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Memorias de un librero

Leer ensayos de George Orwell es ante todo un placer que oscila entre lo sorprendente y lo irónico. “Memorias de un librero”, publicado en Books vs. Cigarettes en 1936, nos habla de los extraños personajes y comportamientos que uno puede encontrar en una librería: Mitómanos delirantes, estudiantes cazando libros de texto baratos, señoras que preguntan por un libro del cual no recuerdan el nombre ni el autor. Reencarnaciones folclóricas pueden encontrarse hoy en día, sin esfuerzo alguno, en cualquier librería de viejo.

Librería de viejo en Hampstead, Londres.Fuente: Orwell Archive
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Traducción: Guillermo de la Mora

Cuando trabajé en una librería de viejo, lo que más me sorprendió fue la escasez de verdaderos lectores. Uno puede fantasear con la idea de que estos lugares son una suerte de paraíso en donde educados caballeros hojean eternamente libros preciosamente encuadernados en piel. El local donde yo trabajaba poseía un inventario particularmente nutrido, pero dudo que el diez por ciento de nuestros clientes pudiera reconocer un buen libro de cualquier otro. Los esnobs coleccionistas de primeras ediciones eran mucho más comunes que los amantes de la literatura, pero aún más frecuentes eran los estudiantes orientales que regateaban por libros de texto baratos. El perfil más común de todos era el de la señora distraída que venía a comprar un regalo para sus sobrinos.

Muchas de las personas que acudían a la librería serían consideradas como pestes en otros lugares, pero gozaban de oportunidades especiales en este tipo de establecimiento. Por ejemplo, la señora de edad madura que quería “un libro para un inválido” (un pedido bastante común) o la abuelita que busca un libro que leyó en 1897, pero del cual desgraciadamente no recuerda el título, ni el nombre del autor o de qué se trata el texto. Eso sí, tiene la seguridad de que la portada era roja.

Además de estos, hay dos tipos de personas que acechan las librerías de viejo. Uno es el tipo decadente que huele a sopa fría y tiene migajas de pan en la barba. Pasa diario (o varias veces al día) para intentar vender libros carentes de valor. La otra es la persona que pide grandes cantidades de libros, pero que no tiene ni la más mínima intención de pagarlos. No vendíamos nada a crédito, pero sí apartábamos libros e incluso podíamos encargar algunos si era necesario. La mitad de esas gentes nunca regresaba a recogerlos. Al principio me confundía. ¿Qué los llevaba a hacer esto? Entraban y pedían un libro raro y caro, nos pedían que les prometiéramos guardárselos y luego desaparecían. Algunos de ellos eran claramente paranoicos. Solían hablar pomposamente sobre ellos mismos y contaban intrincadas e ingeniosas historias sobre cómo justo ese día salieron sin dinero a la calle. Estoy seguro que muchos de ellos incluso se creían sus historias a pie juntillas.

EN UNA CIUDAD COMO LONDRES suele haber una cantidad considerable de lunáticos no diagnosticados pululando por la ciudad y parece que todos terminan merodeando alrededor de las librerías, pues son uno de los pocos lugares donde se puede pasar mucho tiempo sin gastar dinero. Uno aprende a reconocerlos casi inmediatamente, pues en sus discurrimientos hay algo apolillado y extraviado. Cuando lidiábamos con lo que era evidentemente un paranoico, solíamos apartar los libros que nos pedía, pero al momento en que salía de la tienda los regresábamos a su lugar. Me percaté, sin embargo, que ninguno de ellos intentaba llevarse los libros sin pagarlos, el hecho de pedirlos era suficiente. Supongo que les bastaba con la ilusión de gastar dinero.

Como la mayoría de las librerías de viejo, teníamos varios giros paralelos. Vendíamos máquinas de escribir usadas y timbres para coleccionar. Los filatelistas 1 son un grupo extraño, silencioso y poco expresivo, de edad variable, pero exclusivamente del sexo masculino. Aparentemente las mujeres son incapaces de compartir el gusto por pegar pedacitos de papeles de colores dentro de álbumes. También vendíamos horóscopos por seis centavos. Supuestamente los había compilado alguien que había predicho el reciente terremoto acaecido en Japón. Estos se vendían sellados y yo nunca abrí uno, pero las personas que los compraban habitualmente nos decían que poseían grandes verdades. Sin embargo, cualquier horóscopo parece verdadero cuando te dice que eres altamente atractivo para el sexo opuesto y que tu peor defecto es ser generoso. Se vendían bien los libros para niños, pero más todavía los de superación personal. Los libros para niños hoy en día son horrendos, pero sobre todo cuando se vislumbran por lote. Personalmente, yo prefiero obsequiarle un libro de Petronio Arbiter 2 a un niño, que un ejemplar de Peter Pan, aunque incluso Barrie parece interesante comparado con sus imitadores posteriores. En Navidad pasábamos diez días batallando con tarjetas y calendarios, que son aburridos de vender, pero un negocio atractivo mientras dura la temporada. Me parecía curiosa la manera en la cual se monetiza el sentimiento cristiano. Las solicitudes de las compañías de tarjetas de Navidad llegaban desde junio. En mi memoria quedó grabado el pedido de una de las facturas de compra: “Dos docenas del niño Jesús con conejos.”

