En su libro Fanatismo y misticismo de 1940, Adolfo Menéndez Samará, publicó un ensayo con el título “Nuestro sentido del ridículo”. Este texto es una respuesta a El perfil del hombre y la cultura en México, de Samuel Ramos, publicado en 1936. Afirmaba Menéndez Samará que no era el complejo de inferioridad lo que distinguía la forma de ser del mexicano, sino el sentido del ridículo.
Hay que explicar a los más jóvenes lo que quiere decir “tener sentido del ridículo”, porque ya no lo saben. Lo que significa es tener la precaución de no hacer el ridículo ante los demás. Esta precaución, que, en su caso más extremo puede convertirse en pavor, nos pone alertas para no actuar de aquellas maneras que consideramos que podrían tacharse de ridículas. Tengamos en cuenta que el ridículo no es tanto lo que mueve a la risa, sino sobre todo a la burla y, por lo mismo, al menosprecio. Lo que más asusta es que quienes nos consideran ridículos se burlen de nosotros a nuestras espaldas.
Sospecho que hoy en día los mexicanos tenemos menos sentido del ridículo que hace cien años. Estamos menos preocupados por “el qué dirán”. Y lo mismo podría decirse de otros pueblos en los que se han relajado las costumbres. Pero en el siglo pasado las cosas eran distintas. Todavía recuerdo que, para mi abuela, nacida en 1910, el sentido del ridículo era algo muy serio y que ella usaba la frase con frecuencia.
Afirmaba Menéndez Samará en aquel ensayo que el mexicano tiene tanto sentido del ridículo que eso lo vuelve demasiado autoconsciente y que por eso se inhibe, se corta, habla quedito, se retira temprano, peca de cortés, busca pasar desapercibido. El texto de Menéndez Samará, por desgracia, es demasiado breve y formula su tesis sin dar suficientes elementos. Supongo que Samuel Ramos le pudo haber replicado que el sentido mexicano del ridículo es una manifestación más de su sentimiento de inferioridad.
Menéndez Samará sugiere que los mexicanos le tienen pavor al ridículo porque saben demasiado bien lo que sucede en México cuando alguien hace el ridículo: se le destroza de la manera más burlona, hiriente y despiadada. Esto nos hace pensar que en la definición del carácter del mexicano pesa tanto nuestro miedo al ridículo como la crueldad con la que tratamos a los demás. El mexicano tiene un sentido del ridículo exacerbado porque es alguien capaz de herir, humillar y menospreciar a su prójimo de una manera terriblemente cruel.
Los mexicanos tenemos una percepción muy aguda de cualquier rasgo de carácter, de cualquier conducta, de cualquier error que pueda ridiculizarse. A veces no hace falta decir nada, con sólo cruzar una mirada podemos compartir nuestra burla silenciosa de alguien que comete un pequeño desliz. Lo dice así Menéndez Samará: “adquiere el mestizo o el criollo una agilidad de inteligencia polarizada a la crítica mordaz, que no tiene ningún ingrediente de la vital jocundia española, o del intelectual y exquisito sprit francés o del frío o equilibrado humor inglés.” No es que en esos países no se castigue al ridículo, sino que se hace de una manera menos cruel, menos descarnada. No parece, por lo tanto, que el mexicano haya desarrollado su sentido del ridículo frente a la burla mordaz de los extranjeros, sino frente a los compatriotas, aunque quizá esa inclinación sea un rasgo más común entre los mestizos y los criollos que entre los descendientes de los indígenas. Lo que llama más la atención, desde este punto de vista, es que los mexicanos sean o hayan sido tan proclives a burlarse de los demás, pero que, a la vez, sean o hayan sido tan susceptibles a la burla de los otros. Sobre este asunto, Octavio Paz y Emilio Uranga hicieron notar que los mexicanos a veces se mueven entre los extremos de la vulnerabilidad más patética y de la violencia más despiadada.
Quizá los mexicanos de ahora ya no tengamos tanto sentido del ridículo como antes, pero no creo que hayamos dejado de ser tan crueles con quienes nos parecen ridículos. Seguimos siendo feroces en nuestra crítica a los demás y, para muestra, asómese usted a las redes sociales.