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Álvaro Mutis: Contar hasta cien

Valentín Ortiz Díaz rinde homenaje al escritor Álvaro Mutis, a cien años de su nacimiento. En la vasta trayectoria del colombiano, que incluye múltiples reconocimientos internacionales y una ardua devoción por Marcel Proust, se explora la incertidumbre y la soledad a través de tumultuosos paisajes. En el conjunto de su obra destacan los siete libros de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero: las palabras en cada uno de ellos son como una segunda vida, que une a quienes sueñan contar hasta cien mientras enfrentan el paso del tiempo.

Álvaro Mutis (1923-2013).Foto: ilgiornale.it
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Pensar en el paso del tiempo. En cómo los niños cuentan con los dedos de la mano cada año que pasa, entendiendo que en esa suma hay un aprendizaje lleno de orgullo. Vidas que preferimos ver colmadas de alegría, aunque sepamos que el porvenir es incierto y la felicidad, efímera. Pasada la juventud lo comprobamos y vamos encajando golpes y malestares que nos muestran, así distraigamos la mirada, que el fiel de la balanza está en un claro desequilibrio y no precisamente a nuestro favor.

EL TIEMPO DEJA huellas profundas, pasa factura por unas cosas y en otros casos impone el olvido sobre el oficio persistente de la memoria. Pero hay otra escala, otros ámbitos. Así, de uno en uno llegamos al diez, y, de diez en diez, a cien, número redondo que da entidad a los siglos con los que medimos la Historia. Romanos que se comportan de forma caprichosa, pero nos dan idea de los desmanes y aciertos de quienes nos precedieron. Materia de palacios, prisiones y ruinas, de celebraciones y efemérides, de centenarios como el que hoy nos ocupa.

Álvaro Mutis (1923-2013) fue un hijo de su época, dueño de un bagaje que le permitió leer el mundo y su historia de forma peculiar. Desde la caída de Constantinopla hasta los requiebros de Bolívar en su marcha final, pasando por las meditaciones de Felipe II o la mirada febril de Napoleón, hacen parte de ese universo que es mucho más que una memoria erudita y prodigiosa. Esta cercanía con el pasado era su forma de apuntalar el presente, ante el cual no dudaba en fruncir el ceño, porque como decía: “La historia no se repite jamás. Lo que sí se repite y en forma ineluctable, es un cierto patrón al que se ajustan los hechos y los procesos históricos, cada uno con su peculiar e irrepetible máscara tras la cual se esconde el vasto y oscuro misterio de nuestro destino”. Quizás aquí está una de las explicaciones para lo que muchos encuentran como desencanto o desesperanza.

Mucho se ha dicho sobre su vida: el origen privilegiado, sus primeros años en un internado en Bélgica, la trágica pérdida de su padre y el retorno a Colombia, donde la hacienda familiar de Coello marcó la educación sentimental y vital del futuro poeta. También las lecturas febriles que dieron cuenta de la tradición occidental y el arribo de la poesía como una forma profunda e íntima de construir esa mirada tan personal sobre el mundo que lo rodeaba y sobre sí mismo. La primera madurez en la que los deslumbrantes poemas iniciales, dueños de una identidad y fuerza únicas, se conjugaron con trabajos varios que solventaban la vida durante los años cincuenta. Posteriormente, el paso a México en medio de la controversia sobre el uso de fondos de la petrolera Esso, en la que Mutis fue director de relaciones públicas, y que en 1959 lo condenó a quince meses en el Palacio Negro de Lecumberri, tiempo que resultaría fundamental para templar su voz y ánimo. Superada esta etapa, continúa con su sostenida labor poética en medio de múltiples cargos y oficios, que si bien lo hacían viajar de un lado al otro, jamás mermaron una escritura que fue creciendo, depurándose, tomando una forma que a finales de los años ochenta conquistó a miles de lectores gracias a las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, ciclo narrativo protagonizado por un marinero de origen incierto y pasaporte chipriota, personaje profundo e inclasificable que acompañó al autor desde su primera aparición en Los elementos del desastre (1953), para convertirse en parte esencial de su obra. 

Sus apuntes sobre libros y autores... revelan una voracidad lectora tan sofisticada como implacable

Después llegaron los premios —menciono tres al hilo, que pocos han alcanzado: el Príncipe de Asturias de las Letras (1997), el Reina Sofía de Poesía (1997) y el Cervantes (2001)—, para celebrar libros que se tradujeron a diferentes lenguas y ganaron atención para el escritor colombiano afincado ya por siempre en México. Cincuenta y siete años en los que además de escribir se forjó el cariño y respeto de quien lo conoció, entre ellos diferentes poetas y escritores, cosa nada despreciable en cualquier época.