Cuando lidiábamos con lo que era evidentemente un paranoico, solíamos apartar los libros que nos pedía, pero
al momento en que salía de la tienda los regresábamos a su lugar

Sin embargo, nuestro negocio alterno principal era el de rentar libros por dos centavos (sin depósito). Teníamos aproximadamente quinientos o seiscientos ejemplares, todos de ficción. ¡Cómo han de adorar los ladrones de libros este tipo de lugares! Resulta el delito más sencillo del mundo el de tomar un libro prestado por un par de centavos, quitarle las marcas del lomo y venderlo al triple. Sin embargo, los libreros preferían perder algunos ejemplares (se extraviaban alrededor de una docena al mes) que espantar a la clientela pidiendo un depósito en garantía.

Nuestra tienda-librería se encontraba exactamente en la frontera de Hampstead y Camden Town, así que allí acudían desde barones hasta choferes de autobús. Probablemente nuestros suscriptores de renta de libros podrían considerarse como un sensato muestreo del publico lector londinense. Vale la pena notar que los autores que se rentaban con mayor frecuencia no eran ni Priestley, ni Hemingway, ni Walpole ni Woodenhouse. Eran más bien Ethel M. Dell 3, junto con Warwick Deeping 4 y Jeffrey Farno 5. Obviamente que las novelas de Dell solamente las leían mujeres, pero de todas las edades y orígenes, no solamente las solteronas nostálgicas o esposas gordas de los tabacaleros.

EL DICHO DE QUE LOS HOMBRES no leen novelas es un mito, pero es verdad que evitan áreas completas de ficción. Lo que puede entenderse como una novela promedio (ni tan buena ni tan mala, estilo Galsworthy 6 e imitadores) parece, eso sí, existir solamente para las mujeres. Los hombres leen generalmente novelas de calidad o policiacas, siendo estas últimas mucho más populares. Uno de los miembros de nuestra librería leía cuatro o cinco novelas de detectives cada semana a lo largo del año, además de otras que leía en otra librería de préstamo. Lo que más me sorprendía es que nunca leyó el mismo libro dos veces. Aparentemente toda esa basura que pasaba por sus ojos cada año (esparcida en un campo, podrían cubrir casi media hectárea) quedaba grabada en su memoria. Este individuo no ponía atención alguna a los nombres de los autores, pero con un vistazo podía saber si ya lo tenía. En una librería de renta, uno puede conocer los gustos reales de las personas, en vez de aquellos que aparentan. Uno de los fenómenos más intrigantes es que lo llamado “clásico” de la novela inglesa está en el olvido. Es inútil poner allí a Dickens, Thackeray, Jane Austen, Trollope, etcétera, pues en una librería de préstamo nadie los pide. Si llegan a toparse con novelas del siglo XIX, suelen expresar cosas como ¡Qué viejo es esto! y lo ignoran por completo. Sin embargo, es fácil vender a Dickens, como siempre ha sido fácil vender a Shakespeare. Dickens es uno de estos autores a los cuales algunas personas siempre tienen la intención de leer, pero como la Biblia, suelen encontrar fácilmente como libro de segunda mano. Saben de oídas que Bill Strikes 7 era un ladrón y que Mr. Micawber 8 era calvo, así como han escuchado que Moisés fue encontrado en una canasta y que le vio las nalgas al Señor 9. También podía notarse la creciente impopularidad de los libros americanos y (peor aún) de los cuentos. La típica persona que le pide recomendaciones a un librero comenzaría por decirle “No quiero libros de cuentos” o “No deseo historias chiquitas” 10, como le escuché decir en una ocasión a un cliente alemán. Si les preguntas la razón, en ocasiones responden que es mucho trabajo adaptarse a nuevos personajes en cada cuento, prefieren entrar en una novela que no requiere más esfuerzo que el primer capítulo. Estoy convencido, sin embargo, que se debe culpar más a los escritores que a los lectores. La mayoría de los cuentos modernos, ingleses y americanos, son bastante secos y aburridos, mucho más que la mayoría de las novelas. Los cuentos que realmente son historias siguen siendo populares, como los de D.H. Lawrence, que son tan buscados como sus novelas.

