Comprendo que se enojen las personas compradas de sí, la gente de mala entraña, los centralistas rancios, cuando se designa oficialmente “universidad nacional” a la joven Universidad Rosario Castellanos. Pero es correcto y justo dotar de prestigio simbólico a esta nueva institución.
A mí que trabajo en una unidad de la UAM fundada en 2005, la UAM-Cuajimalpa, me consta lo que deben sentir los estudiantes de las nuevas universidades de los gobiernos morenistas. Recuerdo las palabras llenas de desprecio de un conocido: “¡Entraste a trabajar a la UAM C-u-a-j-i-m-a-l-p-a-!”. Esta persona no sabía que abrir este nuevo campus de la UAM tenía el visto bueno del presidente Vicente Fox, que contaba con el mayor número de doctores en una universidad del país, que nuestras licenciaturas eran innovadoras y de alta demanda; lo único que le entraba en el cerebro era ese nombre de origen náhuatl que le sonaba “naco”: Cuajimalpa.
Para la derecha, desde el Virreinato, importaba estudiar en una Real y Pontificia Universidad en lo más céntrico del centro del mundo, sin que le interesara la suerte de instituciones de educación en los barrios de indios y en las lejanas provincias.
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Nosotros, en la UAM-C, en los primeros años, fuimos itinerantes, brincando de unas instalaciones rentadas a otras. Muchos de nuestros estudiantes habían sido excluidos de otras instituciones. Pero al menos teníamos pizarrones y salarios decentes. Entiendo perfecto los retos de las flamantes universidades de la 4T.
En su libro La escuela que necesitamos (2024), que escribió con ayuda de la IA, la investigadora Alma Maldonado dice: “Cuando se crean instituciones para contextos marginados, si no se proponen instituciones de alta calidad, será muy difícil no quedarse solamente con la reproducción de las desigualdades. Ése es el caso de las ‘Universidades para el Bienestar Benito Juárez García’ que creó el Gobierno de López Obrador. Son espacios sin calidad, ni condiciones mínimas como infraestructura, personal docente capacitado, programas de estudio relevantes y eso, eventualmente, limitará sus posibilidades de desarrollo académico y profesional. En lugar de estas ‘universidades’ se podrían abrir programas de extensión universitaria, que estén afiliados a instituciones consolidadas de educación superior de diferentes perfiles (universidades o instituciones tecnológicas) y que ofrezcan programas educativos híbridos o a distancia, y en donde puedan acreditar fácilmente los estudios que se cursan”.
Aquí los críticos son contradictorios, diagnostican que las nuevas universidades no tienen suficiente presupuesto, pero no aplauden otorgárselos. ¿Realmente sería mejor que los profesores de universidades consolidadas impartan diplomados? Esa agenda no es la que ganó las elecciones. Tampoco es lo que piden los jóvenes. Pero, en lo que coinciden Maldonado (al menos en ese párrafo) y la política del Gobierno federal, es en que se debe apoyar a programas educativos híbridos o a distancia. Eso caracteriza a la Universidad Nacional Rosario Castellanos. A veces lo que uno pide está ahí enfrente, pero ni se lo ve, ni se lo oye.