La muerte lo sorprendió poco después de cumplir noventa años, el día 22 de septiembre de 2013. La tristeza fue inmediata y aún se siente. Ha transcurrido una década en la que una suerte de silencio empezó a merodear esta obra que permanece intacta, decantando lo mejor de sí, a la espera de ser redescubierta, comentada y compartida, con los ojos de ayer y de hoy, como estamos viendo suceder, en una afortunada negativa de Mutis y su amigo Maqroll, de ser víctimas del olvido.

NOS QUEDA LEER…

Cuando se quiere reconstruir una biblioteca distante, sólo resta zambullirse en la mayor cantidad posible de librerías de viejo. Hace unos meses, en una discreta pero magistralmente regentada por un hombre de quevedos, hallé un ejemplar autógrafo de De lecturas y algo de mundo (1999), que reúne algunos textos que circularon en periódicos y revistas desde 1943 hasta la fecha de edición. Ofrece una cartografía personal: sus apuntes sobre libros y autores, comentarios sobre la actualidad del mundo que veía y que, podemos inferir, se tambaleaba de forma dramática —como suele ocurrir cuando el fin de un siglo se avecina—, sin terminar de venirse abajo. Más allá de estos últimos, polémicos unos —especialmente cuando se autoproclamaba “reaccionario”—, aguerridos otros —donde se desataba el libertario impenitente—, me interesan las notas que revelan una voracidad lectora tan sofisticada como implacable.

En “Proust: El orden de las potestades celestiales” (1985), un texto extraordinario sobre uno de sus autores predilectos, a los que volvía de forma religiosa, nos dice con clarísima conciencia:

... Para el lector nato la lectura es como una segunda vida, una existencia paralela que corre al lado de la cotidiana, sólo en apariencia más real que aquella. Tiene todos los accidentes y características que señalan nuestro paso por la tierra: nacimiento, primeras sorpresas, entusiasmos que en el momento nos parecen perdurables, amores a primera vista, rechazos injustificados, decepciones, amargas enseñanzas, mundos enteros que se abren al apetito de nuestros sueños, amistades difíciles y antipatías incomprensibles, maduras revisiones, reencuentros decepcionantes, rectificaciones aleccionadoras, amistades para toda la vida, arduos intentos de establecer una relación y que terminan en tristes distanciamientos: dos o tres títulos al pie de nuestro lecho de agonía, últimas palabras que nos llegan al oído dichas por alguien que, en ese instante, nos revela quizá un secreto celosamente guardado. Así vive el lector su relación con los libros, así la disfruta y así la padece hora tras hora, día tras día, año tras año. 

Portada "Los elementos del desastre"Foto: Especial
Portada "Reseña de los Hospitales de Ultramar y otros poemas"Foto: Especial
Portada "Caravansary"Foto: Especial

En todo esto acierta Álvaro Mutis. 

EL CONTACTO PERMANENTE y renovado con una obra permite un descubrimiento continuo que va más allá de páginas, tramas o anécdotas. Es un diálogo íntimo y vital, uno que en el caso de Mutis con sus lectores, entre los que quisiera contarme, determina una sensibilidad especial, una detonación de la memoria, la activación de engranajes que nos llevan del recuerdo a una aceptación y comprensión libre del mundo y los actos de los hombres, en donde, aunque suene contradictorio —como debe sonar—, la compasión y la crueldad, la amistad y la traición, el amor y el abandono, son caras de una misma moneda con la que echamos un volado.

Esto resulta evidente en sus primeros libros: Los elementos del desastre (1953), Reseña de los hospitales de ultramar (1959), Los trabajos perdidos (1965). No hay optimismo. El mundo se deshace, una serie de fuerzas naturales reverberan permanentemente en paisajes tormentosos —y en buena parte atormentados—, en los que la derrota es pan diario, pero no por ello carece de dignidad o dosis de sorpresa. En estas primeras apariciones de Maqroll emana una verdad sobre la condición humana, tan diáfana y luminosa como llena de matices y compleja: incómoda y felizmente desconcertante. Esa increíble soledad del hombre desnudo frente a sí mismo y el asombro ante lo maravilloso y terrible del entorno se hace indisoluble. Quizá a partir de Caravansary (1981), la presencia del Gaviero se espacia, pero no su espíritu: las evocaciones a guerreros y monarcas, la arquitectura que soporta el paso de los siglos y pareciera resguardar ese orden perdido, por el que también hemos sido condenados a una lánguida nostalgia.