Erik Arthur Blair adoptó el seudónimo de George Orwell en 1933.Fuente: Jot Down

¿ME GUSTARÍA SER UN LIBRERO DE OFICIO? Considerando el panorama general, sopesando incluso la amabilidad de mi jefe y las agradables jornadas pasadas en aquella librería, diría que no. Con una buena presentación y cierto capital, cualquier persona educada puede hacerse de un ingreso constante y seguro trabajando en una librería. A menos de que uno se adentre en los libros raros, se trata de una profesión fácil de aprender, sobre todo si se tiene idea de lo que hay dentro de ellos. La mayoría de los libreros no la tiene. Uno puede darse cuenta de su nivel a través de los errores en sus pedidos, que van desde Decadencia y caída de Boswell hasta El molino del Floss de T. S. George Eliot 11. También se trata de una profesión que se resiste a extinguirse, pues las librerías independientes no suelen ser arruinadas por los grandes consorcios, como les sucedió a los tenderos o lecheros. Eso sí, las horas de trabajo suelen ser muy largas, yo sólo trabajé allí medio tiempo, pero el dueño del lugar llegaba a trabajar unas setenta horas a la semana, además de hacer expediciones constantes y a deshoras para comprar libros, teniendo como resultado una vida poco saludable. Casi por decreto, las librerías son muy frías durante los inviernos, pues si se calienta el interior las vitrinas se empañan, y toda librería vive de sus vitrinas. A su vez, los libros tienden a almacenar más polvo que cualquier otro objeto inventado, además de servir como un predilecto cementerio de insectos. Pero la razón verdadera por la cual no querría ser librero es porque cuando ejercía este oficio, perdí mi amor por los libros. Un librero, para vender, tiene que mentir en ocasiones sobre los libros que vende, lo cual me parece muy desagradable, peor aún es el hecho de tener que limpiarlos, desempolvarlos y moverlos de un lado a otro. En el pasado, adoraba el contacto con los libros como objetos, verlos y olerlos, sobre todo cuando tenían más de cincuenta años de antigüedad. Nada me causaba más placer que comprar un lote de ellos en una subasta de pueblo. Hay un gusto particular al encontrar una combinación imprevista de ejemplares: poetas menores del siglo XVIII, gacetas atrasadas, novelas de autores olvidados y revistas para mujeres. Para una lectura casual (digamos en el baño, antes de dormir o poco antes del almuerzo) no hay nada mejor que un número atrasado de una revista para señoritas. Pero apenas dejé de trabajar en aquella librería dejé de comprar libros. Vistos en masa, cinco o diez mil volúmenes de ellos pueden parecer aburridos, incluso enfermizos. Ahora compro un ejemplar de vez en cuando, pero solamente si es un libro que en verdad quiero leer y que no puedo pedir prestado. Nunca compro basura. El aroma de papel viejo ya no me emociona, lo relaciono con clientes paranoicos y cadáveres de insectos.

Noviembre, 1936.

¿Me gustaría ser un librero de oficio? Considerando el panorama general, sopesando incluso la amabilidad de mi jefe y las agradables jornadas pasadas en aquella librería, diría que no.

Notas del Traductor

1 Coleccionistas de timbres postales, en su mayoría solteros inveterados.

2 Publio Petronio Nigro o Cayo Petronio Árbitro (14-66) fue un escritor clásico romano, autor de obras eróticas como El Satiricón.

3 Ethel May Dell Savage (1881–1939) fue una autora británica de novelas erótico-románticas. La mayoría de sus historias se encontraba en el contexto de las posesiones coloniales británicas. A pesar de una muy mala reacción por parte de la crítica, tenía una ávida red de lectores, lo que la convirtió en un bestseller de la época. Orwell la critica en una de sus novelas Keep the Aspidistra Flying, publicada el mismo año que este ensayo.

4 George Warwick Deeping (1877–1950) fue un prolífico autor de novelas románticas históricas entre los años 1920 y 1930. Tendía a representar personajes de la clase media que eran víctimas tanto de la clase dominante como de la popular. Mantenía un punto de vista muy crítico sobre la modernidad. Orwell lo criticó en varios ensayos como un autor que “no se daba cuenta de nada”.

5 Jeffery Farnol (1878–1952) escribió alrededor de cuarenta novelas románticas sobre el periodo de la Regencia, también un éxito en ventas y adaptaciones al cine mudo de los años 20.

6 John Galsworthy (1867–1933) fue un autor británico conocido por su crítica social en torno a las condiciones de los trabajadores industriales, las condiciones de las prisiones y la censura. Autor de la trilogía The Forsyte Saga y acreedor al premio Nobel en 1932.

7 William Sikes es un personaje de ficción de Oliver Twist, un criminal que es un antagonista del personaje principal.

8 Wilkins Micawber es otro personaje de ficción en la obra David Copperfield que se caracterizaba por su optimismo infundado, pues a pesar de padecer reveses financieros constantes, no perdía la esperanza.

9 Alusión popular al encuentro entre Moisés y Dios en el libro del Éxodo, en el cual le pide al profeta que no lo vea de frente, sino de espaldas.

10 Kurzgeschichte en alemán se traduce literalmente como historias pequeñas.

11 Aquí Orwell se burla de los libreros, pues se equivocan en los nombres de los autores, confundiendo a Boswell con Evelyn Waugh y a George Eliot con T.S. Eliot.