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Borges y Reyes, luces y sombras

Fotógrafo desde hace 35 años, Barry Domínguez es autor de un acervo de 600 retratos de personajes de la cultura nacional e internacional. En la UNAM ha reunido un importante archivo gráfico sobre danza, música, cine, literatura, artes visuales y teatro. Presentó en Francia Una mirada de París, junto con imágenes de Robert Doisneau. Borges en la visión de Anáhuac es la actual muestra fotográfica de Domínguez.

El transcurrir del tiempo. Ex Biblioteca Nacional, Buenos Aires, Argentina.Foto cortesía: Barry Domínguez
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I. TRAYECTORIAS E INTERIORES

En la vasta y a veces perpetua enciclopedia con la que Borges inventó el mundo en el que escribió sobre una laberíntica y a veces incesante enciclopedia donde lo leyó todo, dos copiosas entradas se han de cruzar infinitamente en el ejercicio de su consulta: Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes. Y ninguna de las dos se entenderá sin la otra. Y las dos son pilares de esa literatura que, parece, inventó un idioma en el cual luego hasta nos podemos reconocer.

Reyes, en su trashumancia legal y alegal, llevó consigo el único país que podía cargar en sus hombros, el literario. Lo armaba donde ponía un pie. En él habitaba. Lo soltaba de donde había que salir en pos de la emergencia que fue su vida. Esa diáspora de la Revolución Mexicana, y vuelvo a acentuarla en lo legal y alegal que tuvo que ser don Alfonso, echó su mejor fruto en un joven que también era una nación literaria. 

II. MONEDA OBLICUA

Borges y Reyes tenían que encontrarse suspendidos en las páginas de los libros que estaban edificando al siglo XX —que, en el espejo industrial, fueron la posibilidad de la suma de todos los libros de todos los tiempos—, porque durante mucho tiempo, casi su biografía entera, fue lo único que pudieron tener, uno por razones políticas, otro por factores somáticas.

Ambos, en el abrazo, por qué no, espiritual que les ofreció Pedro Henríquez Ureña, exorcizaron el peso candente de su pasado al castellano intuyéndole un futuro, en todo caso, vital en la historia de la escritura. En ese sendero, es Reyes quien ha de invitar a la mesa a Borges, sí. Pero fue Borges quien zampó esa cena. 

III. GRAFIAESTÁTICA

No obstante, en la cordialidad con la que se prende el diálogo de su correspondencia, a ninguno le aflige ninguna evidencia, porque les mueve un asunto mayor: la fascinación por el hallazgo del pensamiento literario en nuestro idioma. Y entonces, conjurados en su mente tan bibliófila como bibliópata, se dedican a tender las redes poéticas del porvenir.

Joyce, Wells, Ellery Queen. Dante, Croce. Cervantes, Quevedo, Unamuno. Valery, Verne. En la posibilidad de traducir las lecturas, su materia corpórea, en ensayos, entrevistas, diarios, ficciones, poemas y cartas, hasta sencillas notas periodísticas, todo lo apostaron y todo lo ganaron para nosotros. Amigos entrañables en diálogos invisibles. Las citas textuales los unieron más que ninguna anécdota en común. Las estanterías de sus bibliotecas los hermanaron desde siempre. El exclusivo intercambio epistolar son las juergas que pudieron vivir en sus circunstancias.

IV. MÉXICO, AIRES DE SUS AMORES

Reyes en Buenos Aires gobernó, por mucho, un México imaginario, el sueño de una posrevolución ideal y paradójica en él. Ese México de artificio genial fue el que heredó Borges, que en manda peregrinó en tres breves capítulos a nuestro país, que en mantra le impusieron versos elegíacos y alusivos sobre lo que de lo mexicano entendió (“El hombre que en su lecho último se acomoda / para esperar la muerte. Quiere tenerla, toda.”).

Borges vino a México, entre líneas, a seguir encontrándose con un don Alfonso absolutamente literario. Reyes, sobre los textos que escribió allá y de eso, mantuvo un Buenos Aires que sólo en la literatura logró comprender.

V. EL FACTOR BARRY

Entre tanto, en el siglo de la voraz imagen consumada y consumida, no hubo oportunidad de que nadie los retratara. Y en sus salas de lectura, nadie con ninguna máquina fotográfica de las muchas con las que se cruzaron. Y en sus escritorios, sumidos en la luz, nadie que los alumbrara para inmortalizarlos juntos. Vacío manifiesto que la obra de Barry Domínguez, ese veedor de quimeras bibliográficas, viene a conjeturar para nosotros.

Con la sensibilidad y la experiencia que lo caracteriza a la zaga de personajes librescos en situaciones librescas siguió a los fantasmas de Borges y Reyes por sus lugares respectivos. De la Recoleta a Teotihuacán descifró los susurros, los olores, las sombras, que fue dejando a su paso ese amor textual entre esos dos hombres aspirando a conformar la foto imposible del dúo a partir de los ecos.

Sólo en la búsqueda del ángulo exacto, en la hora precisa, al pie de la letra, pues, Barry hace de las desapariciones de Borges en México, el vínculo profundo con Reyes, el gran ausente en esas vueltas del argentino a su país subvertido. En otras palabras, Borges viene a México siguiendo el llamado de Reyes que no puede estar presente más que en falta, y al mismo tiempo en comunión, al interior de Borges. Domínguez, al desaparecer a Borges de la lámina, lo está reconciliando con Reyes, los hace brotar en alguna palabra latente del espectador, desde donde siempre les fue menester conversar a los escritores.

Del 14 de junio al 14 de julio. 11:00 a 18:00 hrs. Centro Cultural Centenario, Coyoacán, Jardín Centenario 16.