En simultáneo, la prosa breve y poderosa: Los cuadernos del palacio negro o Diario de Lecumberri (1960) vieron la luz después del paso por las crujías. Según el propio Mutis, ahí se cocinó Maqroll y su humanidad, en medio del sinsentido, la violencia bronca, el delirio agónico y confesional hasta que llega la lluvia a lavar los pecados. Una prosa escueta, confinada, que no deja de retumbar. Poco después, La mansión de Araucaíma (1973), esa breve obra coral que transcurre en una casona derruida, en la que la confusión, la lascivia y los vicios comparten con el palacio los mu-

ros que encierran lo ominoso, esa permanente inquietud que infunde miedo y asalta en medio de la soledad, para redefinir lo gótico, no como geografía específica, sino como un estremecimiento sombrío. 

Portada "Diario de Lecumberri"Foto: Especial
Portada "Maqroll"Foto: Especial
Portada "De lecturas y algo del mundo"Foto: Especial

Todo lo anterior —sin detenernos en las pequeñas joyas que son los “Intermedios” o sus relatos, donde la mirada sobre el tiempo y sus protagonistas, sus dudas y fracasos están presentes, al igual que el cariño paternal a quienes se los dedica—, para llegar a los siete libros que componen las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, donde nuestro protagonista se expresa en toda su dimensión en medio de geografías exuberantes, indómitas e inclementes en las que transcurren los días con evidencias de la derrota y las turbaciones del protagonista y sus lectores.

Maqroll se lanza a un sinnúmero de proyectos que son fugas de sí mismo, espejismos y manglares en los que se pierde bajo un signo trágico que lo acompaña a cada momento y parece asomar en cada uno de sus silencios. Ésos que ninguna de las mujeres que lo han acompañado pueden salvar: ni Flor ni Ilona ni Amparo María, nadie. Ni siquiera su amigo Abdul. Se trata de un viaje tan profundo que va más allá de todo. Un regreso a la “Tierra caliente”, al paraíso de la adolescencia, a la alegría de la infancia, a la hacienda de Coello, rodeada por ríos y sembrada de cafetales. Una renuncia, porque en todo el periplo en el que se han contado puertos, ríos, muelles, radas y un alta mar nunca surcado, vamos en busca de un imposible y en esa rendición se armoniza la vida y el destino para desembocar en una zona donde todos los despojos y victorias quedan iluminados por una presencia de tal potencia, a la cual sólo en medio del silencio, las plegarias u oraciones pueden nombrar para recobrar lo perdido.

Maqroll Emana una verdad sobre la condición humana, tan diáfana y luminosa como llena de matices y compleja : incómoda y felizmente desconcertante

NUESTRO AMIGO MUTIS

Queda claro que una de las cosas más extraordinarias que ha traído consigo esta marca en el calendario, con las diferentes actividades en torno a Mutis, además de la relectura de su obra, es el reencuentro, la coincidencia con otros correligionarios, con sus amigos, su familia o todo aquel a quien le brillen los ojos con mencionar al Gaviero, ese marino desastrado que de una u otra forma nos lanzó una línea en medio de nuestros propios naufragios. Extraño fenómeno que echa por tierra esa afirmación vanidosa de “lo he leído” y lo transforma en una suerte de comunión que pasa por el afecto y la admiración que es “lo hemos leído”, para revelar proximidad, cercanía y cariño. No hace falta haberlo visitado, estrechado la mano o compartido con él unos tragos de whisky. Cuando la literatura se gana un espacio en nuestra vida, escritores como Mutis se vuelven imprescindibles, entrañables.

Quizás el mejor testimonio alrededor de los sentimientos que despierta Mutis es el de Gabriel García Márquez. Para la celebración del septuagésimo aniversario, su paisano hizo el recuento de esta relación. “Mi amigo Mutis” (1993), bien dice Gonzalo García Barcha, es un tratado sobre la amistad, un conmovedor y ameno recuento de travesuras y confidencias que cimentaron una hermandad que pasó por las letras, pero que se anida más allá, en el corazón. En uno de los pasajes finales de esta joya, García Márquez sostiene que “Maqroll somos todos”, cosa en la que no coincido plenamente. Prefiero imaginar una presencia, ajena y cercana a la vez que, sin importar el lío en el que estemos, nos cobija en silencio y omitiendo juicio alguno, un hombre que sin dudarlo nos abraza en su inmensa sabiduría para preservar al niño o la niña que llevamos dentro, ése que mientras aprendía a contar soñaba con llegar hasta cien.