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EL MÚSICO

EL MÚSICO
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Dicen que de noche, todos los gatos son pardos y quizá lo sean para los que creen que solo lo que se mueve bajo la luz del día vale la pena, lo cierto, es que la ciudad de noche es otra, lúgubre dirían algunos, peligrosa dirán otros, entretenida los menos y casi todos tendrán razón. Sin embargo, los que salimos con el último rayo de sol vemos en esa ciudad oscura nuestra luz.

Soy Lucio Amado, debería ser Luis Armando como el abuelo pero, el juez que me asentó, medio sordo como era y mis padres, desidiosos en eso de los trámites, optaron por dejarlo así aunque fuera medio confuso para un niño que, en su casa le gritaban Luis y en el colegio Lucio, casi como si tuviera trastorno de identidad disociativa.

Soy músico, guitarrista de un trío que se fue disgregando porque las serenatas ya no son lo que eran, la gente ya no es lo que era, el amor ya no es cortejo sino cruda insinuación, en fin, no es llanto, es realidad, de tres quedé yo, que sigo deambulando de calle en calle, de semáforo a plaza, de parque en parque, de amante a esposa, del rey a lusimi, de tocar para que berreen o solo para que sientan que son románticos mientras ven el mundo pasar a través de su celular, videos que no verán nunca más, fotos que se quedarán en una nube y todo a las redes que es donde se vive ahora, corren en las noches de los parques para que no los sigan y en redes dejan que los sigan toda clase de sujetos nefandos.

Hay partes de la ciudad que son más oscuras que otras y no por la luminarias desatendidas por el ayuntamiento, lugares donde solo los que habitamos en la noche nos atrevemos a estar porque nos reconocemos, el proxeneta, el dealer, el carterista, el sicario, el loco y también estamos los de servicio, el martillo, la sexoservidora, el compa de los tacos, la señora del estanquillo, el de la farmacia, el poli del barrio y yo, el músico. Estos lugares son nuestros en estas horas, aquí estamos en precaria tregua pero es nuestra, no hay “clientes” de ningún tipo, es de nosotros pero, si algún externo se atreviera a cruzar por ahí, seguramente los vellos de la nuca se le erizarían y el tibio orín escurriría del miedo.

-¡Hey Amado! Afila la lengua y tócame el quelite.- Grita Lucía Fernanda enfundada en un vestido que resalta más lo que enseña que lo que cubre.

-Te toco lo que quieras “Lucifer” pero, luego no te quejes si terminas enamorada de mí.-

Su risa es contagiosa, no importa cuantas veces nos lancemos la misma rase, ella ríe siempre y yo sonrío, ya quisiera yo estar con una mujer de ese calibre pero ni puedo permitírmelo ni ella me dejaría por temor a perder nuestra amistad, lástima, en algún otro momento de la historia le hubiera cantado serenatas hasta dejarla rendida a mis pies… ya no funciona eso.

-¿Cómo te fue Lucio Amado?- pregunta Chayo con su ronca voz y el bigote lleno de pedazos de tabaco de los Raleigh sin filtro mientras trocea la carne de un taco enorme con un cuchillo aún más grande.

-Me fue, Rosario, me fue.- Lo llamo por su nombre porque el me llama por el mío y él sabe que lo odio y yo sé que lo odia pero, ambos odios nominativos se anulan y creo que yo soy el único que se atreve a llamar por su nombre a tremendo gigante de 140 kgs.

-Por cierto, te veo más delgado, seguro dejaste de tragar la bazofia de tacos que sirves.-

Ríe a carcajadas mientras me tiende el enorme taco, casi machete, con cilantro y cebolla hasta el tope.

-Toma y come.- Si he de ser franco, son los mejores tacos que jamás llegarás a probar, Chayo dice que la receta se la dio su abuela pero aquí todos sabemos que huyo de casa por el abuso de su padrastro a escasos 8 años y desde entonces su hogar es la calle. Chayo nos conoce a todos y todos lo conocemos y cuando tenemos hambre, siempre encontramos comida con él mientras nos suelta improperios de que nos cobrará con intereses aunque nunca lo haga.

A los dealers ni me les acerco, son tremendas lacras pero, hasta ellos son bienvenidos aquí, en el lugar donde nos reunimos si la noche no fue buena

Saco la guitarra, me afino la garganta después de tragar el último bocado y canto “volver, volver”

Lucía se acerca con sus “hermanas” y su proxeneta levanta una ceja pero, no dice nada aunque lo veo murmurando un “yo sé perder, yo sé perder” Lucía me abraza sin impedir que mis manos rasguen las cuerdas, al rato el coro se arma y todos cantan, alguien saca la botella y el poli voltea hacia otro lado, somos tantos que nadie se emborrachará, Chayo echa a la parrilla más carne, mejor que nos la comamos nosotros a que se la tire a los perros, los dealers y el sicario se van, saben que si bien son tolerados, no son del todo parte de nosotros que no somos santos pero que tenemos nuestros momentos, que no afectamos por afectar y solo buscamos sobrevivir en una ciudad que cada día es más complicada, en una realidad en la que algunos estamos en vías de extinción.

Mi ánimo no está del todo bien, así que le doy un trago a la botella que no sé si es tequila, ron blanco o aguardiente y toco “Nadie es eterno” no para despedir a nadie pero, si para despedirme, en algún momento de la noche me di cuenta de que soy irrelevante, que las articulaciones ya duelen con el sereno y los pies se hinchan con la caminata, que no me hago más joven, que el amor es por redes, el romanticismo por emoticón y que un tipo con guitarra en la ciudad… es un anacronismo.

Así que… “Sufrirás, llorarás mientras te acostumbras a perder. Después te resignarás… cuándo ya no me vuelvas a ver.”