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La razón de ser de la bestia

Paola G. Gasca debuta como escritora en Raíces del mal (Hachette Literatura). Una novela de suspenso que narra varias series de transgresiones e infortunios que nos remiten a los clásicos de literatura de horror. El pecado, las misericordias e indignidades en una familia atormentada por los recuerdos y las heridas. Carlos Priego revisa y comenta esta narración con la que podríamos identificarnos y quizás descubrir quién es el verdadero monstruo: la imagen ficticia o nosotros mismos

Portada del libro "Raíces del mal"Foto: Especial
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La razón de ser de esta novela es lo que hace que sea aterradora y, más importante, lo que la hace resonar entre los lectores mucho después de que se pasa la última página y el monstruo es destruido (¡o no!).

Si encerráramos a Shirley Jackson y Mary Shelley juntas en una habitación podrían inventar el tipo de folklore siniestro que Paola G. Gasca evoca en esta su primera novela, Raíces del mal: una historia de terror en la que habitan rituales paganos, prácticas retorcidas en adoración a seres ancestrales y el ocultismo que involucra elementos de un tipo de cuento tan viejo como el tiempo: hay un monstruo en la casa.

Mis notas de revisión están llenas de estos experimentos mentales sobre la cultura pop: imaginen a Ridley Scott extrayendo su Alien: el octavo pasajero del mito del minotauro; a El exorcista ambientada en el laberinto de Creta; o a la historia del hijo de Pasífae y el Toro de Creta reescrita por Victor Miller, el guionista de Viernes 13. Al igual que los productos culturales mencionados, Raíces del mal es a la vez una historia y un producto de una herencia gótica. Es un libro que honra a sus fantasmas.

El espectro más insistente en la novela de Paola G. Gasca es David Seltzer, el guionista y productor más conocido por escribir la célebre novela: La profecía. En la década de los 70 del siglo pasado —junto con el El bebé de Rosemary— la novela de Seltzer —llevada al cine por Richard Donner— logró trascender el género de terror sobrenatural. La historia se concentra en Damien un niño que tiene el misterioso poder de motivar tragedias a su alrededor. Poco podía sospechar la frustrada familia que el bebé adoptado procedía de uniones demoníacas. Suicidios repentinos, inexplicables peligros relacionados con otro embarazo de la madre, advertencias y muertes sospechosas; ante tales acontecimientos el padre del peligroso infante irá en busca de la verdad, pero no le será fácil seguir el rastro.

EN LA NOVELA DE GASCA, Inés, la protagonista, es hija de Dolores, mujer rodeada de hijos y cuyo marido, Felipe, apenas repara en ella. En el lado opuesto está Jacinta, a ella la maternidad se le niega por todos los medios. Al contraer matrimonio, Jacinta y su esposo Ramiro, con el consentimiento de Dolores, adoptan a Inés. Pero en lugar de dicha, la desgracia y lo inexplicable es la constante que acompaña a la familia debutante.

Esta historia pudo estar ambientada en la región de Baviera o en una casa encantada, pero en la obra comentada parece funcionar bien en Sarabia, un ficticio pueblo mexicano de mil 500 habitantes en medio de la nada que de igual manera funciona como una especie de purgatorio. En ese lugar el tiempo se mueve de forma extraña entre sus calles, como si ahí todo estuviera permanentemente fijado a un ritmo lánguido. 

Nuestra narradora, habitante de Sarabia pasa a lo largo de la novela inmersa en la contemplación de una fotografía y a partir de esa observación reconstruye la historia de Inés y, a través de ella, la suya propia. El ejercicio invita al lector a presenciar los horrores, el infierno que vive cada habitante del pueblo, “todo quien tuviera relación contigo saldría roto del alma”, dice a Inés la narradora. Y sólo hay una manera de escapar de Sarabia, y es reuniendo a los vivos con sus ancestros. No hay nada más aterrador que quedar atrapado en un espacio cerrado con un monstruo que quiere matarte... y podría ser tu culpa.

Toda gran novela del género debería tener algún tipo de espacio confinado en el que exista el monstruo. Cuanto más pequeño sea el espacio (o más aislados estén los héroes), mejor será la historia. Por ejemplo, el monstruo de Raíces del mal es libre de vagar por todo el pueblo, pero sólo ataca a los amigos y familiares más cercanos de Jacinta. Su problema es con su madre, con nadie más. Por tanto, la “casa” de esa novela es la unidad familiar de Inés.

En Raíces del mal lo que funciona no es necesariamente lo aterradora que resulta Inés, el monstruo (¡aunque ayuda!), o la naturaleza claustrofóbica de Sarabia y la incapacidad de sus habitantes para salir de ahí (¡eso también ayuda!), sino la razón por la que el monstruo está ahí. La razón de ser de la bestia es lo que hace que la obra sea aterradora. Cientos de

autores repiten con éxito esta situación arquetípica. Desde Frankenstein de Mary Shelley hasta El exorcista de William Peter Blatty y La maldición de Hill House de Shirley Jackson.

MARIANA ENRÍQUEZ y Mónica Ojeda lograron un gran éxito en este género. Desde Nuestra parte de noche, de la argentina, hasta Las voladoras, de la ecuatoriana, muchos relatos clásicos —que proyectan una sombra macabra sobre la literatura latinoamericana contemporánea— y muchas de esas historias entran en la misma categoría. Son modelos que siguen atormentando a los lectores una y otra vez. ¡Y los lectores compran el cuento! En cada caso hay un ingrediente esencial que convierte la historia en exitosa: un pecado. 

Raíces del mal llega casi 50 años después del éxito de David Seltzer, La profecía, cuyo protagonista posee un poder que proviene de algo paranormal. Es una historia que dejó al descubierto otro ingrediente: el pecado materializado en la mentira. Raíces del mal va un paso más allá, plantea que la presa que acecha el monstruo no es completamente inocente. Alguien fue responsable de crear la amenaza, invadir su territorio o despertarlo. En la novela de Gasca la catástrofe es de alguna manera culpa de todos los habitantes.

La historia de folklore siniestro comentada sobrevive gracias a ese pecado. Porque la transgresión casi siempre se relaciona con un tema más profundo, esa lección universal con la que todos podemos identificarnos. Esta infracción es esencialmente una señal de advertencia para el resto de nosotros. Mientras el lector recorre las 224 páginas de la novela se enfrenta a un catálogo de las violencias que pueden vivir las mujeres en México y es entonces cuando surge la pregunta más importante del relato: ¿quién es el verdadero monstruo aquí?, ¿el monstruo o nosotros? Una pregunta que ciertamente se explora en la novela, así como en muchos otros relatos que utilizan la misma fórmula. 

Raíces del mal es una novela de contrastes que se deleita con la belleza grotesca e imposible de la podredumbre humana. Es una novela de misericordias e indignidades; moretones y huesos; el erotismo siempre enredado de la vida y la muerte. “En ti, de manera tan innata, se engendraba la oscuridad. Luz, mucha, emanabas a cántaros, pero hacia lo negro”, escribe Gasca. Eso es lo que logra en este glorioso libro: abrir la caja de Pandora y mirar dentro, y esta historia es el resultado.