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Flechas del tiempo

REDES NEURALES

Flecha de la evolución cósmica.Foto: Forbes
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Hace muchos años encontré en la sala de mi casa un libro titulado Historia del tiempo, de Stephen Hawking. Durante la adolescencia, había fantaseado con la idea de convertirme en científico: un astrónomo, quizá. La figura del autor, confinado a una silla de ruedas como resultado de una enfermedad neurológica, pero capaz de usar la inteligencia para explorar los acertijos del cosmos, significaba un reto doble para mí. La curiosidad y un sentimiento estético inusual me llevaron a abrir el libro en una página que aborda, de una vez por todas, la pregunta por la naturaleza del tiempo. ¿Cómo podemos saber si el tiempo es tan solo una ilusión? ¿Cuáles son los criterios para establecer su realidad y sus relaciones con las leyes de la naturaleza? No recuerdo las palabras exactas del autor. Lo cito ahora mediante el recurso falible de la memoria.

PARA ENTENDER EL TIEMPO, dice Hawking, podemos usar la metáfora de una flecha. Los eventos del mundo real transcurren en un sentido: del pasado hacia el futuro, y nunca en la dirección contraria. Los eventos del pasado modifican el presente y el futuro, pero los eventos del futuro nunca modifican el pasado. En otras palabras, las causas de cualquier proceso siempre ocurren antes que los efectos. A veces las controversias históricas generan la ilusión de que el pasado ha cambiado, pero lo que cambia es nuestra reconstrucción conceptual del mismo. El ejemplo brusco que necesito proviene de la medicina: la muerte de nuestros seres queridos ocurre realmente, y su presencia no regresa, aunque transformemos nuestras ideas en torno a cuándo, dónde, cómo, y por qué sucedió el deceso. Desde luego, hay doctrinas espirituales que plantean las cosas de otra manera: se puede imaginar la eternidad o un tiempo circular en el cual la dirección del tiempo es relativa o ilusoria. Pero en los confines de nuestra vida, en el mundo real, ¿alguna vez regresan los muertos? Como decía el escritor checo Milan Kundera, la tristeza de estar vivos puede entenderse mediante una figura literaria: el tiempo se nos escurre entre los dedos de la mano. 

¿De dónde proviene la diferencia entre el pasado y el futuro? Para plantear las cosas con más exactitud, Hawking elaboró tres metáforas. La primera se refiere a la dirección en la cual el universo está en expansión, pero no se contrae. Ésta es la flecha cosmológica del tiempo. En teoría, el universo se expande desde que aconteció el Big Bang, la gran explosión, pero nunca ha sucedido lo contrario. ¿Empezará a contraerse alguna vez, en un futuro remoto? Y ¿tendría esto alguna consecuencia para la vida humana? Es algo que no sabemos, y ni siquiera el gran físico fue capaz de resolverlo. 

LA SEGUNDA FLECHA DEL TIEMPO tiene implicaciones más inmediatas para nuestra condición como seres vivos. La física contemporánea nos regala una imagen inquietante del mundo: somos prisioneros de la segunda ley de la termodinámica. Esta ley dice que en cualquier sistema físico el desorden —es decir, el caos, o la entropía— aumenta con el paso del tiempo. El aumento del desorden puede concebirse como una flecha: se trata de un cambio que distingue el pasado del futuro dando una direccionalidad al tiempo. Al final, el desorden aumenta en todo sistema físico: este principio se usa para explicar la muerte de las estrellas y de los organismos. La vida parece una excepción extraordinaria a esta ley, ya que los seres vivos hacemos lo posible para mantener la organización de nuestros cuerpos, y resistimos como podemos todo aquello que nos lleva a la desintegración. Por desgracia, la realidad de la muerte nos enseña que la segunda ley de la termodinámica siempre gana la última batalla. 

HAWKING PLANTEA QUE LA TERCERA FLECHA del tiempo se puede caracterizar como una flecha psicológica. Esto se refiere a que nuestros recuerdos tienen una dirección perfectamente definida: recordamos el pasado, pero nunca el futuro. Esto lo sabe cualquiera, de manera tácita o explícita. Es uno de los supuestos centrales de nuestra conducta como seres conscientes, y de la organización social. La incertidumbre básica de nuestras vidas —en torno a asuntos tan cruciales como el momento y la manera de morir— contribuyó a la construcción de los grandes sistemas adivinatorios de la antigüedad: el I Ching, el Tarot, la astrología mediterránea, los oráculos de Dodona y Delfos. Ese mismo anhelo de predicciones confiables ha estimulado el desarrollo de la investigación científica. La autocorrección permanente del pensamiento científico rompe con la tentación del pensamiento dogmático tan común en los individuos y las sociedades.

En los textos mitológicos y religiosos de la antigüedad se habla sobre personas extraordinarias —profetas y videntes— capaces de ver el futuro como si ya hubiera sucedido. Y en las novelas de ciencia ficción esta posibilidad se explora en tramas inquietantes. Vuelvo a escenas de la novela Dune, de Frank Herbert: Paul Atreides queda ciego, pero actúa como si pudiera ver los objetos del mundo: en realidad no los ve, sino que los recuerda. ¿Qué significa esto? Se trata de un personaje visionario que ha observado todas las ramificaciones del futuro, por lo cual puede alinear sus recuerdos del mundo futuro con la situación presente, para obtener un mapa preciso del escenario actual. Esto me lleva a una teoría científica conocida como procesamiento predictivo, según la cual el cerebro humano funciona mediante la elaboración de predicciones acerca del entorno y del propio organismo. De acuerdo con esta teoría, el contenido de nuestra conciencia está formado por estas predicciones, que se corrigen de manera constante mediante las señales que provienen de los órganos sensoriales. Para decirlo con una fórmula común, nuestro cerebro genera una “alucinación controlada” y esa alucinación es realmente el contenido de nuestra experiencia subjetiva. En los problemas neurológicos y psiquiátricos se presentan estados de “alucinación descontrolada”. 

¿Cómo podemos saber si el tiempo es tan solo una ilusión? ¿Cuáles son los criterios para establecer su realidad y sus relaciones con las leyes de la naturaleza?

Se ha dicho tradicionalmente que el alma (o la mente) es inmaterial. Pero la memoria nos revela el vínculo inherente de los estados mentales con las propiedades físicas del tiempo, porque la flecha psicológica apunta siempre en la misma dirección hacia la cual apuntan la fecha cosmológica y la flecha termodinámica. Este parentesco profundo me recuerda una vieja historia según la cual la Memoria es hermana del Tiempo. En la Teogonía, de Hesíodo, la diosa Gea y Urano procrean a Cronos, el tiempo, y a su hermana Mnemóside, la memoria. En un sentido, la memoria es uno de los signos de la vulnerabilidad humana, porque nos obliga a reconocer que somos incapaces de recordar el futuro, y que nuestras vidas están incrustadas en el tiempo.