¿Será que no hay nadie más que pueda contender?