El XXV Congreso Mundial de Filosofía

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Se celebró en Roma, del 1 al 8 de agosto, el XXV Congreso Mundial de Filosofía. Esta reunión de filósofas y filósofos del mundo entero es un acontecimiento extraordinario que nos permite conocer las principales temáticas de la filosofía mundial. El espectáculo de encontrarse con filósofos de los cinco continentes brinda una imagen de la unidad y la diversidad del género humano, de sus inquietudes comunes —varias de ellas milenarias—, así como de sus retos más específicos —que muchas veces dependen de las circunstancias concretas en las que viven los pensadores que acuden al encuentro—.

El título del congreso, en esta ocasión, fue “La filosofía a través de las fronteras”. Conviene detenerse por unos instantes en el título, ya que nos da una pista del sentido que los organizadores quisieron darle al encuentro. Lo que se propusieron fue impulsar un diálogo filosófico global que vaya más allá de las fronteras de todo tipo: geográficas, raciales, culturales, lingüísticas. No se pretende ignorar o, peor aún, borrar esas fronteras, sino traspasarlas por medio de un diálogo plural y atento. Por lo mismo, el título de este congreso no fue algo así como “La filosofía sin fronteras”, lo que daría a entender otro tipo de diálogo global en el que las diferencias fueran obliteradas.

La distinción entre cruzar y borrar una frontera nos permite entender mejor el asunto del idioma en el que se presentan las ponencias en el Congreso Mundial de Filosofía. Desde su creación en 1948, la Federación Internacional de Asociaciones de Filosofía, entidad encargada de la organización del congreso, convino en que no habría un único idioma oficial de los encuentros. Los idiomas oficiales, es decir, aquellos en los que se pueden impartir las ponencias, fueron, en un principio, el francés, el alemán y el inglés. Con el paso de los años, la lista se ha ido ampliando y ahora incluye al italiano, el español, el ruso y el chino. Es muy probable que la lista siga creciendo.

Hay que decir que la política de ampliar en vez de restringir el número de los idiomas oficiales del congreso no deja a todos satisfechos. Lo que se aduce es que, si se pretende fomentar un diálogo filosófico mundial, lo ideal sería que todas las conferencias y todas las discusiones fueran en un solo idioma, el que se conviniera de antemano para que funcione como la lengua franca de la filosofía global. Resulta evidente que, hoy en día, el candidato más fuerte para servir como idioma común, es el inglés; aunque hace cien años seguramente hubiera sido el francés y dentro de cien años quizá sea el chino. Para fortalecer el alegato en favor del inglés, se podría señalar que, aunque no sea la lengua oficial del congreso, ya lo es en los hechos. Por ejemplo, los discursos que se ofrecieron en la ceremonia de inauguración —realizada en el suntuoso escenario de las Termas de Caracalla— fueron en inglés.

¿Por qué, entonces, los filósofos que se reúnen en el congreso mundial cada vez aceptan más idiomas oficiales para presentar sus comunicaciones? ¿Por qué no adoptan, como en otros congresos científicos, al inglés como la lengua principal de sus intercambios? ¿Acaso por el terco orgullo de no ceder ante la imbatible fuerza global del inglés? Me parece que la razón es otra y que no es menor. Si hay una disciplina en la que las sutilezas semánticas son fundamentales es la filosofía. En medio de los diminutos detalles lingüísticos se libran, a veces, las más formidables batallas filosóficas. Quedarse con una sola lengua para discutir acerca de las grandes cuestiones de la filosofía no nos ayudaría a enfrentarlas con mayores recursos, inteligencia e imaginación, por el contrario, empobrecería nuestras disquisiciones filosóficas. El inglés es una lengua tan buena como cualquier otra para pensar con profundidad, pero restringir la creación filosófica a ella, sería un grave retroceso no sólo de la disciplina, sino de la humanidad entera.

No veamos al multilingüismo como una maldición, sino como todo lo contrario. La nueva Babel de nuestras distopías es una torre modernísima en donde todos reciben órdenes en el mismo idioma y se mueven de manera perfectamente coordinada, como si fueran insectos o máquinas.

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