"Con nosotros no pasa lo mismo"
“Las palabras saben más de nosotros que nosotros de ellas”, escribió el autor francés René Char. En efecto,
la poesía es una ruta por la cual sale a la luz el conocimiento que el lenguaje posee sobre entusiasmos
e incertidumbres que no siempre estamos conscientes de llevar bajo la piel. Yelitza Ruiz (Iguala, Guerrero, 1986)
es poeta, además de abogada; la suya es una voz que potencia la diversidad de la lírica mexicana actual,
revelación de temperaturas y zonas ocultas que sólo asoman plenamente en versos intensos y expresivos como los suyos.
TODO SE TRATA de extraer,
cortar,
lijar,
entrar
y salir de la sala operatoria.
Detrás del cristal que aísla los cuartos
se halla un cuerpo expuesto,
operación a media anestesia
no vaya a ser que el ritmo cardiaco falle.
La carnicería sucede en el quirófano,
nada diferente a lo que pasa en un rastro,
sólo que los puercos corren con más suerte,
mueren y reencarnan en un festín,
y entonces,
valió el periodo de engorda,
el matadero,
el ruido del cuchillo en el afilador.
Con nosotros no pasa lo mismo,
en el matadero nos prolongan la agonía,
la diferencia es que el camino
está pavimentado de fármacos
que vuelven más ricos a otros cerdos.
ANTES SE CONVIVÍA con lo deforme,
otra hechura,
los tumores que saqueaban a los órganos
se escupían a gorgojos,
era como sentir piedras en ambos zapatos,
el dolor de la pisada entumía los otros males.
Estar mal hecho era bien visto.
¿Acaso el cuerpo enfermo es una moda,
una tendencia rentable como la internet
que abona suficiente PIB
para que las farmacias desfilen bajo amparo?
Enfermarse es lo de hoy,
usar justificante médico como boleto VIP
para invadir asientos,
gozar de la palidez
y recurrir a la cámara de bronceado.
Presumir que nuestro Seguro Social
puede pagar drogas más duras.
LAS CAPILLAS ABIERTAS se abarrotan
en los hospitales del Seguro Social.
Rezan con carnet en mano los pacientes
y con la primera orina del día
llegan a tiempo a la ventanilla del laboratorio,
a la vez que cierran con el puño sus
[labios persignados.
Hacen filas y tramitan sin querer su fecha
[de deceso.
LOS INSECTOS DEL VERANO son los mejores obreros del sanatorio, iluminan las esquinas y cercan las camillas según sus olores. El hospital es un callejón que medio alumbra dejando sépticos los bolsillos. De la es-
palda de mi madre sale una pus verdosa que le hace quite al candil de las luciérnagas. Hay que drenar de nuevo el líquido que permanece en su cuerpo mientras el Seguro Popular no venza.
ENJUAGAR EL CATÉTER es desazolvar
[el drenaje
de la materia quística que estorba,
tenemos la habilidad de embonar
las mangueras al cuello,
fermentar la maraña de la ampolla
apretando los canales del desagüe.
Todo cambio de catéter implica cavar,
raspar el campo santo en el cual
[germinan raíces
quísticas.
Los sepultureros hacen maniobras
[semejantes,
liman la tez de la tierra,
extirpan las piedras que hacen bulto
rellenando la tristeza con cal y cemento.
Cuando los deudos alcanzan a despedirse
el sepulcro amaciza bien sus zapatas,
las varillas de la cripta,
si no acontece se forman ladrillos de adobe
en la pared del doliente
que cava todas las noches el nicho
de una sonda que no halla vena.
El consuelo es un animal que no existe,
nadie administra las aguas del ojo.
Los que hacen las curaciones
no saben que el destilado vendaje
sostiene una pala que cava desde antes
las llagas que Dios no cicatriza.
Estos poemas forman parte del libro Lengua materna, que comenzará a circular en breve en la Colección El Ala del Tigre, de Libros UNAM.