Con dos cirugías a cuestas y a sus 69 años de edad, José Juan Hernández perdió su café Internet que con sus ahorros de años de trabajo que compró hace algunos años. El cáncer le quitó el riñón izquierdo y dos tumores en el derecho, por ello, tener un negocio era la forma de tener un ingreso propio, por lo que en agosto pasado pidió un crédito para adquirir más computadoras. Ahora, sólo tiene una deuda y busca la manera de recuperar su hogar. El cáncer se llevó su salud y el río su inversión.
“Mi situación está muy dura porque el agua se llevó todo; mi negocio de computadoras y mi casa, pero lo peor es que me endrogué con un crédito para computadoras y ahora estoy sin casa, sin negocio, ni dinero”, narró a La Razón.
Don José Juan Hernández es el reflejo de que lo que es Tula, Hidalgo, en donde los rostros han pasado del miedo o terror luego de que el río de aguas negras entró en unos minutos a sus propiedades, a la desesperanza, ésa, que agota los esfuerzos tras ver perdido su patrimonio, y la desesperación por no saber cómo recuperarlo, porque el agua sigue allí, adentro de casas, negocios, y cubriendo los toldos de sus autos.
El ambiente traspira desolación en la zona centro del municipio, cubierto con grandes cantidades de lodo que parecen el nuevo pavimento en las calles, un arroyo que mantiene su caudal intenso y decenas de personas que deambulan de un lado a otro buscando alimento, apoyo y respuestas.
Los sueños y planes de cientos, miles de personas se los llevó el agua, como si nunca hubieran existido, porque el esfuerzo de años de trabajo se perdió en solo unos minutos. La crecida del Rio Tula provocó sorpresa, miedo y pánico entre los habitantes, porque en menos de 30 minutos casas, negocios, calles y puentes quedaron bajo el agua sin posibilidad de salvar algo.
Al caminar por las calles anegadas solo se ven frente a las casas, costales apilados, llenos de tierra y arena que son vencidos por las filtraciones de agua que aumenta el daño a los bienes materiales, juguetes flotando, cubetas de personas que trataron de sacar el agua en la emergencia, pero que fueron insuficientes, bidones, palos, escobas, ropa y artículos domésticos que no se salvaron de la corriente del río.
Entre los vecinos hay una coincidencia: la culpa fue de las autoridades que abrieron las puertas de las presas Endhó y Requena y por ello, aumentó el nivel del embalse que minutos después desbordó para expandirse por calles, casas y avenidas de nueve colonias.
Juan Pérez tenía un mes con su nueva panadería en la zona centro, pero la fuerza del río se llevó conchas, bolillos y pasteles; la pérdida 120 mil pesos. En su hogar viven diez personas y ahora ven pasar el tiempo a las afueras, porque también se encuentra inundada sin posibilidades de regreso. “Hace un mes compré una panadería en el centro de Tula, pero la mala suerte me acompañó, porque se perdió todo, incluyendo mi casa que está a cuatro cuadras”, contó.
Encima del desbordado río Tula, se encuentra el único puente para pasar de las colonias Centro a la populosa, El Chayote, sin embargo, la madera está podrida, advierte un hombre desde la orilla, por lo que quienes se arriesgan o necesitan llegar al otro lado, lo hacen despacio, marcando cada paso, porque, de lo contrario, hay riesgo de que sea el último. Cuando alguna patrulla y otras autoridades a bordo de sus vehículos cruzan frente a algunos, se escuchan frases de desesperación porque nadie pregunta “qué necesitan”.
Marinos y soldados bajan más lanchas de rescate ingresando camiones a la zona donde se encuentra el Hospital General de Zona del IMSS, debido a que 10 familias se encuentran en sus hogares y no quieren salir; buscan rescatarlos y llevarlos a albergues, pero la rapiña ya se hizo presente y quieren evitar sumarse al número de víctimas.
“La fuerza del agua rompió las accesorias de los negocios, y personas ajenas a la colonia se metían en la noche para ver que se robaban. A dos casas de la mía, los ladrones vaciaron la casa de unos viejitos, pero la vigilancia no llega hasta acá, solo en la zona comercial y no popular”, dijo Jared Mena Monroy, comerciante del centro.
Otros, como Noé Arias, empleado de una empresa, ya se resignaron a haberlo perdido todo, sólo quiere rescatar a sus mascotas, víctimas indirectas de la inundación, que se encuentran atrapadas en la azotea de su hogar sin alimento o agua.
Estela Alcántar cuenta lo difícil que ha sido dormir por la preocupación de que siga lloviendo. La mujer de 80 años se limita a ver su hogar, su lavadora con una pila de ropa que ya no dio tiempo de pasar por el tiempo de enjuague. Por ahora se dedica a trapear los dos metros de piso en la azotea que no se inundaron y dónde se queda a pernoctar, mientras un helicóptero de la Marina sobrevuela la zona del desastre llevando insumos médicos.
En los tres albergues que se encuentran a cientos de metros de las áreas afectadas, en un terreno que impide la llegada del agua, sólo llegaron 120 personas, algunos con colchonetas y despensas que el DIF les proporcionó, y otros con la cara derrotada por no poder hacer ya nada.
La noche del martes el escenario era menos alentador: varias carrozas entraron al punto cero para trasladar a las personas fallecidas en el IMSS; no fue Covid-19 o algún padecimiento, fue la falta de energía lo que provocó que los ventiladores dejaran de funcionar.
Al final del día, queda un llamado y una respuesta: el gobernador de Hidalgo, Omar Fayad pide, casi suplica a los habitantes de las nueve colonias afectadas que desalojen sus viviendas porque hay la posibilidad de una nueva inundación, muchos decidieron quedarse.
El fantasma del miedo sigue presente porque un nuevo alertamiento volvió a aparecer los temores de los habitantes.
- El dato: Los daños motivaron que en el Senado, se guardara un minuto de silencio por las víctimas; panistas reclamaron desaparición del Fonden.