No ha habido un solo momento de su historia en la que la humanidad no haya padecido algún conflicto bélico. A veces son escaramuzas que apenas provocan rasguños, otras veces, son batallas sangrientas en las que mueren miles de personas en unas horas. Sin embargo, es evidente que hay periodos en los que los miembros de una comunidad tienen el privilegio de vivir en paz, en paz con sus vecinos y en paz entre ellos mismos.
En México, para no ir más lejos, no hemos tenido una guerra civil o una guerra con otra nación desde hace mucho tiempo. Eso no significa, por supuesto, que no hayamos padecido del azote de la violencia criminal e incluso de la violencia política, pero una guerra civil o una guerra internacional, como las que tuvimos en el siglo XIX o en el siglo XX, no la hemos sufrido, por fortuna.
Frente a los conflictos bélicos de Ucrania y de Gaza se han planteado varias opiniones. Hay dos extremos: el pacifismo absoluto y el belicismo a ultranza. Ambas posiciones, por ser tan extremas, pocas veces resultan útiles para interpretar los fenómenos.
El pacifismo absoluto sostiene que todas, absolutamente todas las guerras son condenables y, por lo mismo, deben erradicarse. ¿Qué diríamos, entonces, sobre el caso de Ucrania? Para el pacifismo absoluto la respuesta es sencilla: los ucranianos no deberían responder a la invasión rusa. Los responsables de la guerra serían los rusos, no los ucranianos y, por lo mismo, sobre aquellos recaería la culpa y la condena. Al mal de la guerra no se le responde con más mal de la misma naturaleza. Los invadidos están moralmente obligados a poner la otra mejilla frente a los invasores.
El belicismo a ultranza, por su parte, declara que la guerra es algo inevitable en la historia y que, por lo mismo, lo correcto, en cada caso, es combatir de la mejor manera. El ideal es la victoria, no la abstención, mucho menos la derrota. En el caso de Ucrania, lo que deberían hacer los ucranianos y sus aliados europeos es vencer a los rusos a como dé lugar, usando todos los medios disponibles. Si para ello tienen que arrojar bombas atómicas, el fin justificaría los medios.
El sentido común parece indicarnos que deberíamos encontrar una posición intermedia entre el pacifismo absoluto y el belicismo a ultranza. Sin embargo, encontrar esa posición intermedia, suficientemente flexible como para responder a las exigencias mínimas de los extremos mencionados, resulta extraordinariamente difícil. Cabe preguntarse si la humanidad ha avanzado algo en este respecto. Hubo un instante, después de la Segunda Guerra Mundial, en el que se crearon organismos internacionales, como la ONU, que nos dieron la esperanza de que la humanidad podría librarse del mal endémico de la guerra. No obstante, hoy vemos que esas esperanzas resultaron infundadas.